29 de marzo de 2024

Amores platónicos

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
15 de septiembre de 2018
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
15 de septiembre de 2018

Óscar Domínguez

Ya que estamos de mucho amor y amistad, desde mi óptica de ¡septuagenario! hablaré de esos amores platónicos que suelen tener la edad de nuestros sueños, como escribió un desolado cronista francés a la muerte de la alemana Marlene Dietrich quien era sexi hasta cuando dejaba el talón al desnudo.

Platón, que les prestó su nombre, los define como amores no correspondidos. Mi primer amor platónico-teológico fue mamá Eva. La conocí en las viñetas que traían los textos de historia sagrada de Bruño. En ese erotismo incipiente de los años tiernos, la mera hoja de parra me alborotaba la bilirrubina. Así la hoja no se le cayera nunca.

Caí luego en brazos de Jane (Parker), la mujer de Tarzán.  Fue amor a primera vista el que tuve con  Maureen O’Sullivan, siempre ligera de equipaje. Habría vendido mi alma al gato a cambio de un desdén suyo. Don Pedro, el proyectorista del cine parroquial tenía orden de tapar con la mano las escenas donde se daba un beso con Tarzán lo que triplicaba el misterio. Y las ganas.

G (he cambiado la consonante inicial de su nombre para proteger su identidad): Tendríamos diez años y compartíamos barrio Aranjuez, en Medellín, donde me enamoré de sus trenzas, de su piel y de sus pecas que hacían de su rostro un cielo estrellado, como se les dice a las pecosas para indemnizarlas. Yo le llevaba tres meses y dos sueños eróticos de edad. Ella me abochornaba con sus ojos perturbadores, repetidos, como los punticos de la diéresis.  Lo nuestro fue devastador, para mí un tsunami platónico… porque nunca supo de mi amor. Tampoco se enteró de que cuando no me determinaba en la calle me volvía ateo. Si no me volví anoréxico es porque entonces “eso” no se usaba. Como no podía viajar a  Estados Unidos a hacerme operar de su desamor, me alivié cuando nos fuimos a  vivir a ochenta a cuadras “luz” de su desdén.

Tuve un capricho pasajero con la sota de bastos que descubrí en las cartas de la baraja española. La traga se me pasó viendo pasar el tranvía. O al señor de las paletas que anunciaba su gélido producto con la música de “Para Elisa”, de Beethoven.

Nunca le perdoné a María Félix, Ceja de Lujo, prohibida para todo católico por un arzobispo de Medellín, que saliera con un paraguas debajo del brazo llamado Agustín Lara. El poeta francés Jean Cocteau me madrugó con un piropo que me habría gustado echarle: “Era tan bella que hacía daño”.

También flirteé con paisanas suyas como María Luisa Pelufo, Ana Berta Lepe, Evangelina Elizondo, Elsa Aguirre.

La primera enamorada platónica que me alborotó la libido la viví por cuenta de Brigitte Bardot, apta solo para mayores de 21 años, según la censura de las películas que preparba para El Colombiano el padre Fernando Gómez Mejía. Ahí fue Troya. Llegué a sentir celos del menso del Roger Vadim quien la llevó al cine, al altar y le gastaba almuerzo en Maxim’s.

Cuando el padre Rafael García-Herreros la invitó a un Banquete del Millón decidí que agarraría el primer bus de la Magdalena para ir a conocerla. Finalmente no vino pero en el mensaje en el que finalmente le dijo no, le aclaró al padre Rafael: “No soy una pecadora, solo soy una mujer que sabe amar”.

Paralelamente, estaba enamorado de Catherine Deneuve, bella de día, de noche, a toda hora. Como mi profesor de literatura también estaba tragado de ella se la cedí a cambio de un apretado cinco raspao en la materia.

Marilyn Monroe fue “mía, mía nada más”, dicho sea en letra de bolero. La descubrí en las bellas fotos que publicó la revista Life saliendo de una piscina. El stradivarius del sexo tenía mal gusto: dormía con una pelota de béisbol llamada Joe DiMaggio. Y se entendía con los hermanitos Kennedy. En este caso me declaré cornudo por partida doble. MM le confesó a Truman Capote que le habría gustado una vida simple, con un marido al cual prepararle el desayuno. Sentí que alguien estaba hablando de mí.

No puedo seguir revelando todo mi prontuario platónico. No está bien contar plata delante de los pobres. Aunque debo confesar que envidié a Carlo Ponti por haber conquistado a Sofía Loren. Bueno, más que a Ponti envidié a Marcelo Mastroiani a quien habría remplazado gustoso en las escenas peligrosas de alcoba.

Tampoco daba sueño ver a Claudia Cardinale con su sonrisa de Gioconda. No le perdía película a esa receta de mujer “intitulada” Gina Lollobrigida.  Ni a esa boca con fémina detrás llamada Mónica Vitti.

No les quitó más tiempo. Perdonen la vanidad. Ahí les dejo mi prontuario erótico.