28 de marzo de 2024

Tardío elogio del suegro

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
21 de junio de 2018
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
21 de junio de 2018

Columna desvertebrada

Óscar Domínguez Giraldo

Don José de la Cruz Eleázar Duque Salazar, marinillo, bautizado el día de la Santa Cruz, no celebraba el día del padre. Ningún día. Interpretaba esas enguandias como perdederas de tiempo. Sus hijos le hacen el homenaje diario de darle crédito a su severo taita. “Como decía mi papá…”, repiten sus vástagos, y mencionan un adagio suyo o algunas pautas de comportamiento que les dio.
Enseñó con el ejemplo. Pocón de blablablá. A él la amistad se la podían dar en efectivo. Don Eléazar no vino a sonreír, nunca buscó ser feliz, jamás pateó los códigos. Se dedicó a trabajar, a ser íntegro y a levantar familia. Al final de su andadura, 83 años, lo desvelaban “las cuentas que tenía que darle al Altísimo”.
Constató que para vivir bien había que tener una buena mujer y una buena exmujer. Tuvo dos amores. No practicó la gimnasia de la infidelidad.
Se casó en primeras nupcias con Clara Correa, de la “jai” de Fredonia. Amasaron cuatro hijos. Viudo, es decir, soltero cero kilómetros, repitió epístola con Fabiola Ochoa, de Aguadas, Caldas, la abuela de ojos tristes, bellos, misteriosos, a quien no conocí. Veinte años menor que su marido, doña Fabiola murió de 46 años. No la conocí. El arcaico método del ritmo les deparó otros cuatro petacones.
La primera culecada estuvo integrada por Mariela, Celina (fallecida), Augusto y Gabriel; la segunda por Fabián y Clara, fallecidos, María Jesús (Susyn) y Gloria, mi esposa.
Hijo de don Obdilón Duque, el alcalde de Marinillá que vivió cien años y monedas, se regalaba un pecadillo etílico: Un aguardiente doble antes del almuerzo. Conservador y católico de amarrar en el dedo gordo, fue de misa y comunión diarias.

Don Eléazar carga a su hija Celina, mientras que doña Clara, su primera esposa, carga a Mariela, la hija mayor.

De su verticalidad da cuenta esta anécdota: Se graduó de maestro en Marinilla pero un rico del pueblo lo acosó para que le aprobara el año a su hijo vago. Prefirió colgar la tiza.

Hizo un insólito enroque y del aula de clases pasó a los caminos de herradura. Reencarnado en arriero, se dedicó a la venta de textiles. Sus pasos de comerciante sagaz, pulcro, lo llevaron a Fredonia, Venecia, Guayaquil. En La Alhambra montó el almacén El Zar Duque. Allí se encabó vendiendo paños y telas. Su vecino y colega de actividades comerciales fue Luis Eduardo Yépez, fundador de almacenes LEY.
La vanidad nunca fue su fuerte. “Soy Eleázar Duque con carro o sin carro, con club o sin club”, repetía. A los hijos les enseñó desde temprano a colaborar en la economía y en las faenas domésticas. Abajo los brazos cruzados. Que no falte nada en casa. Compraba electrodomésticos que duraran toda la vida.
Se dio unas estruendosas vacaciones. Cualquier diciembre empacó mujer e hijos y los que se aterrizan en Juanchaco, en la costa pacífica. A partir de entonces, clausurado el parque de diversiones.
Cuando lo visité en su casa de Miraflores para pedirle la mano de su hija, no encontré cómo entrarle. Pasado un tiempo prudencial, sus hijas asumieron que la mano y el resto de la novia era míos y llamaron a manteles.
Nunca pedí la mano. “Ese señor se va a burlar de nosotros”, resumió. Casi le da un patatús cuando aplazamos el casorio dos días, de martes a jueves.
Don Eléazar (nada del confianzudo Eleázar) se tranquilizó cuando le enviamos copia de la partida de “mártirmonio” porque no hicimos fiesta. Nos casó en la capilla privada de la parroquia de Suba, el padre José Carvajal, mi profesor de literatura en el seminario de los agustinos. Carvajal ofreció vino de consagrar para afianzar la epístola de Pablo que nos leyó con su voz de intérprete de música gregoriana.
Descanse en paz, don Eléazar, que su hija y yo seguimos juntos en este delicioso acabadero de ropa que es la vida. Feliz día del taita. El Colombiano.