19 de marzo de 2024

Somos una enmarañada madeja de destinos

Abogado, experto en servicios públicos. Lector. Librero. Catedrático en universidades de Manizales. Ornitólogo aficionado.
21 de junio de 2018
Por Pablo Felipe Arango
Por Pablo Felipe Arango
Abogado, experto en servicios públicos. Lector. Librero. Catedrático en universidades de Manizales. Ornitólogo aficionado.
21 de junio de 2018

Pablo Felipe Arango

Tal como nos vamos diluyendo nos vamos haciendo, poco a poco, como si fuéramos un coral. No percibimos cómo se nos va haciendo la vida, aunque cuando miramos hacia atrás suponemos que hemos sido los decisores de nuestros asuntos, los artífices de nuestra historia. No hay tal, así no funciona, el mecanismo vital obedece a leyes más complejas que las que puede imaginar el más creativo de los hombres. Chesterton, que lo era, solo se mostraba emocionado ante lo que él advertía era una cadena de milagros. Nuestras vidas son una formidable acumulación de azares y una enmarañada madeja de destinos. Siquiera.

Imagino el escozor de los aburridos divulgadores del optimismo, que pretenden hacernos creer que en nuestras manos reposa no solo nuestro destino sino además el de quienes nos rodean. La cantaleta es, además de edulcorada, insulsa, falsa y barata. El columnista de The Guardian George Monbiot ha advertido la falacia de la autoatribución, haciendo notar algo terriblemente cierto: “Si la riqueza fuera el resultado inevitable del trabajo duro y la iniciativa, todas las mujeres de África serían millonarias”, y citando al premio nobel de economía Daniel Kahneman, agrega que el éxito está más cerca de ser el resultado de un juego de dados que de uno de habilidad.

Y está bien que así sea. Sería terrible que nuestra existencia fuera tan elemental, que bastara con planearlo todo, con diseñar el proyecto, levantar presupuestos e irlos cumpliendo. Con trazar una línea de acción y advertir los probables momentos críticos. Pero así no es y qué fortuna que así no sea. El aburrimiento nos mataría o nosotros mataríamos al aburrimiento.

Estamos dispuestos, sin embargo, a suponer que el amor y los demás asuntos importantes de nuestra vida, sí son ajenos a nuestra intervención, siempre hemos sabido que el amor va a su aire, que surge cuando no lo esperamos como canta el gran Fito, que no buscaba a nadie y la vio, o como lo escribió la poeta uruguaya Idea Vilariño para quien el gran amor fue aquel extraviado, el no percibido: “…No llegaré a saber/ por qué ni cómo nunca/ ni si era de verdad/ lo que dijiste que era/ ni quién fuiste/ ni qué fui para ti/ ni cómo hubiera sido…

Ya más personal, sin vergüenza, a manera de ejemplo: nunca imaginé que una jovencita de colegio que un día vi parada en una ventana recitando una lección, fuera a ser mi esposa y que treinta años después todavía fuera a estar a su lado. Nunca imaginé que un profesor, aparentemente envejecido a destiempo, que me preguntó qué libro llevaba en las manos, llegara a ser mi gran amigo hasta su muerte. Nunca imaginé que aquel trabajo conseguido a contrapelo, aceptado medio a regañadientes fuera a ser mi destino laboral. Nunca imagine poder conversar animada y diversamente con dos hijas. Nunca imaginé que unos jóvenes que un día cualquiera entraron a la librería fueran a ser pronto dependientes y luego sus dueños. Nunca imaginé vivir donde vivo, ni leer lo que he leído, ni ver lo que he visto, ni conversar lo que he conversado. Y menos imaginé los dolores que he tenido o las tristezas que he sufrido.

Y, al contrario, son miles las situaciones que he imaginado y no se han dado, entre otras que me gano la lotería y que saco a todos de pobres, monto una editorial, compro diez vacas y dos panales, adopto dos perros, construyo la casa de tabla parada y compro un pedazo de tierra que dejo enmalezar. Pero nada, aunque he hecho todo lo que prescriben los corifeos de la autopromoción: he sido positivo y generoso con otros, he cumplido con mis tareas, he sido empático y cuidadoso, hasta he cuidado mi dieta y duermo temprano adherido a una máscara que insufla aire a una velocidad asombrosa; en resumen, he cumplido con los preceptos del buen vivir sin el resultado esperado, aunque a decir verdad, a veces se me olvida comprar la lotería, o cuando he llegado a hacerlo ha estado caída la red. Ni riesgo decir que son asuntos del destino, ¿cierto? No, “no llegaré a saber/ por qué ni cómo nunca…” y bendito sea.

Manizales, 22 de junio de 2018.