29 de marzo de 2024

LENIS

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
29 de junio de 2018
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
29 de junio de 2018

Víctor Hugo Vallejo

Desde siempre supo que los alternativas que le daba la vida para su ascenso social eran el estudio y la práctica del deporte, en lo que podría usar su biotipo de afro descendiente de gran talla y largas piernas. Había nacido en el Chocó, en un lugar que no figura en los mapas y que apenas es una referencia de quienes han estado por esos lados de una geografía que solamente es para valientes. Llegó a la vida en un hogar muy humilde, donde un padre alto, muy alto, elegante, de porte imperial, se ganaba la vida realizando muchos trabajos de los que otorga la naturaleza, en ese caserío llamado Plan de Raspadura, una denominación de ficción que se acomodaría bien en cualquier relato en el que la imaginación tuviese a su cargo la construcción total de la imagen para el lector.

A Plan de Raspadura hay que relacionarlo con algún otro lugar que al menos de vez en cuando se escuche en las noticias y se escriba en las periódicos, casi siempre por malas nuevas que provienen de una región en que la naturaleza es pródiga y sus dirigentes ambiciosos y desmedidos en el asalto al presupuesto público. Queda en jurisdicción del Municipio de Istmina, donde alguna vez la familia decidió que allí el futuro tampoco era muy sonriente, pues habían hijos que educar y debían encontrar un espacio en el que al menos se dieran las posibilidades teóricas de acceder al conocimiento como fuente de crecimiento personal.

Siendo él muy niño se establecieron en el Municipio Industrial del Valle del Cauca, Yumbo, donde se criaron los hijos y su padre se hizo a un trabajo que le permitió sacarlos adelante con dignidad. Siempre les inculcó a todos que ellos no habían nacido con fortuna económica y que la forma del sustento sería la misma con que él los había levantado, es decir su capacidad de trabajo y que por tanto se debían calificar en cualquier actividad, de tal manera que no tuviesen la necesidad de exponer la vida al sol y al agua en ocupaciones de trabajo material, sino que llegaran a conocimientos y saberes que les hiciera personas con suficiencias para desempeñarse en tareas en las que primara el pensamiento, antes que pegarle golpes a la tierra o hacer lanzamientos de obtención de comida al mar.

En la familia supieron que ese muchacho iba a asimilar la estatura de su padre y que sus piernas largas le iban a servir para destacarse. Cuando tomó la decisión de dedicarse al atletismo, en carreras de corto y largo alcance, un entrenador de la Liga de Atletismo del Valle quiso que probara en las carreras con obstáculos, por su facilitad para saltar las vallas, dada la extensión de sus piernas, en lo que comenzó a dar buenos resultados. Era la época de grandes figuras de este deporte en el Valle del Cauca, como Pedro Grajales, quien le dio más de un éxito en participaciones internacionales a Colombia. El nuevo atleta comenzó a destacarse y fue selección Colombia, por lo que en varias ocasiones compitió a nivel internacional.

A pesar de las victorias y de las medallas que iban engrosando la colección que se colocaban colgadas a la pared de su habitación o acumulando en repisas que cuidaba su madre con cariño, luego fue entendiendo que si no le dedicaba más tiempo al estudio, iba a ser una extraordinaria gloria del atletismo colombiano, con muchos honores, condecoraciones, de pronto hasta paseos en carros de bomberos, pero que en lo económico no le representaban absolutamente nada. Una gloria que cuando terminaban las manifestaciones de jolgorio aterrizaba de barriga en la realidad de un hogar humilde en Yumbo, con aplausos de los habitantes del barrio, pero con un futuro en el que no había mucho por considerar.

El estudio le gustaba. Se encantaba cuando iba sabiendo más sobre determinados aspectos y especialmente en aquellas ciencias que se ocupan del conocimiento del ser humano, de su formación social y de su desarrollo como comunidad. Las disciplinas sociales fueron el fuerte de lo que estudiaba. No abandono de manera radical la práctica del deporte, pero supo con plena conciencia que del atletismo no se podría vivir en Colombia en esos tiempos y de pronto ni ahora mismo, pues quienes lo logran es porque compiten en otras latitudes y con intereses que se cofunden en grandes negocios multinacionales.

Con gran dificultad, por el aspecto económico, fue realizando sus estudios, a la vez que se ocupaba de oficios varios, pues se distinguió siempre como alguien voluntarioso, dispuesto a servir a los demás en lo que lo necesitaran. Tenía vocación de servicio comunitario. Era el primero en responder ante convocatorias para causas comunes del barrio, del municipio. Era un entusiasta del trabajo comunitario y muy especialmente de las causas reivindicatorias de su raza, en lo que tuvo un gran compromiso y le valió muchos reconocimientos a nivel nacional.

Cuando terminó sus estudios de bachillerato quiso ingresar a estudiar Derecho, que fue el conocimiento que finalmente identificó como el propio para sus aspiraciones vitales, pero la limitante económica volvió a ser un obstáculo, pues se hacía indispensable sobrevivir humildemente y cuando se tuviese el recurso necesario seguir adelante. Trabajó como empleado en diversas partes y fue ahorrando poco a poco hasta 1980, cuando tenía 24 años, y tuvo lo necesario para cubrir la matrícula de su primer año de carrera en la Universidad Libre seccional de Cali y dio inicio a lo que se le estaba convirtiendo en un sueño. Quería ser abogado y además abogado penalista, porque en el derecho de las penas está antes que nada el estudio y el análisis de los seres humanos en sus emociones, en sus reacciones, en sus actos, en sus decisiones que luego pueden ser identificadas como equivocadas, pero que alguien está en el deber constitucional de explicar, aunque no necesariamente de justificar.

En 1985 se recibió como Abogado y de inmediato inició una especialización en Derecho Penal en la Universidad Santiago de Cali. Luego vendrían otras especializaciones y más adelante en su misma Alma Mater un Magister en la misma rama y en criminología. Ya era docente universitario y sus aprendizajes los transmitía con sencillez a los estudiantes, a quienes siempre les inculcó el amor por el Derecho y muy especialmente por el Derecho Penal.
Siempre con la misma metodología de ahorrar para poder seguir estudiando, fue guardando un poco de sus ya muy dignos ingresos, para realizar un Doctorado en Derecho Penal en la Universidad Libre de Bogotá, lo que logró en el año 2012, completando lo que soñó alguna vez en las polvorientas, por entonces, calles de Yumbo y la entrega concreta de una promesa a su padre, a quien en alguna ocasión le dijo que iba a ser Doctor en el estricto sentido de la Academia. Y lo fue. Y eso le permitió que el año anterior en la Universidad Santiago de Cali, donde era docente de mucho tiempo atrás, el Decano Diego Fernando Tarapués lo designara como director del Área de Derecho Penal, que era otra de sus muchas metas vitales. Al contarles a sus amigos ese logro, lo hacía con el entusiasmo, la alegría y la satisfacción del niño que logra el juguete deseado por siempre. Estaba eufórico y pleno de ganas de hacer muchas cosas novedosas.

Cuando estaba en el impulso de hacer planteamientos innovadores, un día sintió algunas molestias en la pelvis. Le dijo a su esposa Luzcelly que no se sentía bien. Fueron a exámenes médicos y le descubrieron un cáncer de próstata. Comenzaron los tratamientos, esos heroicos que le realizan a los pacientes de ese mal que cuando aparece no es más que sinónimo de muerte. Le dijeron que eran necesarios los tratamientos y luego lo intervendrían quirúrgicamente, lo que no se cumplía, pues ya había dado su anuencia para ello, y se iba aplazando de fecha en fecha. En enero de este año, sintió que la vida dolía más cuando se estaba con una falla de esta naturaleza. Daría la batalla contra el cáncer, por su esposa, sus hijos, su pasión académica, su padre, así en ciertas horas en que se profundizaban los dolores y ni la morfina en gotas orales lograba apaciguar esa especie de terremoto interior que lo arrasaba, sintiese que las fuerzas se le agotaban. Luchó tenazmente, pero ganó el cáncer.

La operación nunca se realizó. Los tratamientos seguían con sus dolorosas y repelentes consecuencias, hasta cuando descubrieron que ya no era posible intervenirlo porque el cáncer le había hecho metástasis en el hígado y otras vísceras. Lo seguían tratando y sus planes académicos se iban quedando en esperas de nunca acabar.

El 11 de junio perdió el sentido. Inconsciente, su esposa lo llevó a la Clínica. El diagnóstico fue contundente: el cáncer le había hecho metástasis en el cerebro y poco o nada había por hacer. La señora no tenía ganas de seguir luchando con una enfermedad que le había ido destruyendo poco a poco a su hombre amado, a quien ni siquiera nunca le volvió a provocar el pescado, comida por la que se derretía su gusto. Ya era cuestión de esperar el final.

El final llegó el 22 de Junio de 2018, cuando celebran en Colombia el Día del Abogado, en una de esas muchas celebraciones que impulsan los comerciantes, pero que no logran consolidarse porque cuando al abogado le va bien es porque la causa estaba ganada y cuando le va mal es porque no sabe nada distinto a cobrar honorarios y quedarse con ellos, por lo que a estos profesionales no les dan ni las gracias, mucho menos les van a dar regalos. El futuro de la celebración es el olvido. Ese día se fue de la vida Gustavo Ampudia Asprilla, a quien tantos le cambiaron sus apellidos porque no fueron pocas las ocasiones en que aparecía como Gustavo Ampudia Lenis. Más de una vez debió aclarar que ese no era su nombre, que efectivamente él se llamaba Lenis Gustavo Ampudia Asprilla, que redujo al segundo nombre por facilidad de memoria, especialmente cuando se hizo deportista. Tantas veces hablamos con él y nunca se nos ocurrió preguntarle de donde había sacado su familia el nombre de Lenis para anteponerlo a la combinación con el Gustavo. Además porque sus trabajos académicos y sus libros siempre los firmó como Gustavo, nada más.

La política fue uno de sus ejercicios predilectos y por eso llegó a ser Concejal del Municipio de Yumbo en dos ocasiones. Igualmente ocupó el cargo de Contralor municipal de allí mismo en dos oportunidades. Ejerció el cargo con dignidad y decoro y siempre ajustado al mandamiento legal. Igualmente fue Fiscal Especializado contra el Terrorismo en Cali, del 2003 al 2004 y en este año se fue a laborar como Procurador Delegado en lo Penal por espacio de dos años.

La docencia universitaria fue una de sus dedicaciones más apasionadas. Era un hombre de diálogo, un entusiasta de eventos de concurrencia numerosa y un dedicado investigador reconocido en categoría D por Colciencias.

Tocó a las puertas de la Gran Logia Occidental de Colombia, donde hizo su curso de masonería habiendo llegado a ser Maestro Masón. Un Masón respetuoso, amigo de sus amigos y de incansable entrega a las causas de esta institución, donde tuvo la oportunidad de relacionarse con personas que supieron de los grandes valores intelectuales que le acompañaron.

Fue autor de tres libros, por supuesto en derecho penal, como son “El Derecho Penal y la postmodernidad”, “Yumbo cotidiano”, una recopilación de sus escritos sobre este municipio publicados en el diario Occidente de Cali y “Diccionario de Criminología”. Igualmente realizó numerosas publicaciones académicas de temas investigados y fue tutor de muchísimos trabajos de grado tanto en el nivel de pre grado, como de postgrado en Facultades de Derecho.

A Luzcelly Balanta Mejía, también abogada penalista, quien se pensionó como Fiscal Local en la Fiscalía Seccional de Cali, se le acabaron las lágrimas al momento de la muerte de Lenis Gustavo. Tanto lloró, sufrió, se desveló, se dolió al lado de su esposo en esos seis tortuosos meses en que se tienen muchas esperas que apenas se traducen en angustias y frustraciones, que ahora con dignidad lo recuerda en sus logros y merecimientos, como un luchador que supo desde su origen muy humilde que la existencia dependería de él. El día de su velación, una torre morena y erguida, parecía derrumbarse con un poco más de ochenta años en el cuerpo, debiendo acudir al sepelio de su hijo. Todos los padres aspiran a ser sepultados primero. Era una torre morena que parecía irse al piso, en silencio, sin una lágrima, con la decorosa altivez de quien también lloró durante seis meses seguidos por algo que nunca cupo en su emocionalidad. Y no cabrá.