29 de marzo de 2024

Alzando la enjalma

27 de junio de 2018
Por Alberto Velásquez Martínez
Por Alberto Velásquez Martínez
27 de junio de 2018

Por Alberto Velásquez Martínez

“Al nuevo presidente le esperan sorpresas muy desagradables en salud”, dice el exministro y presidente de Acemi, Jaime Arias.

Mas si fuera solo esa. La lista de ingratas sorpresas que le esperan a Duque, como herencia de improvisaciones y derroches, es larga. Recibe un país, como el más violento de Suramérica, según el ranquin elaborado por el Instituto australiano de Economía y Paz. Las solas deudas de la Nación, provenientes de 350 entidades del Estado, superan los 800 billones de pesos, lo que significa cerca del 90 % del PIB, de acuerdo con cifras de la Contaduría General de la República. Una deuda pública alta, unas vigencias futuras presupuestales amarradas, un sistema pensional cuasi quebrado, un régimen educativo anárquico, una justicia lisiada, una política extremadamente polarizada.

Mucha habilidad tendrá que mostrar Duque frente a las estrategias de protestas sociales que ya anuncian los derrotados en las urnas, bajo la batuta de expertos en el ejercicio de la implacable oposición. Estas consignas vienen de expertos en movilizaciones revanchistas, que para demostrar fuerza se mueven más por arengas revolucionarias que por razones y debates democráticos. Intentarán capitalizar los problemas acumulados, para constituirse en cuatro años en alternativa real de poder.

Tendrá Duque, para afrontar la clase de escaladas contra su gestión cauterizadora, que encarar los grandes retos nacionales a través de un Acuerdo Nacional, que se constituya en política de Estado, y no como fruto de alianzas de mecánica política o de cuotas burocráticas que se vuelven incoherentes y fugaces. Impulsar el Pacto de Nación que vincule a todas las fuerzas vivas, políticas y sociales, sin aquellas exclusiones que fueron norma del mandato que agoniza.

Este gobierno que termina reconoció, presionado por las evidencias y para desvergüenza internacional, que su lucha para erradicar los cultivos ilícitos fue un fiasco. Confesó que en un año los cultivos de coca pasaron de 146 mil hectáreas a más de 180 mil. Consecuente con sus falacias, hasta para reconocer tragedias, ocultó la realidad puesto que las autoridades gringas acaban de aforar su extensión en 209 mil hectáreas, lo que nos coloca al borde de la descertificación como ya lo intuyó el presidente electo. Con el agravante de que en contraste, la deforestación se disparó. Reconoce el gobierno que expira, que Colombia perdió 220 mil hectáreas de bosque el año pasado. Es decir, se talan árboles para sembrar droga. Así se riega más combustible para incendiar más violencia.

Pero como si estas lacras fueran pocas, aparece la baja calificación de Colombia en el ranquin de reputación internacional. Según el informe del Reputation Institute, ocupamos el puesto 49 entre los 55 países analizados. Nos superan en buen nombre, no solo en el área latinoamericana Chile, Argentina, Perú, Brasil, Méjico sino, para deshonor que humilla y ultraja, Venezuela. Desvergüenza originada en la mala percepción –externa e interna– de la efectividad del actual gobierno, así como los escándalos de reputación en altos funcionarios del Estado. Así que a medida que se alza la enjalma aparecen las llagas. Por eso Duque debe recibir con riguroso inventario el legado santista, para que luego no tenga que cargar con muertos y agonizantes que no son de su cosecha. El Colombiano.