28 de marzo de 2024

Manizales, ciudad de horizontes y felices islas verdes

Por Luis Guillermo Giraldo Hurtado
27 de mayo de 2018
Por Luis Guillermo Giraldo Hurtado
27 de mayo de 2018

Por Luis Guillermo Giraldo Hurtado[1]

Los viejos soldados con orgullo llevaban en sus pechos las cicatrices recibidas en los combates. Ello, a manera de medalla esculpida al lado de su corazón. Así quiero yo llevar esta condecoración que hoy me confiere la Asamblea de mi Departamento.

Generosa mi tierra, porque, sin complejos de simulada modestia, en el balance de lo que me dieran Manizales y Caldas, y en contraste con lo que yo pude aportarles, salgo como su deudor, sin duda ni reclamo.

Durante treinta años me presenté como candidato a un distinto cuerpo colegiado, y siempre Manizales y Caldas me respondieron bien, con entusiasmo, con un voto limpio, y con la confianza siempre renovada en lo que este servidor pudiese hacer por esta tierra, la suya, la de sus padres y abuelos, la de su querencia y residencia. Y aunque al condecorar se le hace un reconocimiento al condecorado, yo quiero hoy relievar en mi memoria mi gratitud para con este terruño, y para con ésta, la gente de mi solar nativo.

Así que muchas gracias a Mauricio Londoño y a los demás Honorables Diputados que aprobaron este reconocimiento. Mi recogida devoción también, porque con este acto me han facilitado el regresar aquí a cumplir con el rito bendecido y justo del agradecimiento.

Un Departamento labrado por el esfuerzo.

Siempre que pienso en Caldas, recibo una analogía con lo corajudo –imagen e identidad- de sus municipios, porque sus múltiples fundadores y continuadores domesticaron a la arriscada montaña.

La montaña es una dura brega. Por lo general es improductiva desde el punto de vista del  agro, bien porque su fertilidad sea muy baja, o bien porque sus inclinadas pendientes impiden la agricultura de mecanización en la siembra, los tractores, y de tecnificación en la recolección.

Una hazaña, y de las mayores de los caldenses y su provincia, fue la de poner a las montañas a su servicio y producción. Y no solo eso, sino que fueron urbanizadas. De tanto en tanto y a ciertas distancias, ciudades fueron aposentándose en los lomos, en las laderas y en las cumbres de esta cordillera. Y a ellas las unieron por medio de vías carreteables, casi que imposibles en aquellos tiempos,  los emprendedores de esos lares. Aunque, reconozco, en este tema la lucha continúa.

Mas sin embargo, la montaña tiene su lado espiritual y positivo. El tesón necesario para conquistarla, les da a sus lugareños un sentido claro de la vida: la vida como algo que no se nos ha dado gratuitamente, sino como algo que hay que enamorar y modelar. Exige poner la mirada hacia arriba, hacia las alturas. O hacia el abismo, peligro real si no nos esforzamos. Del medio como un desafío que nos ofrece el ascenso a través del trabajo y la tenacidad, porque la montaña solo se entrega y les da sus tributos a los esforzados. Y también nos ofrece la montaña un sano orgullo por lo conseguido, que no se da en los habitantes de las sabanas, y que aquí se llaman autoestima y fundadas honra y satisfacción

Hablemos de Manizales.

No me preocupa su crecimiento habitacional frente a lo que ocurre en muchas otras ciudades del país.

No se necesita tener muchos millones de habitantes para gozar de una significación especial, un peso moral, una representatividad nacional.

Boston, en los Estados Unidos, por ejemplo, es una ciudad que ha permanecido estacionaria en unos 670.000 habitantes, que es el 0.2% de la población total de ese país. Y sin embargo, sigue teniendo una vocación de ciudad arquetípica y respetada. Sus intelectuales, sus profesores universitarios, sus escritores, incluso sus senadores, han tenido un peso nacional muy superior a los votantes totales nacionales en los Estados Unidos.

Y la Atenas del siglo V a.C., que con unos 10.000 ciudadanos libres, fue la maestra de nuestro espíritu, y también la que produjera en esa centuria un legado humanista del cual continúa alimentándose -y continuará así-, toda esta civilización que se llama occidental.

Florencia, del siglo XV, con menos de 80.000 habitantes, como si su antiguo nombre lo dijera premonitoriamente, dio lugar a una florescencia espiritual sin par que conocemos con el nombre del Renacimiento.

Y Munich, la emblemática ciudad alemana, que ha mantenido estable su población desde 1970. Hace años la visité y comenté que me gustaría vivir allí. Se me respondió que entonces debería esperar a que alguien desocupara una vivienda, porque la ciudad no estaba interesada en aumentar la población, porque tenía ya sus problemas urbanos resueltos, porque crecer sería desmejorar,  porque se reconocía superior la calidad a la cantidad,  y porque se buscaba proteger su vocación, que era más la del espíritu que la del número de sus habitantes.

Porque hay perfiles más importantes que el número de habitantes. Analicemos un tema decisivo. Si es cierto que el país no está muy bien en el termómetro mundial en cuanto al índice de competitividad –-avances en materia social, ambiental y económica-Manizales se ubica en el tercer puesto en ese índice de competitividad, después de Bogotá y Medellín. Los campos de educación, infraestructura, sostenibilidad ambiental, salud e innovación, entre otros rubros, se destacan en Manizales, y, sobre todo, la justicia, en donde la ciudad es la más eficiente. En buen lugar estamos, para seguir trabajando en estos temas, vitales para este hogar y sus moradores.

Dije antes que no me preocupaba el crecimiento poblacional de Manizales frente a lo que ocurre en muchas otras ciudades. Me inquieta lo que viene ocurriendo con el espíritu.

Esta es una ciudad con vocación educadora, universitaria, con un ancestral llamado de la cultura. ¿Sigue igual? ¿Ha disminuido su importancia en este campo? ¿Están jugando sus universidades el papel que deben representar?

Hace unos años, me llamaba la atención el prestigio de la Universidad de los Andes, prestigio que se basaba en tener la mejor facultad de economía del país. Cada una de nuestras universidades, y sin descuidar las demás carreras, debería, según su vocación, propender por una facultad emblemática, nacionalmente hablando. Ello convocaría prestigio y les ayudaría a mejorar a todas las demás facultades de la respectiva alma mater.

Porque, además, esta ciudad, que ha tenido una vocación humanista, deberá estar preparada para que a la conciencia de la humanidad vuelvan las artes, la creatividad, la cultura, a tener un valor principal. Algo de ello es la economía naranja, que avanza en el mundo entero. Creatividad, artes, diseño, inteligencia, cultura, están colocándose en el orden del día del mundo.

La Ciudad de las felices islas verdes.

Hace unos diez años, más o menos, publicó el diario El Espectador un editorial que hubiera debido despertar más atención en esta ciudad. Hacía referencia al hecho de su topografía, y que por designio de su geografía, entre los nuevos barrios se habían ido dejando espacios verdes, significativos, que la hacían lucir diferente a cualquier otra ciudad del mundo. Una Venecia verde, digo yo,  escoltada, no por las aguas, sino por los bosques y por su fauna y flora, colores de la  naturaleza, de cuando en cuando incrustados como esmeraldas en su espacio urbano.

Recuerdo como, en Versalles, el barrio de mi niñez, había calles que terminaban, no en nuevo cemento, sino que directa y estrechamente colindaban con extensos praderíos, verdes, sin mácula y sagrados. ¡Qué encuentro tan vivificante! Así podríamos proceder en el Manizales de hoy: ir caminando por la ciudad, y no toparse siempre con más cemento, sino, de pronto, con una isla verde, un bosque. Y salir de nuevo al cemento, y caminar más, para volver luego a entrar a otra isla verde. Y así…

Haríamos de Manizales la ciudad del aire más limpio del mundo, la ciudad hermana de la naturaleza, la que lleva en su seno y prendida de su brazo a bosques y a prados.

Todavía estamos en tiempo de proteger lo anterior, eso, que pervive y se ve desde el avión: barrios y barrios que colindan con las felices islas verdes de las múltiples colinas que circundan a Manizales. Insisto, algunas deberían ser archipiélagos intocables.  Otras podrían ser recintos verdes que guardaran en su interior bosques con hoteles verdes en medio del verde, parques naturales, museos, parques para niños, escuelas de lo verde, observación de fauna y de flora, con un turismo regulado y que permita la ecología sostenible. Y todo ello con la protección a la biodiversidad. Y al mismo tiempo, otras de esas colinas, lo repito y lo dirá la planificación, sagradas e intocables.

Imaginemos lo que puede representar la ciudad del paisaje y de las felices islas verdes. No solo en turismo, en la verde calidad de vida para sus habitantes, en educación verde, paisajística y de amplios horizontes para su niñez y su juventud.

Aquí sí que podríamos aplicar un término paradigmático y concebido de original manera: Manizales, la ciudad de la BIODIVERCIUDAD.

Pido que Manizales se planifique de acuerdo con esa biodiverciudad que nos ha señalado la conciencia de nuestro mismo territorio.

Manizales, Ciudad del horizonte y los paisajes. 

Hablo también de la ciudad de los paisajes y los horizontes, porque Manizales es múltiple en ellos. Y aunque parezca quimérico, la ciudad debería planificarse, además, de acuerdo con estos dones de la naturaleza. Si de Egipto dijo Herodoto que era un don del río Nilo, de Manizales deberá afirmarse que es un don de sus paisajes y de sus horizontes.

Tal vez hoy menos que antes, pero en casi cualquier lugar de alguna elevación en el que uno aquí se sitúe, habrá la posibilidad de mirar el horizonte y un paisaje.

Estudiante en el San Luis Gonzaga, el pupitre al lado de una larga vidriera, en el transcurso de las clases separaba yo con frecuencia unos instantes, y me ponía a observar las lejanías, las azules montañas, el aire pleno de virginidad temprana, la luz derramada hacia el infinito horizonte, los suelos de un verde ondulante y prolongado, los cafetales pacientes, las nubes perezosas, guardianas blancas desde su altura; la lontananza cendrada y diáfana, las pequeñas viviendas campesinas –pesebre permanente de hidalguía-, y también a esperar el discurrir del tiempo, ese lento, muy lento pincel para cambiantes paisajes y horizontes.

Humedales del Ruiz

Todo eso me educó -recuerdo idílico desde este suelo-, de otra manera, pero al mismo ritmo en que lo hicieran los jesuitas, mis maestros conventuales que con tanta celsitud se entregaban a su gran vocación educadora.

Una ciudad planificada para el aire, para la bella vista, para sentir desde ella la inmensidad; ciudad inmersa, no tanto en el cemento y sí en la mirada abierta hacia su más allá; ciudad en donde se pueda sentir el amplio vuelo de un júbilo en los ojos que miran; ciudad como un campo libre, siempre rodeado por la belleza visible de sus ilímites horizontes. 

Es un mandato de esta tierra

El gran escultor colombiano Hugo Zapata, en reciente reportaje para el periódico El Tiempo, refiriéndose a las hecatombes y las avalanchas, dijo: “La tierra crea, nos escribe, nos cuenta una historia”. Digo yo: ¿Qué le escribe la tierra a esta ciudad de las avalanchas?

Y añadía el maestro Zapata: “Heredamos un hablar de la tierra… Hay una cosa muy poética cuando encuentro en algunas rocas un orden, una belleza, una gestualidad, una armonía, una estética. ¡Música! La piedra suena”

Tomo en un sentido adicional estas exquisitas palabras, y digo que el solar nativo no solo escribe sobre nuestras almas, sino que además nos envía mensajes con un sentido que debemos desentrañar, y que nos demanda el responder a esas señales de identidad enviadas desde nuestro suelo primero. Son requerimientos, llamados, exigencias de la madre tierra. Nuestra geografía nos ha impuesto las felices islas verdes. Esa geografía también nos ha dado la riqueza de los horizontes y los paisajes. ¡Música de los horizontes!  Verdores y paisajes, ahí los ha colocado Manizales para que los protejamos y los interpretemos, planificando, dirigiendo, encaminando la ciudad desde y para ellos.

¿Qué más podríamos pedir para Manizales? Una ciudad hecha para la armonía de los espacios. ¡Euritmia en lo de arriba con lo de abajo! ¡Euritmia del suelo verde con sus amplios horizontes!

Sueños estos que parecen quimeras.

Pero Manizales, desde que se la fundó en un alto, en un sitio demasiado alto y demasiado empinado de la cordillera, con pendientes a lado y lado, parecía una urbe no viable. Y sin embargo, su difícil parto fue seguido no solo por la supervivencia, sino también por el progreso. Aquí se ha luchado contra la naturaleza. Siempre aislada, la ciudad ha sabido superar su aislamiento. Recuerdo la anécdota de un ministro de comunicaciones, que cuando en el siglo XIX se trazó para el país lo que fuera el telégrafo alámbrico, y Manizales fuera excluida, sus dirigentes le protestaron.  Y dicen que el ministro de turno les respondió: si quieren el telégrafo, saquen ese pueblo al camino.

Y el ferrocarril de Manizales fue una gran hazaña. Bien sabido es que tal medio no es amigo de las pendientes. Las rehúye. Sin embargo, llegó hasta Manizales por el empeño, si se me permite, descarado y antieconómico, de sus notables.

Ferrocarril de Caldas. Imagen Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales.

Por ello, hay que seguir luchando por el aeropuerto. Por la doble calzada de Manizales-Honda, así suene descabellado, pues se trata de una obra necesaria para que el país tenga una vía alterna Bogotá-Calarcá, que obvie cuando se interrumpa, la carretera del páramo de la Línea, y para que desde aquí se pueda llegar también al puerto de Buenaventura. Los gobiernos de los departamentos cafeteros, deberían crear un fondo para que, incluso con técnicos e investigadores extranjeros, se consiga la máquina que logre tecnificar la recolección del café en estas encumbradas laderas. Así la Federación no lo haya logrado, o no se haya interesado de verdad en este cometido, ahí está la salvación de la industria cafetalera. Y por qué no pensar en un cable aéreo, moderno, para carga y pasajeros, que vuelva a conectar a Manizales con Mariquita, para de allí continuar a Bogotá por carretera, y a la inversa.

En la Edad Media algunos sabios ponían como ejemplo de algo imposible, el que el hombre pudiera volar. Sueños que parecen quimeras pero que se convierten en realidades frente a la voluntad de los seres humanos decididos.

Las catástrofes naturales también se confabularon para retarnos.  Si hubiesen sido otros sus habitantes, esta ciudad de los incendios, de los terremotos y de los deslizamientos, hubiese sido esculpida al compás del sollozo y de la resignación. No ha sido así. Se han llorado sus muertos, pero se ha continuado y se continúa con voluntad, desvelo y esfuerzo, siempre al ritmo de la esperanza, del deber y del amor por Manizales.

Una confesión final

Radicado ahora en Bogotá, siento, como Kavafis, que esta ciudad me seguirá, y que la llevaré conmigo a donde quiera que vaya. Y Como Ítaca, pienso en Manizales:


“Ítaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

entenderás ya lo que significan las Ítacas”.

Será así, sí, pero algún día la vida me devolverá a estos parajes de los que no me he desprendido, y que me hablan resguardados en mi alma. La luz de Manizales, las colinas aquellas que la rodean y engalanan, la quietud de sus horas, el pálpito de su catedral como un estandarte de altura y sueño; urbe de paz, en mi corazón el corazón de Manizales, su plaza de Bolívar, lugar emblemático que convoca mis extrañanzas. Evocaciones son de alguien que siente la añoranza por la ciudad de su infancia y juventud.

Esta ciudad reposará en la memoria de mis sentimientos, como una dulce tonada interior que me repetirá: aquí estuvo tu niñez, aquí fueron tus primeros lances de amor y duelo;  desde aquí te acompañarán, como un perfume de exquisitas flores del paraíso, los rostros de aquellas bellas mujeres para las que se detuvo el tiempo en tu memoria; aquí te dieron lo que hoy llevas y te hicieron  lo que fuiste; aquí descansan los restos sagrados de padre, madre y abuelos, y por eso, aquí permanecerá en ti, por siempre, tu más cariñosa y acrisolada nostalgia.

[1] Condecoración Medalla Honor al Mérito. Recinto de la Asamblea Departamental de Caldas, Manizales, mayo 22 de 2018.