29 de marzo de 2024

La conversión del apóstol Pablo.

5 de abril de 2018
Por Jorge Eliécer Castellanos
Por Jorge Eliécer Castellanos
5 de abril de 2018

Por Jorge Eliécer Castellanos M.

El acontecimiento es revelador porque se trata de la más reconocida de las conversiones en toda la historia de la humanidad. Vale autointerrogarnos: ¿qué hecho tan extraordinario permitió que un hombre con poder militar como Pablo, que odiaba el nombre de Jesús, que perseguía y asesinaba a los cristianos, llegara a ser uno de ellos y fuera, en la época, el más decidido propulsor del cristianismo?

La trascendental respuesta consiste en que Saulo de Tarso se convirtió en un ferviente cristiano cuando el Señor Jesucristo se le apareció en su gloria.

La precisión del libro de Hechos de los Apóstoles es conmovedora.  Primero, narra el viaje de Pablo de Jerusalén a Damasco, con la orden de arresto del sumo sacerdote para detener a los cristianos; luego, el destello de luz celestial, la aparición del Jesús resucitado, la voz que le habló de forma audible en arameo y, posteriormente, su llamamiento y envío como apóstol a los gentiles.

Para Saulo, Jesús de Nazaret no era el Mesías anunciado por los profetas. La argumentación crucial consistía en que Jesús había muerto en la cruz del Gólgota. Un Mesías crucificado era una contradicción. Pablo admitía que alguien que había sido colgado en un madero estaba bajo la maldición de Dios, tal como explicaban las Escrituras (Dt 21:23). Los primeros discípulos sostenían que Dios había resucitado a Jesús y que se les había aparecido vivo en diferentes ocasiones, pero Saulo no daba crédito a estos sucesos. Para él eran mentira, eran maquinaciones de sus seguidores.

Saulo creía que Jesús era un impostor y por ello fue enemigo encendido del cristianismo. El libro de los Hechos muestra la furia y el odio que sentía contra el Señor: (Hch 7:58) «Los que estaban apedreando a Esteban dejaron los vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo.»;(Hch 8:1) «Y Saulo consentía en su muerte»; (Hch 8:3) «Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel.»; (Hch 9:1) «Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor…»y (Hch 26:11) «Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras».

Saulo fue el ejecutor de las órdenes de los sumos sacerdotes contra los cristianos. Los móviles de los gobernantes eran políticos y los de Saulo religiosos, no obstante, coincidían en que la causa de Jesús de Nazaret debía ser arrancada de la faz del planeta.

Persiguió y mató a Esteban, -primer mártir del cristianianismo- a quien creía que como pregonero era amenaza contra el glorioso monoteísmo del judaísmo, porque igual que todos los cristianos, atribuía honores divinos a Jesús, el Cristo.

Pablo persiguió a todos los cristianos y decidió que el sumo sacerdote ejerciera su derecho de extradición contra los fugitivos y le exigió «cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén» (Hch 9:1-2). En su animadversión perversa, sin darse por enterado, estaba dando cumplimiento a la palabra de Jesús: (Jn 16:2) «Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios.»

Y Pablo no tuvo reparos en admitir que nada hizo para merecer de la salvación. Por el contrario, en sus propias palabras afirmó ser «el peor de los pecadores» (1 Ti 1:15).

En el caso de Pablo, la iniciativa divina se cristalizó por medio del llamamiento que el Señor mismo le hizo en el camino de Damasco: «Saulo, Saulo». Y si añadimos la luz del firmamento que sobrepasaba el resplandor del sol al mediodía (Hch 26:13), tenemos una manifestación de la gloria del Altísimo que una vez más se expresaba desde el cielo.

Estos fenómenos conmovieron a Pablo. Él se dirigió a su interlocutor como «Señor», y a su vez éste último se reveló como Jesús de Nazaret, quien según Saulo estaba muerto y sepultado, pero ahora comprendió que no era así, dado que se le había aparecido resucitado y con toda su gloria. Entonces se dio cuenta de que las palabras que Esteban había dicho antes de morir eran absolutamente ciertas: (Hch 7:56) «Y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.»

A lo largo de todo el encuentro con el Señor, Saulo habló con normalidad. El Señor le preguntó: «¿Por qué me persigues?», con la que apeló al intelecto, a la razón y a la conciencia. Y Saulo contestó de una forma racional, consciente y libre con otras dos preguntas: «¿Quién eres, Señor?», «¿Qué quieres que yo haga?».

El libro en referencia dice que «repentinamente» hubo una luz del cielo sobre él, pero ésta no era ni mucho menos la primera vez que Jesucristo trataba con Saulo. Jesús mismo confirmó el proceso al afirmar: «dura cosa te es dar coces contra el aguijón» (Hch 9:5).

Pablo era una persona “intachable”. Cuando escribió a los Filipenses explicaba cómo se veía a sí mismo: (Fil 3:6) «en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.».

Asimismo, escribiendo a los Romanos confesaba que aunque su vida exterior era intachable, la ley le condenaba por su codicia, un pecado interno, del corazón (Ro 7:7-9).

¿Qué explicación se podía dar a todo esto si no era que Jesús realmente había resucitado y seguía vivo sosteniendo y guiando a su pueblo en medio de las dificultades?

Después de oir el mensaje de Esteban, Saulo dio su voto para que fuera apedreado. ¿Qué hubo en este mensaje que despertara de tal manera la ira de Saulo?

Saulo persistía en el rito de la circuncisión, pero Esteban demostró que Dios dio promesas a Abraham mucho tiempo antes de que el rito fuese instituido.

Para Saulo, Jesús no podía ser el Mesías escogido por Dios puesto que no había sido reconocido por los líderes de Israel, pero Esteban demostró que desde el mismo comienzo de la nación judía, los padres se habían opuesto con violencia a cada iniciativa de Dios, entre otras: José fue vendido por sus hermanos por celos, Moisés fue desechado por sus hermanos como libertador, y todos los profetas fueron perseguidos por los líderes de la nación.
Saulo indicaba que la venida del Mesías sería un acontecimiento glorioso, pero Esteban citó a Moisés, los profetas y los Salmos para demostrar que Cristo padecería la muerte.

Para Saulo nadie podía tomar el lugar de Moisés y la ley, pero Esteban citó al mismo Moisés cuando afirmaba que el Señor Dios levantaría un profeta más grande que él mismo.

Finalizada su poderosa defensa ante el Sanedrín, Esteban pidió perdón para sus asesinos y mientras era apedreado su rostro se iluminó «como la faz de un ángel» y dijo que estaba contemplando a Jesús a la diestra de Dios (Hch 6:15) (Hch 7:55-60).

Los hombres que iban con Saulo se levantaron atónitos y apreciaron que estaba ciego y tuvieron que llevarlo hasta la ciudad. El orgulloso fariseo que iba por las calles como inquisidor, ahora era un hombre humillado, afligido, andando a tientas, necesitado de una mano que le guiara. Luego, cuando llegó a la posada y se quedó sólo en medio de la oscuridad, empezó a orar y fue entonces cuando se produjo el verdadero cambio interior.

Hasta ese instante fue enemigo de Jesús: (Hch 26:9-10) «Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice…»

Aquella luz que había resplandecido en el camino de Damasco, le despertó súbitamente a la realidad de que en lugar de servir a Dios, estaba obrando en contra de él, destruyendo aquello por lo cual su Hijo había vertido lágrimas y sangre. Persiguiendo a los cristianos estaba contrariando al Hijo de Dios. Este fue un descubrimiento sobrecogedor.

Así Saulo reconoce por primera vez el señorío y la autoridad de Jesús. (Hch 9:6) «Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.»

Si seguimos leyendo el relato, veremos que efectivamente Saulo hizo todo lo que el Señor le mandó (Hch 9:8-9). Pablo reconoce la deidad de Jesús. Se dirige a Jesús llamándole «Señor». Por supuesto, un judío ortodoxo como Saulo, nunca utilizaría el término «Señor» para referirse a nadie más que a Dios. Se refiere a Jesús como «el Señor» y  hace enérgica afirmación de su deidad. De hecho, llegó a escribir que nadie puede ser un auténtico cristiano si no cree y confiesa la plena deidad de Jesús y se somete a él (Ro 10:9).

Cuando Ananías fue enviado a ministrar al nuevo convertido, al entrar a la habitación donde estaba le dio la bienvenida de una forma fraternal: (Hch 9:17) «Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo…»

El temido enemigo de la Iglesia fue recibido como un hermano, como un miembro de la familia. Por esta razón se levantó y fue bautizado (Hch 9:18).

Así comenzó una nueva relación con los cristianos de Damasco que él había ido a encarcelar: (Hch 9:19) «Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco.» Y lo mismo hizo cuando fue a Jerusalén: (Hch 9:26) «Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos…» Jesucristo ya había indicado a Saulo a través de Ananías cuál iba a ser su misión: (Hch 9:15) «… instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel.» Y Saulo comenzó a cumplirla en Damasco, donde se encontraba: (Hch 9:20) «En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios.» Para Saulo testificar era una necesidad: «¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!».

Veremos muchos testimonios de grandes conversiones, realmente increíbles, que anunciarán el evangelio de Jesús y sus noticias de salvación para la humanidad.

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