28 de marzo de 2024

El desprestigio sofocante de la abogacía

13 de abril de 2018
Por David Guillermo Patiño Serna
Por David Guillermo Patiño Serna
13 de abril de 2018

Tribuna universitaria

Por: David Guillermo Patiño Serna

En la lengua latina “abogado” es “advocatus”, palabra que deriva de la locución “ad auxilium vocatus”, la cual se traduce en “el llamado para auxiliar”. En consonancia con ello, se concluye que el abogado es una persona que socorre a otra en algún tipo de dificultad o problema. De esta manera, el abogado es un ser ideal que debe procurar por solucionar los escollos que se suscitan dentro de una sociedad, tanto en los niveles colectivos como en lo particular de cada ser humano.

En Colombia anualmente se gradúa una cantidad inconmensurable de profesionales en Derecho, pareciera que las universidades se hubiesen dedicado a parir abogados en masa. Aproximadamente 38 instituciones universitarias ofertan Derecho en los pregrados bajo la acreditación de alta calidad; son cerca de 148 instituciones las que no cuentan con dicha acreditación pero que igualmente titulan abogados constantemente. Según cifras del Comité Ejecutivo de la Abogacía Colombiana para el año 2017 la cifra de abogados en Colombia estaba por encima de 400.000, por eso, el país ocupa el segundo lugar a nivel mundial, después de Costa Rica, con más abogados por cada mil habitantes.

Según las anteriores estadísticas, en la sociedad colombiana se debería practicar una excelente cultura jurídica, pues son más de 400.000 abogados que se postran de rodillas ante la diosa “temis” para trabajar diariamente en aras de la justicia, la equidad y la igualdad social. Indiscutiblemente un ejército soberano que día a día acude al “llamado para auxiliar”.

Pero claro está que entre el mundo del “ser” y del “deber ser” existe una brecha lo suficientemente amplia como para dejar la puerta abierta a lo indeseado. La realidad de la sociedad colombiana es frustrante,  la abogacía se ha convertido en una quimera que destruye con una potencia incontenible el tejido social, pues gran parte de los adeptos a la justicia han cambiado su bastión y le han ofrecido reverencia a la arbitrariedad.

En nuestro país la abogacía se ha desnaturalizado, ha sufrido fuertes mutaciones que la llevan a consolidarse como una profesión de rufianes, pillos y malhechores. Antaño el abogado era visto como un actor social importante, digno e imprescindible para la interacción entre los seres humanos, hoy día se le ve con desprecio y rencor, como si la sociedad entera quisiera pasar cuenta de cobro a quienes han jurado perseguir incansablemente la justicia pero en realidad han hecho del Derecho el estercolero de la ley.

La reprimenda social que se le formula a la carrera de las leyes es fundada, pues los abogados han sido últimamente los protagonistas de las noticias, pero lamentablemente de las malas: El cartel de la toga, jueces prevaricadores, abogados tiranos que humillan sin razón a los policías, magistrados de las altas cortes investigados por sus prácticas indebidas, abogadas que seducen a los jueces para ganar el negocio, fiscales corruptos etc. Adicionalmente, las personas quieren ridiculizar aún más el Derecho, recuérdese que recientemente un señor se hizo pasar por Fiscal y participó en una diligencia judicial. Y estos sólo algunos de los referentes a los despropósitos cometidos por los dignatarios de la ley.

Sin el ánimo de alentar la sociedad al crimen, recuerdo que la película “la guerra de los Rose” empieza con el siguiente chiste; “¿qué son 100 abogados bajo el fondo del mar?…. Un buen comienzo”. Lo anterior refleja la realidad,  lamentablemente la sociedad dejó de ver al abogado como un emisario de la ley, su imagen está lastrada por la infamia.

Sin embargo, el Derecho es lo que nos permite la convivencia social y el abogado es quien soporta en sus hombros el peso de su estudio. A pesar de ser imposible ignorar los vejámenes que han dejado varios jurisconsultos en la historia de Colombia, lo que se debe hacer es emprender una lucha directa contra las aberraciones jurídicas de los abogados, reafirmar la relevancia de la abogacía, recuperar la creencia y el respeto de las personas en la ley y sus agentes, retornar a la práctica del derecho con decoro y honestidad.

Sin más, somos los estudiantes de derecho quienes debemos empezar una nueva tendencia en el gremio de los abogados, donde a partir de nuestro comportamiento promovamos una práctica digna y respetuosa de la ley en la cual siempre se enmarque el objetivo de servir a los demás, de acudir al auxilio de quienes lo demanden pero sobre todo recordar que el abogado es el coloso que protege la integridad de la norma y de las personas.

De esta manera, nosotros los mozalbetes de la abogacía tenemos un compromiso con nuestra profesión: de nosotros depende que el Derecho continué su fúnebre marcha hacia la repugnancia social o sea revitalizado cual ave fénix de las cenizas por nuevos profesionales conocedores de la ley, la sociedad y los valores