29 de marzo de 2024

INQUIETANTE CARTA BLANCA A PUTIN

19 de marzo de 2018

Las elecciones son un requisito imprescindible para que haya democracia, pero en absoluto suficiente. Este principio tan básico de la ciencia política suma a tantos ejemplos el caso ruso. Como era previsible, las urnas han vuelto a revalidar el poder de Vladimir Putin, cuyo nuevo mandato le permitirá mantenerse al timón del país al menos durante 24 años -interrumpidos sólo cuando por imperativo legal sustituyó la Presidencia por el cargo de primer ministro, aunque siguió siendo el verdadero hombre fuerte-. La contundencia de su victoria es incuestionable. Sin embargo, Rusia se desliza cada vez más por la senda del autoritarismo. Y Putin se ha acabado convirtiendo en un nuevo zar, sin corona pero con trono, que ejerce un poder casi omnímodo sin contrapesos internos y con la oposición aplastada. De hecho, ayer no pudo participar en las presidenciales su máximo rival, Alexéi Navalni, convenientemente inhabilitado tras el avance de sus investigaciones sobre la corrupción de las élites próximas al Kremlin.

Es innegable que a Putin le funciona la peligrosa estrategia ultranacionalista a la que ha empujado a su pueblo. Mantiene una enorme popularidad, que no se ha mermado ni siquiera por su fracaso económico. Como subrayan los especialistas, la situación financiera rusa es «establemente mala». Y es que la superpotencia en los terrenos militar y geopolítico, tiene, sin embargo, una economía casi tercermundista. El partido gobernante ha sido incapaz en estas dos décadas de hacer las reformas estructurales necesarias y el nivel de vida de los ciudadanos ha descendido casi un 20% en el último lustro.

Nada de ello pasa factura a Putin. Porque el antiguo agente de la KGB ha sabido construir todo un relato en torno a sí mismo como garante de la estabilidad, la seguridad y la grandeza del país, valores que para los rusos tienen hoy más peso que la situación económica o no digamos ya las libertades individuales y el respeto de los derechos humanos, tan esenciales en Occidente. Precisamente, el mandatario ha explotado una dialéctica del enfrentamiento con las democracias occidentales que recuerda a los tiempos de la Guerra Fría. Y, a la vez, mantiene una ardorosa diplomacia bélica que le ha llevado a anexionarse Crimea con impunidad, a marcar las reglas en Oriente Próximo con su decisiva intervención en Siria, o a enfrentarse a sus vecinas Georgia o Ucrania. Un renovado nacionalismo muy eficaz en las urnas.

La carta blanca a Putin es inquietante para Europa. El Kremlin no cesará suestrategia desestabilizadora, que ya se ha materializado en la injerencia rusa en diversas elecciones, en la propagación de noticias falsas y hackeos masivos en la Red, o incluso en episodios como el envenenamiento de un ex espía en el Reino Unido. Se avecinan tiempos duros con una potencia tan incómoda, que aprovecha bien además la división europea.

EDITORIAL/EL MUNDO