18 de marzo de 2024

La pelota rodando… y Carlos Arturo narrando

13 de febrero de 2018
13 de febrero de 2018

Con motivo del Día de la Radio, 13 de febrero

Carlos Arturo Rueda C- Archivo Cromos

 Por Rubén Darío Arcila (Rubencho)

Con esta muletilla era presentado El Campeón desde el “potrerito de la 57”, como él mismo llamaba al estadio El Campín en su campaña por procurar un mejor escenario capitalino. El espeso olor de la fritanga – frente al estadio- le dio pie para bautizar “El palacio del colesterol”, que hace muchos años se incorporó a la jerga  bogotana.

Al zambullirnos en el río del tiempo, juntemos los restos dispersos de este naufragio de la radio ciclística, “desde la carretera y en movimiento que es lo importante”. Arrancaba la Vuelta a Colombia y se paralizaba el país. El asesino guardaba su cuchillo y se cruzaban de brazos los ladrones: dejaban de trabajar. ¡Y a oír radio!

Había radios encendidos por doquier: en el comedor, en la cocina, en la casa de enfrente, en la esquina de arriba, en el atrio de la iglesia, en las carnicerías, en los hospitales radios para los muertos y los vivos en pleno frenesí de la transmisión.

Rubencho-Arcila-Tomado de YouTube

La narración del ciclismo se hacía en viejas camionetas con escotillas artesanales, antenas cargadas de electricidad que se doblaban como una caña de pescar y los narradores con la cara llena de una grasa no identificada para evitar las quemaduras del sol. Era Carlos Arturo Rueda, el locutor de locutores, El Campeón. Era un poeta el que emprendía el vuelo. Colombia en pos de su estela, palpitando al unísono, sobrecogida tras él, prisionera de su delirio verbal. No ha nacido otro igual.

Se retiró del boxeo después de recibir una auténtica paliza en el  tercer asalto frente al representante de Bolívar, Roque Nazaro, en los campeonatos nacionales de Manizales y se entregó de lleno a la farándula. En sus inicios como crooner se ofreció para animar programas radiales nocturnos en vivo. Cuando faltaba el artista, Carlos Arturo lo reemplazaba interpretando- por ejemplo- Lágrimas Negras: “Aunque tú me has dejado en el abandono. Aunque has muerto todas mis ilusiones… en vez de despedirte con hondo encono, en mis sueños te colmo de bendiciones”.

Estuve con El Colorado Rueda C, en Berlín – 1987 – acompañando a la delegación colombiana en el Tour de Francia. Salió a dar una vuelta al sector comercial  intentando defenderse sólo con el idioma. A los 15 minutos ya estaba de regreso en el lobby del hotel, mal encarado: “No los soporto. Esta gente habla muy enredado. Por eso es que no progresan”. A todo le ponía su genial toque de humor. Ya al final de su carrera no aceptó trabajar en Medellín, Pereira, Cali, Villavicencio. “Este país solo tiene dos ciudades: Bogotá y Chapinero. Lo demás son paraderos de buses.”

Creó la tribuna de gorriones, un sector gratuito para los niños, después de llorar en el micrófono la muerte accidental de un jovencito que intentaba saltar los muros del estadio Pascual Guerrero – colado- para ver a su equipo favorito, el América de Cali.

Su programa bandera- Momento Deportivo– se convirtió en toda una institución en la radio de la época. Inventó las páginas deportivas desde El Espectador, dando mayor despliegue a la información que hasta esos días se limitaba a un simple titular deportivo en los diarios nacionales. No rasgaba la voz, no gritaba. La proyectaba hacia la inmortalidad.

Bautizó pueblos enteros: Silvania, Tierra de Promisión. Tuluá, Remanso de paz en el corazón del Valle. Con Carlos Arturo aprendimos historia, geografía, poesía y el camino para llegar hasta Riosucio, La Perla del Ingrumá; y de su mano exploramos el arribo a Anserma, Santana de los Caballeros. En su pizarra de gran maestro están grabados los nombres del Indomable Zipa, El águila Negra, Pajarito Buitrago, Don Ramón de Marinilla, La locomotora Rubia, El Sastre de Envigado, El Príncipe Estudiante, El corredor de la Virgen del Carmen, El negrito Lucumí, La licuadora paisa.

Yo bebí en esa fuente maravillosa de su inspiración y a veces lo imito pero no lo igualo. Simplemente, todo ser humano quiere parecerse – en ciertos asaltos de la vida – a un Campeón. Eso sí, varios hilos de mi garganta tienen el brillo suyo.

La memoria  rodando y Carlos Arturo no para; sigue narrando.