29 de marzo de 2024

El señor huracán

1 de febrero de 2018
Por César Montoya Ocampo
Por César Montoya Ocampo
1 de febrero de 2018

cesar montoya

Muere  Mirabeau el 2 de abril de 1.791, a los 42 años. Su cuerpo desintegrado es un escuálido reducto de enfermedades crueles. Agónico escucha unos cañonazos y exclama: “¿Se realizan ya los funerales de Aquiles?”. Este final luctuoso lo relatan, con prosa conmovedora,  sus  biógrafos Antonina Vallentin y Edmundo Rousse.

Era feo. Brazos con músculos grasosos, manos torpes, cabeza macrocéfala, pómulos rugosos de boxeador golpeado. Nariz como un  furúnculo fastidioso.  Labios gruesos y carnosos. Cuerpo rechoncho y macizo.  Vestido estrafalario,desgarbado y sucio. Agréguese a ese perfil un pie torcido, dentadura irregular,  lengua,como la de Demóstenes, con frenillo limitante. Rostro cicatrizado de viruelas. Su padre escribió : “advierto en él la índole de un animal”. Talvez, por verguenza, le cambió el nombre. Pasó a llamarse Pierre Buffiere.

Mirabeau fue teatral, borrascoso, garañòn y calavera. En su juventud, dañò matrimonios, acostò condesas, escaló tapias y huyó con  sus queridas. Tenìa poder de seducción irresistible. Su progenitor lo tuvo como adversario. Su madre “ve en su hijo a su peor enemigo y en un paroxismo de ira toma una pistola  y dispara contra èl”.

Fue acusado de tentativa de asesinato.Pasò cinco años  en la prisión de Berri-Cavalerie,encarcelado en la ciudadela de la  Isla Re,  asegurado en el fuerte  de Joux, encerrado en Vincennes por cuatro años  y detenido en Londres. Los calabozos lo transformaron en un  introvertido rabioso, duro y hostil como las rejas  que lo oprimían, masoquista para rumiar  sus desventuras. La ergástula lo purificó. Se autoeducó embebido en lecturas  sustantivas  que le inyectaron poderío a su cerebro. Genuflexo ante las faldas. Después de conquistar y llevar al altar a una rica heredera de Provenza, arrasa el matrimonio del señor Monnier, un adinerado anciano impotente y  huye con Sophie, su esposa. Esta escaramuza sentimental termina en captura  para ambos. En Inglaterra cautivó y explotó  a Mme Nehra con quien  entretuvo una larga temporada. Esta es su estampa de cràpula temible.

A Mirabeau le fueron suficientes 42 años de vida para incrustarse en la inmortalidad. Dejó de ser tunante y camorrero, convirtiéndose en orador patético para manejar a su antojo la revolución. Para justificarla, fue púlpito, garganta enardecida, deliquio sin  control.

El primer tomo de la “Historia de los Girondinos”, Lamartine lo inicia con su nombre. Le dedicó un penetrante ensayo. Cómo valoraría su peso histórico que es el abrebocas de esa obra maravillosa. Nadie encuentra respuesta que, sin universidad, Mirabeau flameara con un mar de sabidurías. Temas de banca, controversias punzantes con  sus adversarios, pluma para los arrebatos polémicos, más dominio teórico de la hacienda pública, más conocimiento doctoral de las estrategias de la guerra, amén de los debates legendarios contra  ministros, defensa  remunerada del rey, y de todo ese fenomenal barullo, la admiración y el respaldo gritón del populacho. La Asamblea Nacional lo respeta por el valimento irónico de su talento. Mirabeau es un hombre superior.

Dominaba el teatro, resucitaba el temblor de las palabras,enardecía los públicos, añicaba a los adversarios, era un botafuegos. Rey del espectáculo.Manos hercúleas  tanteando en el espacio, mirada detrás de las agujas de los dedos, torax abombado por la emoción, voz de rugidos, frases con puntos suspensivos y de pronto un monosílabo estentóreo. Nada de sonrisas, tampoco contemplaciones dulcetes, solo rigidez conceptual y estudiado final de las arengas.  Cómo, en vida tan desordenada, le alcanzó el tiempo para traducir a Tíbulo, Tácito y Bocacio. Cómo, para escribir libros polémicos. Con razón dijo de sí  mismo : “He hablado tanto como leído”. “Duermo raramente no más de tres horas por noche….escribo o leo catorce o  quince horas al dia. Sucumbo o sobrevivo”.

Edmundo Rousse le fabricó esta estatuilla conceptual que lo realza y proyecta : “ De cualquier modo, cada época tiene oradores, cuyos éxitos pasan pronto, cuyos triunfos duran poco y que, una vez cerrados sus labios, viven más por su fama que por sus discursos. A estos obreros de un  dia no se les puede juzgar a cien años de distancia, por páginas mudas y escritos descoloridos. Hay que remitirse al juicio de sus contemporáneos, aquellos que han podido verles y oírles, que  han sentido de cerca la sacudida de la palabra y el choque de su elocuencia . Esos, sin que nos sea permitido equivocarnos, le han dado a Mirabeau el primer puesto. Jamás le será arrebatado”.

Mirabeau fue llamado “el señor huracán”.

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