28 de marzo de 2024

Corrida sin toro

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
22 de febrero de 2018
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
22 de febrero de 2018

Columna desvertebrada

Óscar Domínguez Giraldo

Los toros que finalmente no fueron aligerados de sus apéndices están felices con el fin de la temporada.

Esta coyuntura invita a recordar el día que en Montebello, mi pueblo, “eran las cinco en punto de la tarde”. No toreaba Ignacio Sánchez Mejías, inmortalizado por García Lorca, sino un tal Rafaelillo de Triana.

Hasta cuando apareció el personaje, en el Montebello de los años cuarenta, el novillo se servía en bisté, sancocho, carne en polvo, morrillo, sobrebarriga.

Tan pronto llegó pisando y hablando duro con falso sonsonete español, el forastero alborotó la ingenua cotidianidad de la parroquia hablando de hacer una corrida.

¿Que no hay plaza de toros? Tranquilidad en los tendidos. Había abundante guadua en El Caunzal, de propiedad de don Perucho Calle.

Para la construcción de la plaza el improvisado arquitecto reclutó niños como Conrado Domínguez Hernández  y Salvador Domínguez Restrepo, mis fuentes principales para escribir estas líneas.

El primero, primo de este aplastateclas, fue gerente estrella de Fuentes en la época de oro de la disquera, y el segundo, es un artesano-artista que talla vacas tan perfectas que casi dan leche, según el investigador musical Gustavo Escobar Vélez.

La nómina de “constructores” la completó el colega de Cúchares con vagos que sacó de la cama con la promesa de una suculenta paga. Les encargó cortar la guadua y llevarla hasta un baldío en El Alto donde se construyó el improvisado coso. Pagaría con el producido de la corrida.

Mientras duró la obra, el advendizo, anticipo del célebre “embajador” de la India que tumbó a medio Neiva, vivió a costillas de mis paisanos.

En sus ratos de ocio, Rafaelillo comía aquí, dormía allá, prestaba plata acullá, embarazaba donde le daban tiro.

Durante treinta días la comidilla en el pueblo fue la bendita corrida. A nadie le preocupó que los toros de Montebello no fueran criados para emberracarse. Ninguno había hecho cursillo para toro bravo.

Otro ilustre tumbado, don Luis Franco, el carnicero, aportaría una de sus reses de gasto.

“A las cinco de la tarde” de aquel domingo había lleno hasta las banderas con el blancaje montebellense en el callejón. Rafaelillo hizo su entrada triunfal por la puerta de los sustos. “Usía” ordenó soltar el novillo ascendido a miura.

Ante tan abigarrada concurrencia el novillo se asustó. Era un remedo de semental, feo, tuerto, pusilánime, entelerido, rodillijunto, patiapartado, escéptico, tristón, flojo de remos, atembado y cojo. Decidió escapar.

En medio de la algarabía y el estupor del respetable, Rafaelillo aprovechó el caos para copiarse del toro. Y los que se abren.

Si García Lorca le gastó extenso poema a Sánchez Mejías, del hechizo mataor quedaron versos como este de Alirio Domínguez: “… y don Serafín Domínguez, clavos y alambres le fio, y esperando la corrida, don Serafín se quedó”.

Pero hubo fiesta en los tendidos. Así deberían ser las corridas del futuro, sin toro y sin torero. Dejó la inquietud. El Colombiano.

Árbol toro

Ñapa 

Oreja, rabo y pata para Petro

 Hace años, cuando el alcalde de Bogotá, Petro, les puso el tatequieto a las corridas, me llegó el siguiente comunicado expedido por los toros que en Colombia lograron sobrevivir:

“Hola, pequeños césares (toreros) de Macondo, y de la “Madre Patria”, que introdujeron el desorden. Los que iban a morir, no los saludan. Es más, les retiramos no sólo el saludo sino la mirada, como hacen los indígenas del Cauca cuando son agredidos.

Estamos que no cabemos en el cuero desde que el Petralcalde decidió hacerles el feo a las corridas. Poetas de todas las musas y jugadores de voleibol se han apoderado de la arena bogotana. Todo nos llega tarde, hasta la civilización. Esperamos que el buen ejemplo cunda.

Esa es mucha machera de tipo. No importa que compre la ropa en el mismo almacén de San Victorino (El Hueco bogotano) donde lo hace Lucho Garzón. Con nosotros, Petro cortó oreja, rabo, pata, hígado, perhuétano, todo. Le perdonamos su pasado de guerrillo de escritorio y le deseamos total recuperación después de que le operaran la unidad sellada. Lo necesitamos.

De paso, los miuras colombianos aprovechamos para expresar nuestra solidaridad con los astados de todo el mundo que perdieron -y perderán- no sólo la vida sino la  estética, porque nada más feo que un muerto desorejado.

(Lo único rescatable de estas “fiestas” serían las crónicas de algunas plumas mercenarias que se orgasmean hablando de la corrida tal. Proponemos corridas de toros sin toros, para conservar la fauna de los cronistas. Respetamos el libre desarrollo de su confusa personalidad. Y su exquisita prosa. Deberían utilizarla ahora narrando partidos de voleibol en el coso de la Santamaría).

Por enésima vez, invitamos a los alcaldes que en el mundo son, a que si no son capaces de imitar a Gustavito, como le dicen al del EME  en su casa, empiecen por prohibir la entrada de trago a los tendidos. Sería el primer paso histórico, incruento, para acabar con esta bárbara costumbre.

Corrida sin trago es como amar sin amor, jugar tenis sin pelota como en la película “Blow up”. O a asistir a una corrida de toros con gallos de pelea.

Pensando con las ganas, seria preferible que los matadores primermundistas permanecieran en España, y se fueran “a” de tapas por tascas madrileñas en vez de darnos con su perverso arte en nuestras propias barbas.

Notificamos “urbi et orbi” que los toros preferimos terminar en bisté a caballo y no dando la vuelta a ningún ruedo, así García Lorca haya dicho que ninguna fiesta más rodeada de belleza que ésta en la que perdemos la vida para que nuestros antagonistas, armados hasta los dientes, engorden sus cuentas bancarias.

“Menos poesía y más respeto por nuestros derechos humanos taurinos”,  es nuestra consigna.

La cita de Federico, como le dicen, la hizo el entonces presidente Gaviria la vez que le otorgó en Palacio medallita a su tocayo  César Rincón, quien pasó de matador a hablar de nosotros a través de la radio como comentarista. Mejor dicho, de guatemala pa’ guatepior.

“La muerte luce el pretexto para que la vida se afirme”, dijo un tanto cantinflescamente el mandatario del revolcón en honor de Rincón,  una especie de Cristóbal Colón al revés en la medida que les “descubrió”  a los españoles cómo fajarse en el ruedo.

Ese día, Gaviria le gastó Cruz de Boyacá en el grado de Caballero. Como se sabe de la debilidad  de Rincón por cortar orejas, un contingente de gorilas del DAS se ubicó  cerca del presidente y de doña Ana Milena, su mujer,  y otro tira al lado de los delfines Simón y María Paz,  para evitar que fueran desorejados.

Para proteger sus apéndices auditivos, el periodista de Chinchiná, Caldas, Leonel Toro cubrió la condecoración por entre las cortinas de los salones Amarillo y de Credenciales, convertidos en coso político-etílico-taurino-social.

Sea el momento de recordar que aquel precepto, más pragmático que cristiano,  de No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti, es válido también con nosotros pues desde que nacemos nos entrenan para que nos pongamos bravos y nos hagamos matar.

¿Por qué no nos adiestran para la vida, no para la muerte, y de paso aplican esta estrategia en la vida cotidiana del bobo sapiens? Si quisieran, con nosotros podría empezar la cultura de la vida para oponerla a la incultura de la muerte. Escuchamos propuestas.

Piensen los señores de la muerte, alias toreros y yerbas afines, en lo ridículo que se ven metidos dentro de un traje de luces tan apretados que se les marca notoriamente la  diferencia anatómica que natura les dio, para locura y carnaval de los peinadores de las reinas de belleza. Y de las reinas, claro.

¿No le parece una solemne bobada al “civilizado” mundo que asiste a las corridas, que éstas sirvan para que las bellas saquen a tomar el sol sus trapos costosos y los políticos les sonrían a los fotógrafos para que los reencauchen en las páginas sociales de diarios y revistas, sobre todo en período electoral?

Si bien estamos litigando en causa propia, ¿no les parece a los toreros pendejo y bochornoso un espectáculo en el que la gente enloquece porque el toro trata de quitarse de encima un trapo que le impide ver los audaces carrizos audaces de sombra y la colección de cirugías que exhibe en los tendidos Lesbianita de Tal?

¿Qué será de las venideras generaciones con nuestros muchachos tratando de hacerse matadores en vez de estudiar para oradores, modelos, politólogos, gramáticos, corrupticos de primer y último semestre, periodistas,  presentadoras de farándula, literatos, futbolistas o ciclistas que son las profesiones que le han dado lustre y palustre al país?

No vamos a censurar a los caballos que también son adiestrados para formar parte de la fiesta que llaman brava. Su lealtad les impide negarse a participar en el bárbaro rito de la muerte.

Informamos a los aficionados de sol y sombra y a los eternos figurones de callejón, que nos hemos declarado en asamblea permanente y que estaremos prestos a informar sobre medidas similares a la adoptaba en Bogotá por Gustavito que Dios guarde.