29 de marzo de 2024

Barbarella y sus dos maridos

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
18 de febrero de 2018
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
18 de febrero de 2018

Columna Otraparte

Óscar Domínguez Giraldo

Gato de Luis Miguel, tres años, quien le pregunta a su abuela al ver muy zen, contemplativo al felino: «Abuela, ¿en qué estará pensando el gato?».

Tal vez en protesta por la existencia de tantos acosadores sexuales que van por el mundo agazapados, sueltos, olímpicos, Barbarella Burchner, londinense, decidió casarse con sus dos gatos.

No fue un amor a primera vista. Primero se conocieron virtudes, defectos, ronquidos, cuenta bancaria. Lo usual. Se casaron cuando entendieron que eran la una para los otros.

Bueno, tampoco tanto. Porque los felinos Lugosi y Spider, como sus colegas, pocón de amor. “Viven en la eternidad del instante” (gracias, Borges). Se dejan vivir y punto. El amor entre los tres será eterno mientras dure. Como cualquier romance.

Para un gato más vale ratón o lasaña (¿qué tal, Garfield?) en mano que amorío volando. O una BB que les pague luna de miel en Canarias y se tatúe las iniciales de ellos en cada pierna, como sucedió en esta historia.

La súbdita británica tomó la decisión “cansada del amor de los hombres”. Traduzco el entrecomillado: Se fatigó de tanto acoso perverso del macho alfa, de tanto “Él” que por detentar alguna migaja de poder procura regalarse acrobacias horizontales.

BB tiene 48 años. Si no se quitó alguno. (Claro que no se pierden los años que se quita una mujer: van a dar donde alguna de sus amigas, dicen los chinos).

La noticia de este ménage à trois a la inglesa es un golpe bajo al ego del homo sapiens. Eso de cambiarnos por dos mininos no es para poner en la hoja debida.

¿Qué tal que en represalia por tantos “Él” como el denunciado por la periodista Claudia Morales se multiplicaran las Barbarellas? Nuestros días estarían contados.

Barbarella, una mezcla de Chaplin con Hitchcock, se hizo leer la epístola en un sitio web que se dedica a esos menesteres. Si alguien duda, ella le puede mostrar su certificado de “mártirmonio”.

Hace unos años, en la India, Bimbala Das, de 30 abriles, se casó por poder con una cobra venenosa. (Por poder porque el día del casorio, pagado por los vecinos, como debería ser, se negó a salir de la cueva).

¿Qué nos pasa varones domados: Así de mal estamos tratando a nuestras “dulces enemigas” que nos están cambiando por bichos?

También en Bhubansewar, India, otra fémina se casó con su perro. Le dio la razón a Diógenes quien desde su hotel de cero estrellas proclamó que mientras más conoce a los hombres más quiere a su mísero can.

Con el perdón de los gatos, estoy más cerca de Diógenes que de Barbarella. Hasta el punto de que solo acepto la reencarnación si incluye a Yiya, la french poodle que nos acompañó 15 años. El Tiempo.

Ñapa

MIAUUUU 

El gato es el único cuadrúpedo que vive en vacaciones perpetuas. Nace y ya está jubilado. Es el indiscutido rey del “dolce far niente”. Lo llaman para que no haga nada y está ocupado durmiendo. 

Gato es el otro nombre del silencio. Parecen con silenciador en cada pata. Por dicho motivo, estas alfombras de silencio no se sienten. Al gato hay que sospecharlo. 

No inventaron el anonimato: le dieron estatus. Saben que el gato solo bien se lame. No solo el buey. 

Cuando irrumpe un ladrón en casa, en vez de “ladrar”, los gatos asumen que el intruso es algún remoto amigo de la familia, o alguien próximo al árbol genealógico, y sigue durmiendo. Lo mismo les da. 

Nunca le piden papeles al advenedizo. Desde su plácido sueño acompañan al ladrón a que vacíe la casa. Le muestran donde está al bar para que se relajen del susto que produce robar. Luego se relamen el bigote como si los pillos hubieran sido ellos. 

Un gato es doméstico por convención, no por convicción. No marca tarjeta, no acata órdenes, no nada, como el grumete. 

En cambio, desde su óptica fosforescente, el hombre es gato para el gato. Lo manipula con un coctel de desprecio mezclado con desdén y gotas amargas. Es como una amante exótica que pide mucho y suelta poco. Un gato no da ni la hora de la semana pasada. 

Escasamente, le permite al hombre vivir en su casa (en la del gato). El otro que pague arriendo e  impuestos. 

Los gatos son la contraria del pueblo. Punto uno: empiezan haciendo el amor y terminan decretando la guerra. Punto dos: hombres y mujeres ven un ratón y se asilan sobre un taburete. 

La verdadera “petite” diferencia entre un hombre y una mujer radica en el tiempo que uno u otra se demoran trepándose al taburete para escurrirle el bulto al roedor. Un gato arregla el asunto gastronómicamente: convierte al pusilánime roedor en bisté a caballo.   

El gato es el logotipo de la pereza. Este felino no camina: se aburre sobre cuatro patas, las mismas que necesita para burlarse del mundo. 

Vive en la eternidad del instante, escribió Borges. En realidad, para los gatos todos los días son martes 13. De allí les viene la longevidad de sus siete vidas. Un mortal común y corriente ve un martes 13 en su futuro y paga esconderos a peso. 

Hay gatos suicidas y marrulleros: se suicidan de una de sus vidas pero siguen tan campantes disfrutando de las demás. 

Antes de morir del todo, el gato es el único animal que hace un cursillo demorado de seis muertes previas para estar seguro del todo a la hora de ponerse el traje de luces de la eternidad. 

Los gatos no se condenan ni se salvan. Reencarnan en ellos mismos. Mientras van liquidando sus existencias siempre que caen, caen parados, como ciertos políticos que pierden las elecciones pero caen, olímpicos, en la nómina. 

Imposible un gato con estrés. ¿Quién ha visto un micifuz de estos en un baño turco, al borde del infarto, yendo donde el siquiatra, con principios de úlcera o hablando por celular como cualquier ejecutivo blindado?  

No hay gatos callejeros, de rueda suelta. Viven en buena casa, sin pagar siquiera en fidelidad a sus amos. Esas minucias  subalternas se las dejan a los perros, sus genuflexos antípodas. Por eso no se pueden ver. 

No les duele una muela. Se burlan de la urbanidad del venezolano Carreño con su lavado del gato. Nunca han entendido por qué al bobo sapiens le dio por hablar de que no se debe meter gato por liebre. Las comparaciones les parecen odiosas. 

Son mimados a morir. Un gato es una manifestación de pucheros. Creen que se lo merecen todo. Todos los gatos quisieran reencarnar en Garfield, el otro yo de toda la felinidad. 

Hubo conclave de gatos cuando decidieron escoger su esperanto o grito de guerra. Entonces nació el miauuuuu.