18 de abril de 2024

Paráfrasis de la vida y la muerte en el ruedo colombiano

20 de enero de 2018
Por Hernando Salazar Patiño
Por Hernando Salazar Patiño
20 de enero de 2018

Por Hernando Salazar Patiño

Alfonso Gutiérrez Millán es un viejo e inteligente amigo, con el que se suelen tener  muy sápidas tertulias, cuando se visita Pereira, ciudad que lo cuenta entre los más brillantes de sus hijos. Quizá desde la muerte el “El Diablo”, o sea, del poeta Héctor Escobar, que las procuraba y animaba, me he privado de disfrutar con más frecuencia de ese placer. Pero Alfonso, a quien conocí en las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Caldas, de donde es egresado, es también un hombre culto y un grave ensayista. Escribe una columna en El Diario, por décadas el más importante cotidiano de la capital de Risaralda. La que publica con más asiduidad en los últimos años, lo que hace que se retiró del cargo de Notario, de su ciudad.

En Facebook,  Alfonso glosó mi artículo sobre “Toros y Literatura”, en la que recuerda su temprana afición a la Fiesta Brava, los motivos para su radical cambio de opinión y me confiesa que vendió o se deshizo de la obra de José María Cossío, autor de una extensa obra en varios volúmenes tenida como la “enciclopedia taurina” por excelencia, por su completa documentación, para la que fue animado por el filósofo español José Ortega y Gasset.

El último jueves, en el periódico pereirano Alfonso Gutiérrez Millán volvió sobre el tema, que reprodujo en FB., bajo el título ETICA ANIMALISTICA.  Por ese mismo medio la comenté, por lo que me parece oportuno dar a conocer aquí  ambos textos.

ETICA ANIMALISTICA

El novelista Ernst Hemingway afirmaba que el carácter hispánico no admite término medio entre el amor y el odio. Quizás por ello se cuentan más de tres siglos de polémicas sobre la presunta inmoralidad de la “fiesta brava”; que ha sido enjuiciada por sus adversarios como el más notorio atavismo de nuestra herencia peninsular. Hoy, especialistas en ética como P. Singer y J.Harris proponen terminar con los sufrimientos ocasionados a los animales, por considerar, entre otras razones, que obedecen a dudosísimos intereses construidos en nuestra condición de ser los mayores depredadores existentes sobre globo terráqueo.

La diferencia entre el “antropos” (hombre) con el “zoon” (animal), viene desde los griegos y consiste en crear distancias cualitativas entre las especies. Sin embargo, el deontólogo agnóstico P. Singer y el teólogo católico A. Linzey aceptan, con Darwin, que el sistema nervioso central humano denota continuidad con el de los animales superiores; estos, no solo sienten dolor sino que poseen cierto nivel de pensamiento; aunque los humanos gocemos de un mayor desarrollo cerebral que permite controlarlos, dominarlos ¡Y hasta exterminarlos!

Los humanos trasformamos el mundo, cambiando nuestros modos de producción. Y ello crea enormes intereses. A juicio de los filósofos éticos esos intereses se extienden solo a los requerimientos más justificables de la especie humana, como la necesidad de ingerir proteínas de origen animal provenientes de pollos, cerdos o vacunos. Sin embargo, no podríamos subsistir sin un altísimo grado de respeto por aquellos intereses que atañen al medio donde habitamos, incluyendo los animales, por ello, al sacrificarlos, no deberíamos hacerles sentir dolor, tal como lo prescribe el más reciente catecismo católico.

Científicos y filósofos, ateos, agnósticos y católicos, coinciden en que animales como el toro de lidia o los llamados “gallos de pelea” no deben ser objeto de maltratos solo para complacer a minorías que se autolegitiman en el aspecto más cruel de nuestra tradición hispánica. Estas son algunas de las razones que el suscrito ha tenido en cuenta para dejar de lado una complejísima adicción que lo empujó, casi desde niño, hacia las plazas de toros.

“PARÁFRASIS”

Qué bueno mi querido Alfonso Gutierrez Millan, que esa discusión entre el sufrimiento y la muerte ritual de los toros, y los que piden evitar o prohibir uno y otra, se hubiera dado (y se diera) en favor de la vida humana, de evitar y prohibir el sufrimiento, el secuestro, el desplazamiento, la mutilación, la orfandad, etc (y por ello, sancionar) y las miles de muertes «rituales» a nombre de ideas abstractas, sin ningún arte, bestiales y feroces, en unas corridas celebradas en los campos más desamparados y abandonados, sin burladeros, en una supuesta pero terrible, cruda y (sur)real «guerra», que te digo, de veras, nunca he podido entender entre quiénes (y conocí muchísimas de sus víctimas y algunos de sus victimarios), de quiénes contra quiénes y a nombre de quiénes, pero «autolegitimada en el aspecto más cruel de nuestra tradición» colombiana, creando «una complejísima adicción que los empujó, desde niños y casi desde niños», por la fuerza y por la debilidad (paradójicamente coincidentes), a matar, sin entender por qué, y sobre todo, para qué.

Ni las orejas, ni el rabo de las víctimas, logran o lograron conseguir de trofeo. Para los empresarios, todos los beneficios. Con la diferencia de que no hay arrepentimiento, como en tu caso, que solo asistías y aplaudías y hasta te emocionabas cuando lo hacían bien. (Igual yo). Pero ahora, el perdón se le exige y está partiendo de los toros sobrevivientes, así hayan masacrado a sus hermanos, parientes y vecinos de las dehesas, o los hayan echado para campo abierto, perdonar a los toreros que les dieron la estocada, y más todavía, perdonar a los que ordenaban o ejecutaban los más sanguinarios de los descabelles.

Pidiendo la reconciliación con los «matadores» aunque éstos no se arrepientan, con el pretexto de que estaban en una larguísima temporada de corridas, y lo que estaban ejerciendo era un «arte», que estimularon en varias generaciones de la juventud más vulnerable y vulnerada, para que el modelo impuesto (torear o matar porque sí, por «arte) siguiera en campos y veredas, pero llegara a las ciudades, y ahora, cansados, como les arrebataron las «plazas» principales, ejercerán en teoría, como una especie de Cossíos, desde la mejor, más privilegiada y bien retribuida tribuna, los autores de la gran Enciclopedia de la Muerte en más de cincuenta tomos, de la que no revelarán sus peores páginas, y si acaso, las «forzadas», «justificables» y «exonerables», mientras no han escrito ni nos han permitido leer a los colombianos, una sola página de la Enciclopedia de la Vida, que debieron escribir  o prometer escribir, ya hace siete años, pero los que no creemos que la puedan escribir (puesto que es imposible sin una concepción de vida humana).

Porque tampoco los editores les exigieron siquiera unos cuantos renglones, ni a los «matadores» retirados les ha interesado escribirlas, de modo que ya nos quedaremos sin leerlas, y a medio país (tan enseñado a que la vida no vale nada, o que se puede quitar la vida de los que piensan distinto, o por cualquier cosa, un rumor, un señalamiento, porque son «objetos» u «objetivos militares» o quitarles su libertad, porque no es grave, no hay que castigar, hay que perdonar, y premiar), a ese medio país que dice representar, defender y querer «la paz» en el ruedo de Colombia, no le interesa para nada o no lo ha dicho, qué concepción de la vida tienen ahora la nueva cuadrilla y sus empresarios.