29 de marzo de 2024

Un general y un caballo de guerra

10 de diciembre de 2017
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
10 de diciembre de 2017

Coronel  RA  Héctor Álvarez Mendoza

La historia del caballo “Comanche” al que nos referiremos en esta ocasión, guarda estrecha relación con la saga del General George Armstrong Custer uno de los generales más conocidos y polémicos en el panorama histórico militar de los Estados Unidos por tratarse de un personaje, destacado más por sus defectos, ligerezas y metidas de pata que por sus cualidades como militar y conductor de tropas, por lo cual su biografía y sus hazañas han sido profusamente divulgadas en múltiples películas, series de televisión, libros y publicaciones de todo género.

Paradójicamente, su celebridad se debe a la derrota que sufrió a manos de los indios Sioux en la batalla de “Little Big Horn” el 25 de junio de 1876 en el estado de Montana, donde murió junto a los 264 miembros del “Séptimo Regimiento de Caballería”, su unidad de combate, al ser atacados por cerca de 2.000 guerreros nativos de las siete principales comunidades indígenas de la región, las tribus Hunkpapas, Sans Arc, Pies Negros, Miniconjous, Brules, Oglalas y Cheyenes, dirigidos por célebres jefes indios como “Dos Lunas”, “Gall”, “Caballo Loco” (“Tasunka Witko”) y “Luna en el Rostro” liderados por el conocido y famoso jefe Sioux “Toro Sentado”, (“Tatanka Yotanka”) prestigioso jefe “pielroja”, recordado en muchas películas que han inmortalizado su figura y sus hazañas como jefe militar, astuto conductor de bravos guerreros indios y notable táctico natural.

Nos referimos a una especie de anti héroe que se destacó en la Guerra de Secesión o Guerra Civil norteamericana y luego en la guerra del gobierno estadounidense contra los nativos norteamericanos, los primeros pobladores de estas tierras, arrebatadas a sangre y fuego y que culminó a finales del siglo XIX con el desplazamiento y virtual exterminio de los indígenas, los primeros y auténticos dueños ancestrales de esa rica y extensa porción del continente americano. El general George Armstrong Custer, el personaje de nuestra historia, se graduó en la Academia Militar de West Point en 1861, donde ocupó el último lugar entre los 36 egresados de su promoción, en la cual se distinguió por haberse hecho acreedor a 726 “deméritos” o notas negativas por mal comportamiento durante su permanencia como cadete del curso de formación, record absoluto en la historia de la prestigiosa academia militar norteamericana, situación que lo tuvo permanentemente al borde de la expulsión, aunque, a pesar de ser una auténtica “caspa”, también se destacó por su audacia y valor, cualidades que lo rescataron y catapultaron, ya durante la Guerra de Secesión, en la cual se alineó con las fuerzas federales antiesclavistas, a una serie de precoces saltos de rango dentro del escalafón, que le permitieron llegar al grado de Brigadier General apenas cumplidos los 23 años y a Mayor General un par de años más tarde, a pesar de que en tales casos se tratara de rangos de carácter provisional, otorgados por sus temerarias acciones en tiempos de guerra, méritos y distinciones caracterizados en esa época por su flexible temporalidad.

Por ello, a pesar de que al morir a los 37 años ostentaba el grado efectivo de Teniente Coronel, la historia lo reconoce como Mayor General, Comandante del Séptimo Regimiento de Caballería del Ejército de los Estados Unidos. Pero su figuración e indiscutible fama en la historia militar la debe Custer a su arrogancia, su carácter excéntrico y a su megalomanía que lo llevaron a considerarse como un personaje iluminado y especial. De hecho, cuando recibió su primera estrella de general, diseñó su propio uniforme con chaqueta amarilla de gamuza y una vistosa bufanda roja permanentemente anudada al cuello. Se dejó crecer el rubio cabello hasta los hombros y diariamente dedicaba tiempo considerable al cuidado de su barba, su uniforme, sus arreos militares y su acicalamiento personal. Sus subalternos lo admiraban por su personal estilo de vestirse durante sus actividades militares pero especialmente por su don de mando en combate, pues siempre era el primero en avanzar a la cabeza de sus tropas en las cargas de caballería contra el enemigo, así se tratara de enfrentar a soldados del ejército confederado en la Guerra Civil o a bravos guerreros de las tribus contra las que combatiera en la guerra contra los indios. También fue reconocido, aparte de su valor y audacia, por la crueldad de sus acciones especialmente durante las guerras indias.

La historia le achaca y critica sus excesos durante la Batalla del Río Washita, cuando en la madrugada del 26 de noviembre de 1868, en medio de una tormenta de nieve, Custer, al frente de 800 hombres de su Regimiento, sorprendió dormidos y atacó a un campamento de indios Cheyennes, situado a orillas del rio Washita, matando a 113 nativos, entre mujeres, ancianos y niños, además de 11 guerreros, entre ellos a “Black Kettle”, (“Caldera Negra”), jefe de la tribu, a su esposa y sus bravos “Pequeña Roca”, “Hombre Malhumorado”, “Caballo Azul”, “Lengua de Oso”, “Dientes Rojos”, “Oso Ciego”, “Pequeño Corazón”, “Pájaro Rojo”, “Oso Alto” y “Oso Blanco”, además de los caballos de la tribu. Antes de retirarse del lugar de la matanza las tropas de Custer incendiaron los teepees del campamento, tomaron como rehenes a las mujeres jóvenes sobrevivientes e incautaron carabinas, lanzas, arcos, flechas, pieles de bisonte y algunos víveres.

En la madrugada del 25 de junio de 1876, salió el general Custer al frente del Séptimo Regimiento de Caballería a atacar un campamento de indios Sioux que estarían afincados en cercanías del rio Little Big Horn. No aceptó llevar las nuevas ametralladoras Gatling, pues aseguró que su enorme peso demoraría el avance de sus unidades. Luego dividió el Regimiento en tres escuadrones, el primero a sus órdenes directas que avanzó directamente a su objetivo, el segundo escuadrón con 11 oficiales y 146 hombres al mando del Mayor Marcus A. Reno, por el flanco derecho y el tercero al mando del Capitán Frederick W. Benteen, con 5  oficiales y 136 suboficiales y soldados, por el flanco izquierdo. Todos los grupos llevaban guías nativos conocedores de la región, quienes advirtieron oportunamente a Custer sobre la presencia de un nutrido contingente de guerreros Sioux en la zona.

No obstante el general, en forma arrogante y con aires de superioridad, desestimó la advertencia pues consideró que los nativos saldrían huyendo al enterarse de la “decisión y furia” con la que los atacaría y apresuró la marcha hacia la aldea india donde lo esperaba una emboscada con cerca de 2.000 guerreros de las siete tribus mencionadas, muchos de ellos armados con “Tomahawks”, (especie de hacha con pesada y filosa piedra en la punta), lanzas, arcos y flechas, pero además con carabinas de repetición Winchester, livianas y con mayor capacidad de fuego, que atacaron desde todos los flancos al contingente de Custer, cuyos efectivos estaban armados, quien lo creyera, con anticuados fusiles Springfield modelo 1872 de un solo tiro, con 100 cartuchos calibre 45-70 y un revólver Colt modelo 1872 con 25 cartuchos calibre 45, lo que sumado a la inferioridad numérica, puso a la tropa de Custer en franca desventaja frente al enemigo.

Luego de dos horas de desigual combate, el general Custer y la totalidad de efectivos de su escuadrón, incluídos sus caballos, yacían muertos sobre el campo de batalla. Solo sobrevivió el caballo “Comanche” que montaba el Capitán Myles W. Keogh, cuya rienda quedó sujeta a la mano crispada de su jinete muerto. Por esta razón los indios no tocaron ni se llevaron el animal pues por sus creencias juzgaron de mal “agüero” arrebatarle de las manos el caballo a un difunto. Los indios además desnudaron y mutilaron los cadáveres de los vencidos, los castraron y les arrancaron las cabelleras pero respetaron el del general Custer, pues las mujeres Cheyennes, presentes en el campo de batalla, protegieron el cuerpo ya que consideraron que el general era un pariente de la tribu pues había sostenido relaciones y concebido un hijo con “Monaseetah”, hija del Jefe Cheyenne “Caldera Negra”, asesinado junto con el resto de su familia por las tropas de Custer en la matanza del Rio Washita.

Tres días después de la masacre llegaron al campo de “Little Big Horn” nuevas tropas de caballería del ejército que al apreciar ese desastre, procedieron a enterrar superficialmente los cadáveres en el mismo sitio donde se encontraban. Allí encontraron al caballo “Comanche” con numerosas heridas de bala y flecha, por lo cual en primera instancia se pensó en sacrificarlo, pero el médico militar doctor H. R. Porter conceptuó que ninguna de las heridas era de carácter necesariamente mortal por lo cual fue curado y llevado a la sede de la unidad donde el animal se recuperó de sus lesiones. “Comanche” permaneció en poder del Séptimo Regimiento de Caballería, cuyo nuevo comandante, el Coronel S. D. Sturgis ordenó brindarle cuidados especiales y estableció la prohibición estricta y permanente de montarlo o hacerlo trabajar. Además se dispuso que en ceremonias, paradas y desfiles militares debía participar, enjaezado con arreos de lujo y conducido de cabestro al frente de las tropas como símbolo y mascota oficial del Séptimo Regimiento de Caballería.

En el verano de 1892, a los 28 años de edad, “Comanche” enfermó y murió, a pesar de los esfuerzos veterinarios de la época por preservar su vida. La oficialidad del Séptimo Regimiento de Caballería acordó hacer embalsamar el cuerpo para preservarlo y llevarlo siempre con la unidad. Fue trasladado a la Universidad de Kansas donde el profesor Dyche, naturalista de ese centro docente y experto taxidermista lo embalsamó. Debido a los continuos desplazamientos y traslados del Regimiento, la oficialidad decidió donarlo a la Universidad, que lo exhibió en la Feria Mundial de Chicago de 1893. Hoy, el caballo “Comanche”, protegido dentro de una gran urna de cristal, se encuentra exhibido en el museo de la Universidad de Kansas en la localidad de Lawrence, como testimonio de una batalla perdida y del valor y el respeto que debe merecer la vida en todas sus manifestaciones.

Por su parte, el cuerpo del general George Armstrong Custer fue exhumado un año después de su precaria y superficial tumba en “Little Big Horn” y trasladado con todos los honores a la Academia Militar de West Point donde se encuentra en la actualidad. Los comandantes de los otros dos escuadrones del Regimiento, Mayor Marcus A. Reno y Capitán Frederick W. Benteen fueron sometidos a corte marcial en Chicago, acusados de cobardía por no haber acudido en defensa de sus compañeros bajo ataque, a pesar de que escucharon el estruendo de la batalla y podían intuir los resultados de la misma, aunque por razones políticas del momento el juicio no tuvo progresos visibles y el proceso se diluyó en el silencio y la impunidad. Actualmente, el sitio de la batalla de “Little Big Horn” ha sido declarado monumento nacional, marcado por lápidas de mármol sembradas en cada uno de los sitios donde fueron encontrados, esparcidos, los cuerpos destrozados de los soldados sacrificados en la refriega.

El jefe “Toro Sentado” fue apresado e internado en uno de los resguardos indígenas de donde se fugó y huyó hacia el Canadá; posteriormente regresó a los Estados Unidos, donde finalmente fue asesinado, junto con su hijo de 17 años “Crow Foot” el 15 de diciembre de 1890 mientras se encontraba internado en la reservación india de Standing Rock. El Jefe “Caballo Loco”, el otro gran líder de la tribu Oglala Lakota, uno de los vencedores en la batalla de “Little Big Horn”, se rindió al gobierno de Estados Unidos, fue internado en el Fuerte Robinson en Nebraska, donde el 5 de septiembre de 1877, durante un forcejeo sin importancia resultó asesinado de un bayonetazo por la espalda por el soldado William Gentles.

En  1948, por iniciativa del jefe lakota Henry Standing Bear (Henry “Oso Parado”), el escultor Korczak Ziolkowski inició la construcción del “Crazy Horse Memorial”, monumento en honor del jefe oglala lakota “Caballo Loco”, situado en las Colinas Negras en Dakota del Sur a pocos kilómetros del monumento del Monte Rushmore en el cual se encuentran tallados los rostros de 18 metros de altura de los presidentes George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosvelt y Abraham Lincoln, trabajo escultórico ejecutado desde 1927 a 1941 en cuya terminación también participó el escultor Ziolkowski. La escultura, que representa parcialmente la parte superior del cuerpo del jefe indio sobre un caballo y señalando al horizonte con su brazo extendido, tendrá una altura de 172 metros de los cuales ya se encuentra terminada la cara de 26 metros de alto. El escultor murió en 1982, pero su viuda y toda su familia han continuado trabajando hasta hoy en el colosal proyecto que ya recibe a miles de visitantes cada año que observan el desarrollo de los trabajos, financiados con recursos propios generados por el cobro de derechos de entradas al museo de historia indígena adjunto y de acceso al monumento en desarrollo. La cabeza del caballo que emerge desde la roca tendrá 67 metros de alta lo que la convierte en el conjunto escultórico más grande del mundo, esculpido directamente sobre la montaña de granito.

Hoy, muchos resguardos indígenas se han convertido en casinos con licencias para explotar vicios antes desconocidos para ellos como el juego, el licor y la prostitución, ominosa herencia que recibieron los nativos norteamericanos como indemnización por el violento despojo de sus tierras, sus cotos de caza y el exterminio del bisonte, su principal fuente de alimento y abrigo, lo que condujo a la virtual extinción de su orgullosa raza y a la irreparable pérdida de su valiosa cultura.