28 de marzo de 2024

Improvisaciones y dudas

27 de diciembre de 2017
Por Alberto Velásquez Martínez
Por Alberto Velásquez Martínez
27 de diciembre de 2017

Alberto Velásquez Martínez

No ha sido fácil en Colombia, desde tiempos inmemoriales, hacer una campaña electoral con altos niveles de civilidad y tolerancia. La presencia de la mentira, la agresividad en el lenguaje y, de hace algún tiempo para acá, la presencia de los dineros calientes aportados por toda clase de mafias –camufladas en contratos con el Estado o con las manos untadas de droga– la han contaminado de pus maloliente. Así se ha venido creando una democracia de cartón en donde pocas veces el criterio formado e independiente del votante es el que define sus gobiernos.

Toda esta cólera –que los ingenuos creían superada– vuelve anticipadamente a la campaña electoral que se calienta y muestra unos partidos desprestigiados y atomizados en decenas de candidatos presidenciales y listas para el Congreso que indican la anarquía electoral, más que opciones ideológicas refrescantes, modernizantes o evolutivas. Eso, según la encuesta de Gallup, de que cerca del 90 % de los encuestados repudien los partidos políticos, evidencia que por mucho tiempo seguiremos en el mismo caos institucional y eligiendo no solo para el Congreso –con el 82 % de desfavorabilidad– sino para la Presidencia, a sujetos no estadistas, con poca credibilidad y poder ninguno de convocatoria para sacar adelante a un país que se lo comen el pesimismo y la incertidumbre.

La proliferación de candidatos comprueba la ausencia de ideologías, de principios, de convicciones. Con el agravante de que no pocos de los que están en el variado mercado electoral, han sido tránsfugas, lo que índica sus inconsistencias e inconsecuencias. Son fruto de la desinstitucionalización de la política. Un buen número de aspirantes, especialistas en lugares comunes, en propuestas vagas y en programas incoherentes. Es como si quisieran ignorar la clase de país que van a heredar con una economía maltrecha, con una desigualdad social alarmante, con proceso de paz sin recursos asegurados para concretarlo, y a punto de cruzar el umbral de la puerta que nos conduciría a la descertificación crediticia internacional.

Las últimas encuestas de opinión ratifican la percepción existente de lo desestimable de las colectividades políticas. Son el reflejo de la decadencia de los partidos tradicionales y nuevos. Representados por no pocos candidatos que están en el debate, más de las recriminaciones personales y de las invectivas, que de la consideración de los problemas y retos que se le vienen al país con la herencia deficitaria que deja Santos –con un 70 % de imagen negativa– en la mayoría de materias de su gestión. Su sucesor tendrá la gran responsabilidad de reconstruir la confianza nacional venida a menos en este régimen de sofismas, contradicciones y rectificaciones. Que tendrá el deber insoslayable de imprimirle al ejercicio del poder, la verdad, sin arrastrar la dignidad nacional ni entregar a pedazos la nación.

Los grandes desafíos del país están signados por la incertidumbre para afrontarlos. Por las dudas que despiertan tantas improvisaciones –con honrosas excepciones– en un debate presidencial hasta ahora más abundante en agravios que en ideas. El Colombiano.