29 de marzo de 2024

Quinto malo

3 de noviembre de 2017
Por Rubén Darío Barrientos
Por Rubén Darío Barrientos
3 de noviembre de 2017

Largo & Ancho

Por Rubén Darío Barrientos G.

Sí hay quinto malo. En Venezuela se da la contraria de que no hay quinto malo. Resulta que desde el 1 de noviembre del año que avanza, Nicolás Maduro decretó el quinto aumento del salario mínimo en este 2017, esta vez del 30%. El primero fue el 8 de enero (50%), el segundo el 1 de mayo (60%), el tercero el 2 de julio (50%), el cuarto el 7 de septiembre (40%) y ya ven el quinto: todo un nuevo acto populista y dictatorial. Mejor aún, una nueva fechoría del (In) Maduro, que no celebra la población veneca.

Y no se alborota el avispero del jolgorio con la noticia, porque esos aumentos desbocan desaforadamente la inflación, que tiende a cerrar este 2017 en el 700%, situándose en la más empinada del mundo. Es el aumento número 39 durante la “revolución bolivariana”, que clasifica para record inigualable. Los porcentajes suenan escandalosos porque ningún país los echa a rodar, pero la verdad es que es pura quimera porque cada mes los precios de los productos básicos se disparan, en donde la sola leche ha trepado un 53%.

La desfachatez de Maduro fue presentada como un bello anuncio de navidad. Y como hay que llenar de fechorías a la población, desde luego a los pensionados también se les aumentó la dosis y se les entregó un flamante bono de guerra. La ñapa para los trabajadores fue ajustarles diez puntos de unidades tributarias bajo el bono de alimentación. Un diputado de la oposición, bastante ardido con estas sinrazones, calificó a Maduro como el que “apaga la candela con gasolina de avión”.

Y no contento con ello, el dictador venezolano entregó un bono navideño de 500.000 bolívares a 4 millones de hogares. En el país vecino, que tiene la friolera de una hiperinflación inigualable, escasean los alimentos y las medicinas y ni las 17 alzas de Maduro en 4 años los halaga, pues pasar de 136.545 bolívares a 177.507 (equivalentes a USD$53) es toda una humillación por el ínfimo poder adquisitivo que ese monto comporta.

En esta etapa de extrema pobreza, la población ha perdido peso corporal en promedio de 7.6 kilos per capita, por falta de consumo de alimentos básicos. Toda una vergüenza para un gobernante que ha visto caer los ingresos petroleros en un 41%. Cada aumento de los salarios es sospechoso, habida circunstancia de que acaece bien antes de una huelga, bien cuando la situación se complica, bien cuando la oposición tiene un éxito, ora cuando se quiere derruir la crisis.

El aumento más alto del año, se suscitó el 1 de mayo, claro cuando los trabajadores marchaban por sus derechos y era menester apaciguarlos. Fue del 60%, de un tanganazo. Muchos analistas dicen que esos aumentos también tienen otro trasfondo: Desestimular las empresas y acabar con la propiedad privada. Lo que se ha visto hasta ahora es que esos incrementos –que mirados desde el escueto porcentaje escandalizan al más amorfo–, disparan la inflación y generan más desempleo.

Por ahora se ve a un Maduro con la tranquilidad de comer natilla este año en el poder, mirando un panorama de resquebrajamiento y fractura de la oposición (dado que las últimas elecciones dieron un golpe propagandístico a su régimen) y sin riesgos cercanos de que se presente la felonía de las fuerzas armadas, a pesar de unas recientes escaramuzas. Lo que vive Venezuela es un golpe de estado de Maduro contra el pueblo y contra la democracia y no al revés.

Puede que se aprecien rebeliones y actos aislados, pero la oposición pierde fuerza y opciones de derrocar al tirano. En el ambiente de colapso de Venezuela, cualquier presidente habría caído, máxime que su nivel de aprobación es del 20%. Maduro, entre otros baluartes, cuenta con los servicios aliados de inteligencia, los tribunales y el irrestricto apoyo de la Fuerza Armada Nacional. Así es muy difícil sacarlo de su covacha presidencial.

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