Toriles
Hay una visión bacana del infierno. Sin los contornos espantosos pincelados por Dante, con rostros macabros, ojos fuera de órbita, gritos desgarradores, hundidos en una paila de agua hirviente. El infierno jocoso es otra cosa. No tienen techo las cantinas para los bailongos, se escucha música a todo timbal, con aposentos secretos para las intimidades. Lucifer preside con voz melódica el delicioso aquelarre. Hay espacio para los tangueros que escuchan al amanecer, en el parrandeadero bulloso del Mocho Adán, las voces evocadoras de Gardel, Hugo del Carril, Julio Martel y Carlos Dante. Cubren su rostro las parejas románticas con aire melancólico. Se hacen reclamos, se miran con profundidad y rabia pasajera, se reconcilian, se besan y la sal de las lágrimas se cristaliza en briznas brillantes sobre sus rostros. Aquel otro rincón es para los campesinos. Lucen muleras, alpargatas finas, golpean los ramales que tienen las cubiertas de las peinillas y los adornan guayaberas tropicales. Gustan de los guarapos., bailan ritmos monótonos y en la alborada, pasados de copas, esgrimen sus armas en guachafitas agresivas. La covacha de allá, es la de los alborotos insoportables. Pertenece a danzarines alocados que aturden los oídos con guitarras eléctricas y bailan en contorsiones epilépticas.
Al dia siguiente de las jaranas, Satanás ordena a la servidumbre repartir refrigerios helados para alivio de las resacas, después caldos calientes y por último, ofrece suculenta comida amenizada por Troilo que le exprime notas de ensueño a su bandeneón. Los condenados, en parejas, duermen la siesta, roncan, despiertan, hunden sus cuerpos en piscinas aromadas, visten ropa nueva. Otra vez, suenan melodías en todas las tabernas. Se reinicia el báquico frenesí en el despierto arrabal. Junto al estrado que ocupa el diablo, las orquestas de Roberto Biaggi y Juan Darienzo alternan en tocatas de compases. No hay lugar para las morriñas. El sol es radiante y en las noches la luna sacude corazones. Pluvio Ovidio Nasón en su libro “Las Metamorfosis” realzó “los jardines del Palacio de Plutón”. El infierno es una fiesta sin oradores.
En Salamina Luzbel tomó el nombre de Toriles. Era un altillo poblado por vampiresas, sacudido por estrépitos nocturnos, con salones grandes para el desenfreno de los bailes, transformado en recodo sentimental de enamorados. La memoria reconstruye aquel retablo de olvidos imposibles. Hermosas pipiolas contribuían con su esplendor a los amores fáciles. Eran querendonas, precoces en sabidurías amatorias, tiernas damiselas de boca grande, labios carnosos, senos eréctiles y caderas entalladas.Tenían juventud para las vibraciones de la carne, dadivosas sin reservas,volcánicas en la entrega,acróbatas en la intimidad.
Fernando Macías Vásquez, en el entretenido opúsculo “Toriles” hizo un boceto perfecto de la comandante del sexo, María Cano, proclive al desnudo escandaloso. Después de unos brochazos lúbricos, Macías escribe que el espasmo voluptuoso de esa fulana “terminaba cuando acostada sobre una mesilla, los más prominentes clientes como sabuesos embelesados sorbían de su ombligo por turnos rigurosos el aguardiente que allí depositaban..”. Increíble que en Salamina se dieran esos festejos saturnales.
Para adobar los lujuriosos relatos del fantasioso prosista, entresaco tres mujeres de relumbrón histórico que subyugaron con el despótico imperio del himen. Alejandro V!, sumo Pontífice de la cristiandad, convirtió el Palacio de los Papas en un desenfrenado lupanar. Dos barraganas fueron suyas. Vanozza dei Cattenei y Giulia Farnese. El “santo” sacerdote, disoluto y desvergonzado, hacía bacanales en los salones sagrados con prostitutas borrachas, finalizando los festejos con extravíos fornicadores. Ese anticristo tuvo cuatro hijos con Vanozza, entre ellos César y Lucrecia Borgia. También llevó a sus aposentos privados para sátiros meneos a la Farnese, de cuyos acoplamientos quedaron tres vástagos como herederos.
Teodora fue una prostituta famosa,dueña de burdeles atestados de varonas sin remilgos. Ella solo atendía en la cama a ricos y poderosos. Su audacia la convirtió en institutriz del Príncipe, lo dominó,lo enamoró y se transformó, entre cánticos y oropeles, en la emperatriz de Bizancio.
A granel surgen los nombres de mujeres con sexo desabrochado que enloquecieron a figurones de la humanidad. Mesalina, Cleopatra, Josefina, Manuelita Saenz, Soledad Román y en puntos sucesivos queda una galería infinita de “mujeres que una noche nos amaron e hicieron más amarga nuestra pena”.