29 de marzo de 2024

Ya no hay tiempo de llorar.

Por Esteban Jaramillo
18 de septiembre de 2017
Por Esteban Jaramillo
18 de septiembre de 2017

Por Esteban Jaramillo Osorio.

Con vergüenza, con rabia, se encerró Maturana en su habitación, no comió y entró en el dilema ya conocido en el Once Caldas: ¿Qué  sè? ¿qué hago? ¿qué espero? ¿y ahora cómo le pongo la cara a la gente?

El último juego lo planteó en defensa, el primer tiempo, para evitar los estragos de la temperatura  (38 grados) y la humedad (89%). Luego incorporó a los jugadores físicos para contragolpear buscando rentas. Pero, para sorpresa suya, el equipo no anduvo, rebasado por su rival, inferior en los duelos individuales, con llegada siempre tarde a la pelota.

La fragilidad de las líneas  se hizo evidente, por las prodigiosas atajadas de Cuadrado, que le convirtieron por enésima vez en figura(¿cuándo no?).

Se vio todo el tiempo  incómodo el equipo. No solo por sus carencias técnicas ya conocidas, sino por las limitadas opciones de los atacantes y el déficit físico inexplicable que hicieron ajenos el balón y el partido.

Se supo luego que, de regreso de las inoportunas vacaciones, el preparador físico propinó palizas diarias a los futbolistas, en ausencia de Maturana quien se encontraba en Zurich. Exceso de entrenamiento por falta de criterio.

¿Recuerdan a Torrente? Fue lo mismo en su mandato. Equipo libre sin razón en fecha FIFA y derrota en el regreso fuera de ritmo.

Queda claro que el Once no tiene nómina para brillar y que las alternativas que restan son correr y “meter huevo” con orden y sacrificio. Pero hay un grupo de jugadores tan ajenos al compromiso, que les importa poco ganar o perder. Terminados los partidos, acondicionan los audífonos y a otro mundo.

Las broncas por las derrotas, el enojo de los hinchas, el fastidio de los dirigentes, tan comunes en estos días, se agudizan cuando se ve el año perdido.