19 de marzo de 2024

La visita del papa Francisco a Colombia

21 de septiembre de 2017
Por Mario García Isaza
Por Mario García Isaza
21 de septiembre de 2017

Pbro. Mario García Isaza

mario garciaColombia vivió, desde el seis hasta el 10 del mes de septiembre, un acontecimiento de dimensiones inconmensurables,  de profunda significación en el presente, y de alcances enormes para el futuro de la nación, cualesquiera que sean las opiniones, las posturas personales o el enfoque que cada colombiano tenga frente a la persona del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, a su magisterio y a lo que Él representa.

Como es lógico, no es posible desligar el hecho de esa visita del Pastor Universal del contexto real en que se enmarcó; en otras palabras, para hacer un análisis inicial del acontecimiento que hemos vivido, es imprescindible tener en cuenta el momento por el que atraviesa la nación, la situación concreta y palpitante que estamos viviendo, las realidades que afectan el alma nacional. Dicho de otro modo: es preciso mirar la Colombia a la que vino el Papa.

Colombia sigue teniendo, estadísticamente,  una  inmensa mayoría católica: más del 75%. Es una realidad ineludible, que, sin embargo, presenta hoy aspectos bien diferentes de los que tenía, por ejemplo, cuando en 1968   nos visitó el Siervo de Dios Pablo VI. Hay un documento de la Conferencia Episcopal que asienta una afirmación de singular importancia, y es ésta : la Constitución que una Asamblea le dio a Colombia en 1991, “ desconoce el HECHO CATÓLICO colombiano, y, por tanto, desconoce un elemento constitutivo de la identidad misma del país”  ( Conferencia Episcopal, “ Reflexiones sobre la nueva Constitución”, LVI Asamblea plenaria extraordinaria). A partir de ese año, y de manera muy especial y evidente durante los siete años del actual gobierno, los principios católicos en que se cimentaba la vida en Colombia, y los fundamentos éticos y antropológicos que se desprenden de las verdades de la fe cristiana, han sido bombardeados intencional y sistemáticamente; se viene dando un empeño inocultable por organizar la nación al margen de Dios y de su ley; en las instituciones y organismos más altos del Estado, – jurídicas, legislativas, ejecutivas – ocupan puestos cada vez más numerosos quienes  abierta o soterradamente profesan ideas y convicciones opuestas a la verdad y a la ética  cristianas; la Fiscalía General, y las Cortes especialmente, a las que la nueva Constitución reviste de poderes desmesurados, han sentado “doctrinas” e impuesto prácticas radicalmente opuestas a lo que la Iglesia enseña en relación con la vida como derecho universal e inviolable, con la familia como institución de ley natural, con la naturaleza del hombre y de la mujer, con la educación…El Senado y la Cámara legislan desconociendo o negando la existencia de una ley natural que está, por serlo, más allá de toda ley positiva; al frente de Ministerios con influencia en la vida de los individuos y de las familias, – educación, salud…- fungen personas que abiertamente alardean de su ateísmo o están lejos de ser arquetipos  dignos de imitación. Y al amparo y sombra de todo esto, una multitud variopinta de sectas y grupúsculos hacen su agosto. Y mientras  todo esto sucede, no se escucha con la oportunidad, la unanimidad y  la fuerza que serían de desear y que muchos cristianos echan de menos, la voz profética de pastores, y de laicos que se dicen católicos. En buena parte la misma Iglesia ha descuidado la dimensión apologética de su tarea.  Cuando algún funcionario o dirigente se atreve a profesar abiertamente su catolicismo y sale en defensa de la doctrina y la moral, los más influyentes y poderosos medios de comunicación lo hacen víctima del sarcasmo y lo identifican como espécimen supérstite de cavernícolas.

Ciertamente, este cuadro podría parecer exagerado. Yo creo que no lo es, que es algo que se está dando en materia de la realidad religiosa de Colombia. Y el señor Cardenal Salazar, Primado de Colombia,  en las palabras de acogida al Santo Padre, así lo consignó. Lo cual no me prohíbe   afirmar, también, que en nuestro pueblo colombiano subsiste, a despecho de todos esos agentes del mal, una profunda religiosidad, una maravillosa capacidad para la alegría por encima de toda circunstancia; una piedad popular admirable, que, así tenga a veces, más por ignorancia o ingenuidad que por error, elementos necesitados de purificación, es un auténtico surco de “semillas del Verbo”; un acervo de virtudes humanas y cristianas increíble; un substrato de fe, de amor a Dios, de confianza y abandono en la Providencia divina, de heróica capacidad para superar cualquier clase de dificultades. Un síntoma, entre muchos otros, de todo lo anterior, es el fervor con que se celebran las fiestas religiosas; y otro más, el devoto y férvido entusiasmo con que nuestras gentes esperaron y vivieron la visita del Papa Francisco. Hay que decir que fue emocionante y conmovedor el espectáculo de verdadera apoteosis de cariño y de fe con que, en todos los logares visitados y en cada uno de los actos cumplidos, fue acogido el Santo Padre.

Todo lo anterior, a grandes pinceladas, forma el cuadro religioso de la Colombia que visitó el Papa. No menos compleja y difícil es la realidad socio-política. El país está absolutamente polarizado por el llamado proceso de paz; se podría decir que, obsesionado por él,  ha olvidado todos los demás problemas que lo aquejan. Y ese proceso, largo y sinuoso proceso que comenzó hace casi seis años, ha causado una honda y al parecer irreconciliable  división entre los colombianos; los convenios firmados a espaldas del pueblo con quienes por más de cinco décadas han destruido inmisericordemente la patria, convenios dadivosos hasta el punto de equivaler a una total e inaceptable impunidad y a la abdicación vacilante de la aplicación de la ley y la justicia; los contenidos de un “acuerdo” , cruzados por la ideología marxista y orientadas por la dialéctica leninista; los antivalores que, entre línea y línea del farragoso texto del acuerdo se estatuyen,  que atentan disimulada y sibilinamente contra la ética cristiana y sus bases axiológicas y que entronizan conceptos contrarios a la visión cristiana sobre el hombre, sobre la familia, sobre la autoridad, sobre la ley natural ; el proyecto de nación que allí se traza, dictado por asesores extranjeros matriculados abiertamente en la izquierda comunista y encauzado hacia el establecimiento de un estado totalitario; las ideologías perversas  e inmorales que atraviesan todo el impotable documento; y, por sobre todo, el hecho protuberante de que todo ello fue invalidado de raíz por el veredicto del voto popular, en una votación plebiscitaria que el gobierno, desconcertado por una resultado que de ningún modo esperaba, menospreció olímpicamente, apoyándose en unas cortes y en un parlamente totalmente atados por mecanismos burocráticos a la omnímoda voluntad del ejecutivo, crean una situación, una realidad política absurda, y a la que no es fácil hallarle salida. En el fondo, muchísimos colombianos piensan (pensamos) que se está imponiendo la implementación de un “acuerdo” que en realidad no existe. El Presidente mismo, y el jefe del equipo gubernamental de las negociaciones, Humberto De la Calle, dijeron a plena voz antes del plebiscito de Octubre 2016 : si el NO llegara a ganar, pues simplemente el acuerdo no existiría. Y ganó el NO . Han sido triquiñuelas los pasos que ha dado en gobierno para hablar de un “nuevo acuerdo”, e imponer así algo que no lo es. El índice de aprobación, el más bajo de la historia, que tiene el actual gobierno, podría decir que lo despoja de legitimidad. La percepción que hay en una inmensa mayoría del pueblo colombiano, es la de una entrega ominosa del país en un proyecto socialista por parte de un presidente que se ha convertido en rehén de las FARC. Ese “acuerdo” espurio, paradójicamente, y debido a la falaz presentación que el gobierno hace ante las instancias internacionales, tiene un fuerte respaldo fuera del país, y un rechazo inmensamente mayoritario dentro de él. La sensación generalizada que es fácil percibir en el pueblo, es la de que tenemos un presidente que, obsesionado por sacar adelante el nefasto acuerdo con el grupo marxista de las FARC, ha ido muchísimo más lejos de lo que le es lícito y de lo que pide el auténtico bien de la patria en el camino de las concesiones a dicho grupo, y está desentendido totalmente de la realidad diaria, concreta, del pueblo, que ve agravarse todos los días los problemas en materia de salud, de empleo, de educación, de servicios básicos…En los últimos meses, ha emergido, causando una sensación  muy honda de desencanto y desconfianza, un fenómeno gravísimo : la corrupción; sobre todo  porque se ha destapado, como una verdadera olla de podredumbre, ya no solo en el terreno del  manejo de los dineros públicos, sino en la administración de justicia, en las altas cortes.

En todos los colombianos hay un profundo deseo de paz; nadie rechaza la posibilidad de que ésta llegue a lograrse a través del diálogo. El gobierno ha cabalgado y sigue cabalgando sobre una falacia arteramente presentada: la de que quienes no están – no estamos – de acuerdo con los términos en que él ha hecho pactos con la subversión, son – somos –  enemigos de la paz y amigos de la guerra. Con esa falacia logró engañar y atemorizar  a muchos y alcanzó el gobierno en las últimas elecciones; y sigue esgrimiéndola para imponer lo que la nación ya rechazó y es, por lo tanto, inválido.

Tal es, en mi concepto, y trazado a grandes rasgos, el cuadro de la realidad de la nación colombiana que visitó felizmente el Santo Padre Francisco. Sería de mi parte una pretensión inaceptable intentar siquiera dar un concepto sobre sus bellísimos mensajes. Una cosa es cierta : puede decirse que, sin excepciones, las enseñanzas que nos trajo el Pontífice nos dejaron una entrañable sensación de gozo, de deseo de ser mejores, de ansias de paz y de reconciliación, de anhelos de comprometernos más en la vivencia de la doctrina de Jesucristo ; tanto más cuanto que dichos mensajes del Papa Francisco se vieron reforzados maravillosamente por sus actitudes, por sus gestos, por su manera de acercarse a los colombianos como un auténtico Pastor. Nunca, en la historia de Colombia, una persona había despertado tanta admiración, provocado tanto entusiasmo, reunido en torno a sí a tanta gente, logrado tan unánime aplauso y aceptación. Ha  sido esta la apreciación que hemos recogido en todos los medios de comunicación y  en los análisis y comentarios incluso de quienes están muy lejos de ser adictos a la Iglesia católica y a sus Pastores.

Aunque nuestros señores Obispos, durante todo el tiempo en que estuvo preparándose la visita del Papa, advirtieron reiterada y categóricamente que dicha visita sería estrictamente pastoral, y rechazaron cualquier intento de darle un sentido o alcance político, no puede negarse que muchos, y de manera particular el gobierno, hicieron lo posible por imprimirle ese cariz. Y era previsible, sobre todo teniendo en cuenta la coyuntura política en que esta visita se daba, y la terrible polarización de que antes hablé. Pero yo creo que quien analice y mire las cosas con objetividad, hallará que el contenido y el propósito de los mensajes papales eran profunda y solamente pastorales. En la crispación en que nos encontramos frente a la realidad del país, de aquel que hable de paz, y reconciliación, y perdón, y reencuentro, y abrazo, y olvido…y tantas otras cosas, puede pensarse que está haciendo referencia al proceso que malhadadamente ha seguido el gobierno con los grupos guerrilleros. Pero en los labios del bien amado Papa Francisco, esas y otras muchas palabras eran puro Evangelio; él nos habló del perdón como nos habla Jesús: el perdón del alma, el que nos libra de odios que envenenan y, al hacerlo, devuelve el sosiego; no del perdón que equivale a la impunidad y a la no reparación del daño causado; nos habló de paz, y nos instó a pedirla y a buscarla, pero recordándonos que la paz que nos trae el Salvador no es la paz que pretende dar el mundo, y que ella se cimienta en la justicia, en el respeto a la vida y a los derechos, especialmente de los más vulnerables ; nos habló de la sacralidad de toda vida humana, y de la imperiosa obligación de defenderla   “particularmente cuando es más frágil: en el seno materno, en la infancia, en la vejez, en las condiciones de discapacidad y en las situaciones de marginación”; habló de olvido, pero nos recordó que éste no puede equivaler al no reconocimiento de la propia culpa, y que  en el proceso largo y difícil pero esperanzador de la reconciliación, “es preciso también asumir la verdad, verdad que es…contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos…confesar qué pasó con los menores de edad  reclutados por los actores violentos…” ; nos habló de entendernos y de dialogar, pero nos advirtió que hay que ser “caritativamente firmes en lo que no es negociable” ; nos habló de reconciliación, pero dijo claramente que  “no es legitimar las injusticias personales o estructurales; el recurso a la reconciliación concreta no puede servir para acomodarse a situaciones de injusticia.” Nos dijo que hay que abrir las puertas a quienes quieran reintegrarse a la comunidad que han herido, pero advirtió : “ es cierto que en esa regeneración moral y espiritual del victimario tiene que cumplirse la justicia ” .

Pastor universal, el Papa Francisco se mostró entre nosotros como alguien capaz de tocar las heridas sin lastimar; de ser claro, con una claridad en la que se conjugan el decir las cosas por su nombre, sin ambages ni eufemismos, y un profundo respeto y delicadeza hacia aquellos a quienes se dirigía. A nuestros Obispos, les dijo : “ No enmudezcan la voz de Aquel que los ha llamado…No se midan con el metro de aquellos que quisieran que fueran solo una casta de funcionarios plegados a la dictadura del presente…Busquen con perseverancia la comunión entre ustedes…Los invito a no tener miedo de tocar la carne herida de la propia historia y de la historia de su gente. Háganlo con humildad, sin la vana pretensión de protagonismos, y con el corazón indiviso, libre de compromisos o servilismos…Muchos pueden contribuir al desafío de esta nación, pero la misión de ustedes es singular. Ustedes no son técnicos ni políticos, son Pastores…De sus labios de legítimos Pastores…Colombia tiene el derecho de ser interpelada por la verdad de Dios…No tengan miedo de alzar serenamente la voz…”

A los sacerdotes y consagrados, nos dijo : esta vid, que es la de Jesús, tiene el atributo de ser la verdadera…”Si somos sarmientos de esa vid, si nuestra vocación está injertada en Jesús, no puede haber lugar para el engaño, la doblez, las opciones mezquinas…Las vocaciones de especial consagración mueren cuando se quieren nutrir de honores, cuando están impulsadas por la búsqueda de una tranquilidad personal o de promoción social, cuando la motivación es <subir de categoría>, apegarse a intereses materiales que llegan incluso a la torpeza del afán de lucro…Daremos fruto en abundancia, como el grano de trigo, si somos capaces de entregarnos, de donar la vida libremente…Permanecemos en Jesús…con las palabras y los gestos de Jesús, que expresan amor a los cercanos y búsqueda de los alejados: ternura y firmeza en la denuncia del pecado…alegría y generosidad en la entrega y el servicio, sobre todo a los más pequeños…Haber sido llamados no nos da un certificado de buena conducta e impecabilidad…”

A los jóvenes, que lo recibieron y lo aclamaron con singular entusiasmo y colmaron la plaza principal de la capital, les dijo : “ No se dejen robar la alegría, signo del corazón joven   que ha encontrado al Señor…No le tengan miedo al futuro; no tengan sueños rastreros, vuelen alto y sueñen grande…Los ambientes de desazón e incredulidad enferman el alma…que sus  ilusiones y proyectos oxigenen a Colombia y la llenen de utopías saludables…Dejen que el sufrimiento de sus hermanos colombianos los abofetee y los movilice…Ayúdennos a nosotros, los mayores, a no acostumbrarnos al dolor y al abandono…”

Nos habló a todos. “Ahora me dirijo a todos, queridos hermanos y hermanas de este querido país: niños, jóvenes, adultos, ancianos, que quieren ser portadores de esperanza: que las dificultades no los opriman, que la violencia no los derrumbe, que el mal no los venza. Jesús ha vencido el mal, el pecado y la muerte. Solo basta salir a su encuentro…Los invito al compromiso…Salgan a ese compromiso en la renovación de la sociedad, para que sea justa, estable, fecunda…Los animo a afianzarse en el Señor, es el único que nos sostiene, el único que nos alienta para poder contribuir a la reconciliación y a la paz.”

Después del profundo sentimiento de alegría, de gratitud, de admiración, que experimentamos todos al escuchar las enseñanzas del Pastor universal, plegue a Dios que nos tomemos ahora el trabajo de asimilarlas, de asumirlas en actitud de filial acatamiento, de esforzarnos por llevarlas a la práctica en lo personal y en lo comunitario.