19 de abril de 2024

FELIZ

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
15 de septiembre de 2017
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
15 de septiembre de 2017

Víctor Hugo Vallejo

Finalmente su profesión fue ser feliz. Había hecho muchas cosas en la vida. Desde lector precoz de los clásicos de la literatura, hasta mandadero, boxeador de pocas victorias, camionero de muchos kilómetros recorridos, actor de papeles de segunda, de tercera y hasta protagónicos cortos, locutor, animador de reuniones, periodista, estudiante, director, docente, soñador, bohemio, cantor de tangos, amigo de sus amigos y enemigo de nadie pues jamás supo de emociones que no fueran las mejores. Fue tantas cosas en la vida que cuando la preguntaban que era, decía: feliz.

Y para que quedara constancia por siempre de esa su profesión, no dudó en decirlo en uno de los más bellos poemas de habla hispana en el siglo XXI:

Hoy he sido más feliz que nunca

No amanecí ni director ni dueño

Ni jefe ni padre de la patria sólo uno de tantos

De tantos hijos únicos de la soledad

No abrí el almacén que no tengo

Hoy dejé sin llave la puerta de la casa

Y encontré roto el bolsillo del pantalón

Hoy fui feliz cuando me dijeron

Buenos días buen hombre pobre hombre

Desdichado y a veces olvidado

Tienes un agujero en la camisa

Fui más feliz cuando alguien me decía te quiero

Y lloré de alegría al tocar una mano

 Y sentir que tenía el calor de la vida

Y la voz de esa mano no preguntó

Ni cuanto ni por que ni donde  ni hasta cuando

Solamente dijo la voz amada de la mano

Todo está bien entre éstas cuatro manos

En su ceremonial callado de saludos

Y fui feliz con el canto de un hombre

Que llenaba el parque con su voz solitaria

Su canción congregante

El tango y su liturgia de hojas pájaros y escaños

Y el balsámico coro silente de los árboles

Fui feliz señoras y señores

En el hueso en la carne en la sangre

Y les ruego perdonar el abuso

Ofrezco mis disculpas

Por esta repentina crisis de alegría.

Sencillo: para estar feliz basta con estar vivo. No se requiere de tantas cosas, objetos, situaciones, personas, decisiones, haberes y deberes como los que los seres humanos en su afán lucrativo pretenden para poder decir fácilmente que se es feliz. Para ser feliz basta con el querer ser feliz. Y basta con el roce de una mano, que no pide, que no da, que no reclama, que apenas es una mano. Es la oda a la felicidad de quien carece de todo y no necesita de nada, apenas la felicidad en lo que sucede o deja de suceder.

Esa felicidad le duró 92 años. Por la edad no se piense que estaba tirado en un lecho de enfermo, esperando a que se consumieran los minutos. Estaba pleno de salud, de sueños, de versos, de ganas de hacer muchas cosas y de seguir siendo amigo de sus amigos. Estaba ilusionado con ser uno de los invitados especiales al Festival Internacional de Poesía de Medellín, para lo que ya había hecho una selección de sus últimos poemas, que leería con la misma pausa y entusiasmo con la que en todas sus intervenciones dio muestras de su vitalidad, independiente del tono bajo de su voz.

Pudo pensar alguna vez que la muerte le llegaba tarde o la vida le llegó demasiado temprano, pues son tantos los de su generación intelectual que ya se han marchado, algunos hace bastante tiempo, como León De Greiff, León Zafir, Tartarín Moreira, Manuel Mejía Vallejo, Carlos Castro Saavedra, Estanislao Zuleta y muchos nombres que se fueron perdiendo en la memoria. Nunca olvidó la vida que pasó al lado de ellos y siempre fue consciente de que era cuestión de turno natural. Apenas le quedaba la presencia de Belisario Betancur Cuartas, a quien la política le arrebató mucho de lo que tenía de poeta.

Le llegó el turno el 4 de septiembre de 2017, sentado frente a su desordenado escritorio, ubicado ante un muro de ladrillo a la vista, adornado en el extremo derecho con una foto grande del mejor cantante de siempre para él: Carlos Gardel. No pasó un día en la vida que no hablara con Gardel, de tantas cosas que se hablan en los tangos, como de las traiciones femeninas y de las tristezas que da el desamor. Siempre que se despertaba en su radio estaba sonando un tango. Era la música que aprendió desde niño y en la que encontró tantas expresiones de poesía pura como en Santos Discépolo, en Pascual Contursi, en Homero Manzi, en Gardel, en Agustín Magaldi, en Alberto Arenas, en Ángel Vargas, en Ignacio Corsini, en Alberto Gómez, en Alberto Podestá, en Julio Sosa, en Pepe Aguirre, en Azucena Maizani, en Susana Rinaldi, en Edmundo Rivero, en Roberto Goyeneche, en Libertad Lamarque, en Armando Moreno, en Chato Flórez, en Charlo, en Alberto Castillo, en Juan Darienzo, en Anibal Troilo, en Francisco Canaro, en Oswaldo Pugliese. En Rodolfo Biaggi “Manos Brujas”, en Andrés Falgás, en Enrique Rodríguez, en Roberto Firpo, en Roberto Mayda, con quienes nunca guardó la menor distancia, eran de los mismos.

Quedaba mucha vida por delante, pero no se la dejaron gastar. Tenía tantos poemas pendientes de escribir, de esas cosas sencillas que como el viento se van gastando cada día. De las que veía en su andar cotidiano por las estrechas calles del barrio Belén de Medellín, donde había echado raíces de mucho tiempo atrás, conociendo al dedillo las casas, las tiendas, los pequeños bares y saludando a todos con el mismo cariño con que se saluda a la gente de la familia. Allí estaba su familia grande del barrio Belén.

Cuando le quedaban tantas cosas por hacer en la vitalidad de sus 92 años bien vividos, bien bebidos, bien hablados, bien soñados, bien relacionados con muchos mundos, se fue de la presencia material Oscar Hernández Monsalve, uno de los grandes poetas de la generación de intelectuales de mayor valía que ha dado el Departamento de Antioquia. Se murió el lunes 4 de septiembre sin previo aviso y sin hacerle saber a nadie que estuviese enfermo. Era que no lo estaba. Tenía un entusiasmo enorme desde cuando le dijeron que era uno de los invitados especiales al próximo Festival de Poesía, en el que los pragmáticos paisas han aprendido el lenguaje de las palabras para decirlo todo de manera concreta y dejar flotando en el aire las emociones dichas y las que se quedan por decir.

Todos lo daban y lo dan como nacido en Medellín en 1925, un 3 de noviembre, pero alguna vez, hace poco tiempo, en un programa de televisión, dijo que había llegado a esta ciudad con un poco menos de diez años, pero que era nacido en Don Matías, en la vía que conduce hacia Urabá, de donde debieron salir su padre, sus hermanos y su madre por las presiones de las fuerzas conservadoras que para entonces añoraban el poder que ostentaron durante la hegemonía y decidieron que una manera de recuperar el poder, en manos de liberales a partir de 1930 y hasta 1946, era eliminando los votos rojos, con el fallecimiento apresurado de sus titulares. Los sacaron de Don Matías y fueron a Medellín, de donde nunca más volvería a salir, excepto en sus viajes de conocimiento, de estudio y de intercambio intelectual.

Desde muy temprano le tocó hacer de todo. Fue mandadero de carreras a pie descalzo, fue boxeador, fue ayudante de lo que fuera. Pero nunca dejó de leer en los pocos libros que conservaba su padre en casa y cuando conoció una biblioteca pensó que estaba en un mundo de sueños. Iba todos los días. Leía y leía sin descanso y se fue formando con un criterio de sentido social que estuvo presente hasta el final de los días.

A los quince años se hizo periodista sencillamente porque redactaba muy bien. Su primer empleo como tal fue en El Correo, un periódico liberal que trataba de defender las ideas del partido rojo, ante las agresiones constantes de los azules. También estuvo en El Sol, de muy efímera vida periodística, y en El Diario, que ha sido uno de los periódicos de mejor factura intelectual que ha habido en la capital antioqueña, pero que tenía tan baja circulación que parecía clandestino. Luego iría a El Colombiano, donde hizo de todo e incluso una columna semanal de opinión, con la que permaneció vinculado por más de 50 años.

Era consciente de lo mucho que sabía, como producto de su proceso autodidacta, pero no se negó a los estudios universitarios y fue alumno de la Pontificia Universidad Bolivariana y de la de Antioquia, claustros en los que fue docente de periodismo.

Desde siempre una de sus grandes pasiones fue el tango, en lo que se identificó plenamente con Manuel Mejía Vallejo, con quien eran asiduos del barrio Guayaquil, de alguna manera imitación en algunos parajes del ambiente de arrabal y lupanar en el que nació el ritmo argentino. Fueron muchas las noches de arrullos de bandoneón y hermosas piernas sentadas en sus piernas. Compartieron aguardientes, saberes y amores.

Hasta un premio nacional de novela compartieron en 1965, cuando les otorgaron el primer puesto en el Premio Esso de novela, entregado a ambos, a Oscar por “Al Final de la calle “ y a Mejía Vallejo por “El día señalado”. Muchas de las vivencias de calles se dejan leer en ambas obras.

Otra de las ausencias que le pesaron mucho a Oscar Hernández fue la de Estanislao Zuleta, con quien compartió conversaciones interminables en tiendas y bares de barrio en Medellín, hablando sobre filosofía, literatura, poesía y mucha política. Estanislao fue fundamental en la vida de Oscar como guía de un pensamiento coherente, que siempre lo fue, negándose a acomodamientos a favor de intereses económicos, pues su independencia intelectual nunca la negoció.

Fueron más de veinte obras publicadas. Le preocupaban mucho los autores que producían y no podían publicar, por lo que no dudó en montar una editorial que llevó el mismo nombre de sus columna de El Colombiano: “Papel Sobrante”, que efectivamente operaba con papel que sobraba de los rollos de periódico de los diarios impresos, que le donaban los retales y con ellos logró hacer conocer obras inéditas de autores carentes del menor recurso para hacerse conocer.

Oscar Hernández hizo de todo en la vida. Hasta canciones compuso. Tres de ellas más o menos conocidos, con ritmo andinos, son El Premio, Si no fuera por ti y Mía. Libretista de radio. Libretista de teatro. Actor de cine. Tantas cosas hizo que le generaban, por encima de todo, grandes satisfacciones, que al final de sus días decidió que lo que más le gustaba era: ser feliz y lo fue en la auténtica etimología del vocablo.

Trabajó mucho y lo hizo con el gusto de la diversión. Muchos recuerdan que en la pared de su oficina en El Colombiano, se podía leer un cartelito que decía: “A trabajar, pero que parezca fiesta”. De alguna manera un retrato preciso de este ser humano que deja una extensa obra literaria, que comenzó con la publicación de su primer libro de poemas en 1950, “Poemas del hombre”.

Como todo gran poeta nunca ignoró la muerte. Cantó la suya propia con sencillez y lo dijo como si se hubiese sentado a construir versos para un lunes 4 de septiembre de 2017:

Ahora si, se han secado todas las fuentes.

Ahora si, se me cayeron las miradas sobre el pecho,

se me cayeron tristemente sobre el pecho.

 

Recuerdo que tenía pensadas muchas cosas,

buscar una mujer, sembrar en ella un hijo

y cantar en la tarde porque aún tenía cantos

y no pensaba en más.

 

Pero los días tienen la muerte de las cosas

y mi esperanza era una cosa, pero los días…

los días son así, nunca meditan

que van hundiendo el tiempo

y van de luz a luz.

 

Recuerdo también el tacto suave de mis dedos

y el tacto suave de las rosas,

y el tacto suave de las cosas en mis dedos,

y el candil de mi abuela

que se enredaba al hilo y los ojos,

y el perro desteñido como un retrato antiguo

sobre un amplio cojín;

y las palabras de una tía sin lumbre

entre su ajado sexo, ajado y duro,

que apenas conoció la palabra deseo

se constriñó y siempre fue una ostra

encerrando su perla desesperadamente.

 

Ningún cuchillo pudo levantar  sus dos valvas,

y así murieron ostra y perla,

perdidas junto al perro que olfateaba,

y mirando el candil, la aguja, el hilo,

y la llama que estaba sobre la aguda punta.

 

Y recuerdo también que las miradas,

mis jóvenes miradas,

iban siempre hacia arriba.

 

Ahora se me cayeron sobre el pecho,

sobre el pecho.

 

Los poetas conocen la muerte y como llega. La viven antes de que la muerte los viva a ellos para llevarlos hacia la nada.