28 de marzo de 2024

El arte de matar (IV)

17 de septiembre de 2017
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
17 de septiembre de 2017

Las  Herramientas  del  Verdugo

Coronel  RA  Héctor Álvarez Mendoza

LA  CAMARA   DE  GAS

El uso de gases venenosos como arma de guerra, se remonta a 500 años antes de Cristo, cuando los espartanos, por ejemplo, con gigantescos fuelles soplaban el humo de la combustión de brea y azufre contra las plazas sitiadas. Posteriormente, los árabes utilizaron contra sus enemigos humo de opio y arsénico. La historia contemporánea registra la primera guerra mundial, (1914-1918), especialmente la segunda batalla de Yprés en abril de 1915 como la ocasión en la que se utilizaron por primera vez gases de cloro y fosgeno como armas de guerra en la era moderna, cuando los alemanes las usaron contra tropas canadienses y francesas. Posteriormente los mismos alemanes usaron gas mostaza, agente vesicante que causaba ceguera y dolorosas quemaduras al contacto con la piel de los afectados, que se cubría de ampollas que al reventarse provocaba infecciones generalizadas. Este tipo de armas, usadas durante toda la guerra por las tropas de uno y otro bando, afectaba severamente la moral de los combatientes por los efectos devastadores visibles sobre el organismo de las víctimas que morían en medio de padecimientos que superaban la capacidad paliativa de la medicina de ese entonces.

Años más tarde, finalizada la segunda guerra mundial (1938-1945), el mundo se enteró con horror del uso que los nazis le dieron al cianuro de hidrógeno gaseoso (HCN), gas tóxico producido por el ácido cianhídrico o ácido prúsico en contacto con la humedad, inventado y patentado bajo el nombre de “Zyclon B” por laboratorios alemanes que hoy exhiben imágenes corporativas de reconocida respetabilidad, como recurso para eliminar en masa a millones de prisioneros de los campos de concentración en lo que el régimen nazi llamó la “solución final” y el mundo conoció después como el “holocausto”.  Pero eso es tema de otro momento, pues el objetivo en esta ocasión es mencionar específicamente el uso del gas venenoso como medio oficial de ejecución, especialmente en algunos estados de los Estados Unidos en la actualidad.

La cámara de gas surgió como una nueva respuesta al antiguo dilema de torturadores y verdugos, sobre los límites entre  “hacer sufrir sin hacer morir”  y  “hacer morir sin hacer sufrir”. Los defensores del gas letal lo consideran más estético, humano y limpio ya que elimina los borbotones de sangre que decoran decapitaciones y fusilamientos, las muecas de ahorcados y agarrotados y el olor a carne chamuscada que dejan los clientes de la silla eléctrica, que tan mala impresión causa a los testigos oficiales de estos macabros rituales de justicia. Gestos de consideración, más con los espectadores invitados que con los ejecutados, actores principales de la siniestra “puesta en escena”.

A principios del siglo XX, después de frcuentes fallas de la silla eléctrica, se consideró el gas venenoso como una mejor y más “humana” alternativa, por lo que se empezó a investigar la mejor opción disponible. Luego de pruebas con varios gases tóxicos se eligió el gas de cianuro que demostró su efectividad en experimentos con animales vivos. La moderna cámara de gas fue adoptada por primera vez en 1924 por el estado de Nevada y estrenada con el inmigrante chino Gee John, acusado de homicidio. Como se observa repetidamente a través de estas descripciones, las autoridades norteamericanas frecuentemente se aseguran de inaugurar sus herramientas de ejecución con inmigrantes y miembros de minorías raciales. Parece que les resulta más práctico. La cámara de gas de la actualidad consiste en una cabina metálica cerrada, dotada de puerta herméticamente sellada a presión, ventanillas de cristal que permiten ver su interior profusamente iluminado, en cuyo centro hay una silla, en la que el reo es firmemente inmovilizado con correas atadas al cuello, pecho, brazos, cintura, piernas y tobillos. Luego se adhiere sobre el pecho un fonendoscopio, conectado remotamente con el médico oficial, encargado de monitorear el proceso y certificar la muerte del reo.

Bajo la silla hay un recipiente con 86 onzas líquidas de ácido sulfúrico dentro del cual se deja caer mediante un mecanismo a distancia, una bolsa de tela con 17 onzas de cianuro de potasio en bolas del tamaño de canicas de cristal. La reacción química produce una nube verdosa de ácido cianhídrico (CNH), que llega a las narices del reo antes de 30 segundos, obligándolo a aspirar los mortales vapores con aroma a almendras amargas y flor de durazno, que de inmediato paralizan la acción de las enzimas respiratorias encargadas del tránsito del oxígeno de la sangre a las células corporales, lo que produce convulsiones, espasmos musculares, pérdida de la conciencia, interrupción del ritmo respiratorio y finalmente paro cardiaco y la muerte clínica. Una ejecución “normal” dura de 3 a 4 minutos desde el momento de entrar a la cámara hasta cuando se declara clínicamente muerto al condenado.

La cámara de gas más conocida es la  que se encuentra instalada en la prisión de San Quintín en California, que cuenta con dos sillas que permiten la ejecución simultánea de dos personas. En una de ellas fue ejecutado el 2 de mayo de 1960 Caryl Chessman, llamado “el bandido de la luz roja”, condenado a dos penas de muerte, por el asalto y violación de dos jóvenes, sindicación que Chessman negó hasta el final de sus días, luego de obtener, durante los 12 años que duró en el “pabellón de la muerte”, ocho aplazamientos legales sucesivos de su sentencia y de haber escrito y publicado cuatro libros en los que exponía su inocencia y criticaba el sistema penal de California y la pena de muerte. Uno de ellos “Celda 2455, Pabellón de la Muerte” se convirtió en best seller, fue traducido a 20 idiomas y llevado al cine.

LA INYECCIÓN  LETAL

La recurrente búsqueda de más eficaces métodos de ejecución llevaron a las autoridades de los Estados Unidos a adoptar un sistema de ejecución todavía  “más humano”, que reemplazara a la silla eléctrica y a la cámara de gas, lo que condujo al concepto de la inyección letal o “muerte suave”, protocolo de ejecución ideado por el patólogo forense de Oklahoma doctor Jay Chapman en 1970. Originalmente, el concepto de la Inyección letal consistió en inyectar por vía intravenosa una solución compuesta de tres fármacos, así:

5 gramos de Thiopental Sódico, barbitúrico que induce la pérdida del conocimiento del  ajusticiado.

50 a 100 miligramos de Bromuro de Pancuronio, poderoso relajante muscular que paraliza el diafragma e interrumpe la función pulmonar.

50 a 100 miligramos de Cloruro de Potasio para provocar paro cardíaco y acelerar la muerte clínica del paciente.

La aplicación ocurre en un recinto con una especie de camilla alta de hospital situada en el centro, dotada de soportes laterales en cruz para apoyar los brazos, sobre la cual se acuesta el reo que es atado con correas sobre cuello, brazos, muñecas, pecho, cintura, piernas y tobillos. Inmovilizado en esta posición y debidamente canalizado por paramédicos al menos en dos accesos venosos y llegada la hora señalada, se prende una bomba que impulsa a presión uno a uno los químicos hacia el organismo del condenado que suele entrar en shock y perder el conocimiento de inmediato. La muerte ocurre  5  a  10 minutos después.

El primer reo que probó este coctel fue Charlie Brooks, condenado por asesinato, ejecutado el 7 de diciembre de 1982 en la prisión de Huntsville, Texas. La muerte sobrevino a los 7 minutos de iniciarse el proceso de inoculación. Por su parte, la primera mujer ejecutada con el entonces novedoso sistema fue Mary Lou Anderson de 35 años, en Wharton, Texas en 1985.  El 11 de junio de 2001 en la prisión federal de Terre Haute, Indiana, fue ejecutado con este sistema el ex sargento del cuerpo de Marines Timothy McVeigh, autor del ataque terrorista contra el edificio federal Alfred P. Murrah de Oklahoma City, el 19 de abril de 1995 en el que murieron 168 personas y 680 resultaron heridas, entre ellos muchos niños de una guardería que funcionaba dentro del edificio.

A partir de 2010, el laboratorio Hospira, filial de Laboratorios Abbot de Lake Forest, Illinois, creador y productor exclusivo del Thiopental Sódico, uno de los tres componentes de la inyección letal, no estuvo de acuerdo con que un fármaco creado para usos médicos fuese utilizado para matar seres humanos, por lo que la empresa se negó a continuar suministrándolo para ese propósito. Por ello, algunos estados optaron por un químico único, en este caso el Pentobarbital, droga utilizada hasta entonces por los veterinarios para sacrificar animales. Para ejecutar a un adulto humano, basta una dosis de 5 gramos, que fue aplicada por primera vez el 17 de diciembre de 2010 a John David Duty de 58 años en la prisión de Oklahoma, donde cumplía tres cadenas perpetuas por varios crímenes cometidos en 1978, esta vez por estrangular en 2001 a su compañero de celda, quien al parecer, roncaba muy vigorosamente.

El 20 de septiembre de 2012 en la prisión de  Lucasville, Ohio, fue ejecutado con 5 gramos de Pentobarbital, Donald Palmer de 47 años, luego de permanecer 23 años en el pabellón de la muerte, condenado por matar a dos desconocidos en una trivial disputa en una carretera. Días antes, el 8 de agosto, en la prisión de Huntsville, Texas había sido ejecutado Marvin Wilson, retrasado mental de 42 años, acusado de homicidio. El Tribunal desestimó el argumento de la defensa, según el cual, el reo era inimputable por tener un coeficiente intelectual de 61, cuando se considera que 70 es el mínimo aceptable para ser considerado competente según las pruebas de inteligencia oficialmente reconocidas por la ley en ese país. Hasta esta fecha, en los Estados Unidos han sido ejecutados numerosos condenados a muerte mediante una dosis única de Pentobarbital. Por último, el 11 de marzo de 2015, la Cámara de Representantes del estado de Utah aprobó el fusilamiento como método alterno de ejecución, ante la negativa del laboratorio Hospira, dueño de la patente del “Thiopental Sódico”, de suministrar este producto para ser utilizado como uno de los ingredientes de la inyección letal.

Por más que la indignación que suelen provocar los crímenes calificados como horrendos, especialmente aquellos contra los seres más vulnerables de una comunidad, justifique la adopción de la pena de muerte en cualquiera de sus modalidades, persiste en el ambiente un morboso tufillo a sadismo vengativo puro y duro de quienes se autocalifican como seres ecuánimes y generosos, incapaces de causar intencionalmente dolor y sufrimiento a otros seres humanos. Algo de hipócrita desvergüenza tiñe de sangre el comportamiento del género humano de todos los tiempos, actitud que en cierta forma nos iguala a la de todos los verdugos que en el mundo han sido. Al menos muchos de ellos asumen y soportan sus propias culpas y aprecian con respeto y dignidad las responsabilidades propias de su penoso oficio.