Ritornelo sobre el prestigio
Todos cuidamos el resplandor de nuestros nombres. Por un camino de dolores se llega al Olimpo, dejando esparcidas hilachas de vida en cada una de las circunstancias que confrontamos. Se ha dicho en el lenguaje cristiano que el sendero del cielo está sembrado de abrojos.Se avanza y se cae, se oscila entre la aurora y el véspero, en línea lábil se juntan la felicidad con la desgracia.
Es delicada la urna del político. La empañan los contendores que lanzan pedruscos para arruinar la competencia. Tratan de disminuir los prestigios, poner en duda la diafanidad de las conductas, levantan cadalsos cuando hay equivocaciones. En el ajedrez electoral no hay piedad en la ideación de estrategias para eliminar al contrario.
Entre más altos sean los símbolos humanos mayor es la acerbía para combatirlos. Nadie se cuida del zopenco.Los tanques de guerra derriban murallas y pulverizan rocas.La importancia de un hombre público se mide por la calidad y cantidad de sus adversarios.
El prestigio se blinda en la palabra. Además de la hermosa voz de Alberto Lleras que navegaba en ecos sonoros, era la esencia de sus mensajes lo que electrizaba. Leía. No improvisaba. Pero lo hacía con tal autoridad, con prosa tan castigada, con ideas tan macizas, que sus conferencias se convertían en hitos de comportamientos. Alzate Avendaño era un erudito en el manejo del idioma. Prosa viril, sugestiva y aireada con vocablos rescatados de los pajonales olvidados de los diccionarios, fuerte e incisiva en sus contenidos. Pocos seres tan ultrajados como El Mariscal. Todo se dijo de él. “Caudillo ambicioso”, “sargento de ollas”, “perro de presa “, “ha hecho de la política un profesión de prostitución, haciendo en ella el papel de la nochera”, “resentido y despechado”. Aquilino Villegas lanzó vinagre en su contra. “El maniobrero mezquino, de ligeras habilidades electorales, de agilidad de manos en el suscitar los hombres y los sucesos y los elogios, en organizar las corporaciones, las asambleas, las convenciones con fichas escogidas y consignas dadas, debe expulsarse lejos como alimaña dañina”. Alzate con almibarado cinismo expresaba que todas esas piedras que le lanzaban iban a servir para cincelar su estatua histórica. Murió cuando ya sentía sobre su pecho el dulce sofoco del tricolor nacional como presidente de Colombia.
El prestigio se viste de símbolos. El corbatín era la enseña de Julio César Turbay. Nunca Ospina Pérez o el Mariscal Alzate, en sus giras, llevaban indumentaria deportiva. Tampoco Misael Pastrana. Rigurosos los tres, de facha mesurada, con sus atavíos de paño; solo Ospina hizo famosa la ruana blanca boyacense con la cual cubría su cuerpo en los desplazamientos por los páramos. ¿Silvio Villegas con camisa floreada que le imprimiera aire bonachón? ¡Jamás! ¿Fernando Londoño, José Restrepo, o Jaramillo Ocampo, chabacanos y zumbones, en huelga contra la etiqueta? ¡Nunca! Solo ahora estos políticos modernos, casi en calzoncillos, hacen diabluras en las tribunas.
Wright Mills en “La Élite del Poder” en el capítulo sobre “las celebridades” se explaya ampliamente sobre el tema del prestigio. Cada nación tiene su propia dimensión para concebirlo. Dice Mills : “En Francia, la palabra “prestigio” implica una asociación emocional con fraudulencia, ilusionismo,o por lo menos con algo adventicio. También en Italia se usa frecuentemente esta palabra para significar algo engañoso, ofuscante o legendario. En Alemania, donde es una palabra totalmente extranjera, corresponde a Ansehen o estimación, o a der Nimbus, próximo a nuestro glamour; o es una variante de “honor nacional”, con la obstinación histérica que en todas partes va asociada a esas palabras”.
Puede pensarse que el prestigio es pasajero. Ínsito está a la extensión de los años, en las virtudes y defectos, en la proyección cultural y así mismo en las ejecutorias. Luis Carlos Galán, por ejemplo, jugó con muchos factores de poder que le dieron imagen de líder. Juventud ardorosa, sólida formación, oratoria fácil, un mechón de pelo que le bailaba en la frente, decisión y bravura para el combate. Y carácter. No puede ser influyente un bailarín ideológico, o un indeciso en las prédicas,cambiante y voluble.
“Me tiento y me hallo” decía con énfasis el Mariscal Alzate. Hay que tener imagen. Convertido en león destripador como Laureano Gómez, hacedor y fecundo en el gobierno como Carlos Lleras, frío y metódico como César Gaviria, pendenciero y obstinado como Uribe Vélez, brillante y terco como Humberto de la Calle, lírico como Fernando Londoño, servicial y pródigo en obras sociales como Omar Yepes, cavilador y olfativo como Tonny Jozame, mieludo y rumiador como Jorge Hernan Mesa. Imagen y prestigio. Pero sobre todo, imagen.