28 de marzo de 2024

Los pensatorios

10 de agosto de 2017
Por César Montoya Ocampo
Por César Montoya Ocampo
10 de agosto de 2017

cesar montoya

Erasmo de Rotterdam, iconoclasta y destripador, en  el “Elogio de la Locura” se refiere a los “pensatorios”, término que no figura en el “Diccionario de la Lengua Española”. Esa palabra “sirve para designar  una cesta suspendida  en el aire a cierta altura,desde cuyo interior  Sócrates observa los fenómenos celestes y medita”. (Así está escrito en  el libro aludido).

El sustantivo “pensatorio” es posible que tenga afinidad con los verbos rectores  imaginar, reflexionar, opinar, razonar, mas explícitamente analogía con la facultad intelectual para conocer, profundizar y discernir. Debe entenderse  que el “pensatorio”  es un espacio físico, algo así como un balancín aéreo utilizado por Sócrates para ahondar en sus discursos sobre la ética, que, con  la gramática  y la retórica, hacen parte de las artes liberales. La mente se resiste  a creer que un anciano predicador, se subiera árbol arriba, horqueta aquí, encaramándose en otra allá, finalizando su acomodo en una celda oscilante.

Las introversiones del anacoreta,  las debió compartir con  Platón, su  genial discípulo. El ateniense, que nada escribió,  es el padre de la dialéctica, método de razonamiento  que se sustenta en el diálogo.

Se supone que el  “pensatorio” es aislamiento. En canasta  amarrada  entre ramajes frondosos, Sócrates, columpiado  por  vientos madrugadores, se hundía en sí  mismo, viajaba hacia los meandros imperceptibles de su conciencia, para estructurar los argumentos que habría de incrustar en el poroso cerebro del aristócrata  Platón. Él era un maestro retórico, y su interlocutor captaba las sabidurías.

Platón utiliza  el mito de las ideas para explayarse en consideraciones sobre el universo íntimo del hombre, el mito de la caída cuando el alma se ensombrece, y el mito de la caverna que hinca  el intelecto ante el mundo de las realidades. Toda esta academia la heredó  de Sócrates.

Sin embargo Erasmo de Rotterdam valoró los “pensatorios” como ergástulos o cámaras de tortura. Mientras unos, de manos de los filósofos griegos, los convierten en telescopios celestiales, este sacerdote holandés los degrada como aposentos carcelarios.

“Pensatorios” como sitios de voluntaria reclusión para gestas de gloria,  hemos tenido muchos en Colombia. Gabriel García  Márquez se escondió en su “pensatorio” por dieciocho meses  mientras daba a luz “Cien Años de Soledad”.Héctor Rojas Herazo se incomunicaba por meses dentro de su propia morada, mientras pintaba violinistas.Era su hobby.  Otto Morales Benítez se internaba a las cuatro de la mañana en su  biblioteca,  para embarcarse en ensayos sociológicos. Gilberto Alzate Avendaño, cuyo resplandor mental era asombroso, estrechaba las horas de dormir  mientras le hacía digestión a un ejército de libros.

Los “pensatorios” son recintos para la meditación. ¿Qué hacen los cartujos en aislados  monasterios, construidos en  socavones de montañas,  con  Dios en los labios las 24 horas del día?

Sócrates, no sé cómo, se encaramaba a unos zarzos vegetales sin techo a mirar estrellas, con astrolabios estudiaba las elipses del zodíaco, manejaba entelequias metafísicas que las entregaba a Platòn para que éste  reflexionara y sacara deducciones . El sabio soñador,  apartando follajes que le estorbaban la  visión, buscando ángulos de luz, profundizaba en sus cavilaciones para armar teorías filosóficas. ¡Cuántos conocimientos le serían traspasados a su discípulo, cuántas arquitecturas invisibles  construiría en esos encierros de los cuales mucho aprendió –también- el señor Aristóteles!

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