Los pensatorios
Erasmo de Rotterdam, iconoclasta y destripador, en el “Elogio de la Locura” se refiere a los “pensatorios”, término que no figura en el “Diccionario de la Lengua Española”. Esa palabra “sirve para designar una cesta suspendida en el aire a cierta altura,desde cuyo interior Sócrates observa los fenómenos celestes y medita”. (Así está escrito en el libro aludido).
El sustantivo “pensatorio” es posible que tenga afinidad con los verbos rectores imaginar, reflexionar, opinar, razonar, mas explícitamente analogía con la facultad intelectual para conocer, profundizar y discernir. Debe entenderse que el “pensatorio” es un espacio físico, algo así como un balancín aéreo utilizado por Sócrates para ahondar en sus discursos sobre la ética, que, con la gramática y la retórica, hacen parte de las artes liberales. La mente se resiste a creer que un anciano predicador, se subiera árbol arriba, horqueta aquí, encaramándose en otra allá, finalizando su acomodo en una celda oscilante.
Las introversiones del anacoreta, las debió compartir con Platón, su genial discípulo. El ateniense, que nada escribió, es el padre de la dialéctica, método de razonamiento que se sustenta en el diálogo.
Se supone que el “pensatorio” es aislamiento. En canasta amarrada entre ramajes frondosos, Sócrates, columpiado por vientos madrugadores, se hundía en sí mismo, viajaba hacia los meandros imperceptibles de su conciencia, para estructurar los argumentos que habría de incrustar en el poroso cerebro del aristócrata Platón. Él era un maestro retórico, y su interlocutor captaba las sabidurías.
Platón utiliza el mito de las ideas para explayarse en consideraciones sobre el universo íntimo del hombre, el mito de la caída cuando el alma se ensombrece, y el mito de la caverna que hinca el intelecto ante el mundo de las realidades. Toda esta academia la heredó de Sócrates.
Sin embargo Erasmo de Rotterdam valoró los “pensatorios” como ergástulos o cámaras de tortura. Mientras unos, de manos de los filósofos griegos, los convierten en telescopios celestiales, este sacerdote holandés los degrada como aposentos carcelarios.
“Pensatorios” como sitios de voluntaria reclusión para gestas de gloria, hemos tenido muchos en Colombia. Gabriel García Márquez se escondió en su “pensatorio” por dieciocho meses mientras daba a luz “Cien Años de Soledad”.Héctor Rojas Herazo se incomunicaba por meses dentro de su propia morada, mientras pintaba violinistas.Era su hobby. Otto Morales Benítez se internaba a las cuatro de la mañana en su biblioteca, para embarcarse en ensayos sociológicos. Gilberto Alzate Avendaño, cuyo resplandor mental era asombroso, estrechaba las horas de dormir mientras le hacía digestión a un ejército de libros.
Los “pensatorios” son recintos para la meditación. ¿Qué hacen los cartujos en aislados monasterios, construidos en socavones de montañas, con Dios en los labios las 24 horas del día?
Sócrates, no sé cómo, se encaramaba a unos zarzos vegetales sin techo a mirar estrellas, con astrolabios estudiaba las elipses del zodíaco, manejaba entelequias metafísicas que las entregaba a Platòn para que éste reflexionara y sacara deducciones . El sabio soñador, apartando follajes que le estorbaban la visión, buscando ángulos de luz, profundizaba en sus cavilaciones para armar teorías filosóficas. ¡Cuántos conocimientos le serían traspasados a su discípulo, cuántas arquitecturas invisibles construiría en esos encierros de los cuales mucho aprendió –también- el señor Aristóteles!