28 de marzo de 2024

El beato Pedro María Ramírez

8 de agosto de 2017
Por Mario García Isaza
Por Mario García Isaza
8 de agosto de 2017

MARIO GARCÍA ISAZA  c.m.

mario garciaHace ya algunos días, cuando nos llegó la noticia de la beatificación del Mártir de Armero, escribí unos renglones acerca de los rasgos conocidos de su santidad. He seguido interesándome en conocer más de su vida, de sus ejecutorias sacerdotales, de los días trágicos en que se consumó su sacrificio. Y espero con ilusión la aparición, en próximas semanas, de una biografía suya escrita por el periodista e investigador huilense Vicente Silva, con quien he tenido alguna comunicación. Comparto ahora, un tanto deshilvanados si se quiere, algunos apuntes más para quien quiera ir acercándose a la figura del nuevo Beato colombiano.

Un folleto de unas treinta y cinco páginas escrito por el Padre Ignacio Córdoba, que he podido leer, afirma que, días después de su muerte, el cadáver del Padre Ramírez, mal sepultado en el cementerio de Armero, fue exhumado por sus familiares y llevado, en fervorosa peregrinación jalonada de homenajes en los pueblos por donde pasaba, hasta La Plata, su suelo natal. Otra versión, dice que el Padre Germán Guzmán, que lo había reemplazado desde 1943 como párroco de Armero, fue quien vino desde allí, y acompañado de familiares y amigos, después de conseguir autorización para rescatar los restos del mártir,  los trajo a Ibagué; y que en esta ciudad, después de una fervorosa celebración en la Catedral,  fueron luego traídos al Seminario, en cuya capilla, que había sido el escenario de su ordenación sacerdotal en 1930, fueron velados durante una noche, y al día siguiente llevados hacia el Huila. El Padre Ricardo Querubín, me refirió hace pocos días lo siguiente : “Personalmente, yo le escuché a Monseñor Felipe Jáuregui, ilustre y bien conocido miembro del clero de Ibagué, que él había  hecho un largo rato de oración ante los restos del mártir en la capilla del seminario; y que había tenido, de parte de Dios, una milagrosa manifestación. Le pedía a Dios que le revelara si realmente el Padre Pedro María era un auténtico mártir, y la respuesta fue un súbito y fuerte temblor o trepidación en el recinto de la misma capilla”. El padre Daniel Retrepo, de la Compañía de Jesús y autor de la única biografía completa que hasta el momento existe del Padre Ramírez, afirma en ella haberle escuchado también a Monseñor Jáuregui el mismo relato.

He tratado de rastrear, en lo que conocemos de su vida y de su proceso formativo para el Sacerdocio, los vínculos o relaciones del santo sacerdote con la Congregación. Y por el momento, puedo adelantar estos datos. Es bien sabido que era sobrino suyo nuestro querido Padre Luis María (Lucho), quien, en la casa de Cartago le hablaba con frecuencia a mi hermano Alberto de su tío, y refería edificantes anécdotas de su vida; y que es sobrina suya, lógicamente, la también Vicentina Sor Mercedes, hermanita de Lucho , actualmente en la casa de San José, de Hermanas Mayores, en Pinares, y desafortunadamente ya muy limitada en sus capacidades y memoria; que, si no fuera así, probablemente nos podría suministrar también muchos datos interesantes y verídicos.

Su proceso de formación para el sacerdocio se dividió en dos etapas: la primera, en el seminario mayor de Garzón, que entonces era regentado por los sacerdotes diocesanos, al que ingresó a mediados de 1915, y del cual se retiró por decisión personal que obedecía a dudas vocacionales, tres años después; y la  segunda, en el Mayor de Ibagué, cuya dirección estaba confiada a nuestra Congregación. Aquí ingresó en julio de 1928. Durante el lapso que medió entre el retiro y el reingreso, su actividad principal fue la docencia, que ejerció dejando fama de ejemplar educador, católico íntegro  y edificante ciudadano, en el seminario menor de Elías (Huila), del que había sido alumno, y luego, en breves períodos y como director de la escuela urbana en San Mateo (hoy Rivera) y en Colombia (Huila), y finalmente, ahora por más de cuatro años,  en la población de Alpujarra. Allí lo encontró el señor Obispo, monseñor Pedro María Rodríguez, en visita pastoral, y escuchó encomiosas referencias, de labios de varias personas. Y presumiblemente influyó para que Pedro María “redescubriese” su vocación sacerdotal. Tuvo como rectores, en este seminario, a los padres Claudio Merle, que lo recibió a mediados del 28, y Martiniano Trujillo, que sucedió al anterior en la rectoría en mayo de 1929 y fungió en ella hasta julio de 1931, cuando fue trasladado con el mismo cargo al seminario de  Tunja. De los apuntes históricos del Padre José Naranjo, saco la conclusión de que debió tener como profesores, entre otros,  a los padres Carlos A. Grimaldos, Justo Pastor  Buitrago, Jaime Villegas (fallecido en el seminario de Ibagué en 1934), Filemón Bayona, Leopoldo Gaona, Jesús Londoño… Del examen de los libros de calificaciones, se concluye que se le eximió de cursar varias asignaturas, de la cuales no hay nota: probablemente porque ya las había visto en Garzón, o estudiado por su cuenta…

Consta en los libros de actas del Consejo doméstico que recibió la orden del Subdiaconado el 14 de junio de 1929; el Diaconado el 22 de diciembre del mismo año; y la Ordenación Sacerdotal el 21 de junio de 1930, en la capilla del seminario, junto con los padres Alfonso y Francisco Gómez. Y su Padrino de ordenación fue un Vicentino, el P. Jesús Londoño.

Cuando regía los destinos espirituales de la parroquia de El Fresno, a un jovencito que manifestó inquietudes misioneras el Padre Ramírez lo encaminó hacia nuestra Apostólica , (seminario menor) de Santa Rosa, y le pagó allí la mitad de la beca de estudios: se trataba de Aquilino Pérez, que llegó a nuestra Casa de la colina por los años de 1946, se ordenó como Vicentino, y después de algunos años de ministerio dejó la Congregación y pasó a vivir el resto de su vida como excelente sacerdote secular en la diócesis de Espinal. Y a su hermana, Margarita, el Padre Pedro María, brindándole también un apoyo económico, la orientó hacia las Hermanas Vicentina de Cali.

A los años de su trabajo docente en Alpujarra pertenece un hecho que habla bien de su talante humano, espiritual y vocacional, y que algo tiene que ver con nuestra familia vicentina. Tuvo una amistad, por qué no decir que un romance, con una dama perteneciente a distinguida y muy cristiana familia de esa población: la señorita Lastenia Barreto López; era sobrina de quien fue después ilustre Arzobispo, Monseñor López Umaña. Fue una bella amistad, con todos los valores de una amistad cristiana; de ella hablaba después el Padre Ramírez Sendoya, que fungía como párroco en la población, y la calificaba de “casta relación amistosa”; y el Padre Restrepo, en la biografía del mártir, llega a decir que esa relación con Pedro María fue para la dama “una verdadera dirección espiritual”. Es el hecho que, tras algunos meses de esa amistad, de común acuerdo decidieron abandonar todo proyecto matrimonial con el compromiso de hacerse, él sacerdote, y ella, religiosa. Y en efecto, Pedro María se encaminó a nuestro seminario de Ibagué, y la orientó a ella a la Compañía de las Hijas de la Caridad (Hermanas Vicentinas) de Cali. Allí llegó, efectivamente, y después de hacer lo que entre las Hijas de la Caridad se llama el “postulantado”, prestando servicios caritativos en el Hospital San Juan de Dios, fue admitida como novicia en octubre de 1933, y vistió el hábito de la Comunidad en septiembre del año siguiente. Se sabe que murió muy joven.

Una última referencia, que personalmente me toca en lo íntimo y que, pienso, debe producir en nosotros, los que peregrinamos en esta Iglesia particular de Ibagué, una honda alegría y estimulantes sentimientos pastorales. Cuando pasaban por Ibagué los restos del Mártir, a uno de sus hermanos, don Luis Antonio Ramírez, le dijo el señor Obispo, Monseñor Rodríguez, según refiere el Padre Daniel Restrepo en la biografía que he citado: la muerte del Padre Pedro fue la de un verdadero Mártir de Cristo; yo creo que algún día será objeto de canonización; estoy seguro de que ha ido al cielo, y por eso me he encomendado mucho a él, y en tal virtud le he entregado mi vida, mi seminario y mi diócesis.