28 de marzo de 2024

2 -TRIPTICO PARA EL ALCALDE

15 de agosto de 2017
Por Hernando Salazar Patiño
Por Hernando Salazar Patiño
15 de agosto de 2017

Por Hernando Salazar Patiño

II- SER CAMPESINO ES SER POETA

Señor doctor

OCTAVIO CARDONA LEÓN

Alcalde de Manizales 

S.D
Me dirá usted por qué le escribo, con qué derecho me dirijo a usted, quién soy yo para indicarle qué debe o no debe hacer. Pero tengo varios motivos para hacerlo. En primer lugar, el obvio que de por sí justifica estas cartas, y es la de mi condición de ser hijo de Manizales, la que me fue destinada desde los días mismos de la fundación de la ciudad, cuando  llegó mi familia el 8 de marzo de 1850; la de de conocer su historia y la de haberla también historiado; siete décadas de amarla y padecerla; y años, muchos años  de tratar de elucidar por qué Manizales es ahora  lo que es, tan distinta  de lo que fue, en su civismo, claro, quiero decir, en su espíritu.

Pero hay, además, una motivación personal doctor Octavio Cardona León, y es que con la elección suya como Alcalde me pareció que se abría, por fin, una perspectiva distinta para alcanzar a ver algo de lo que ha sido mi sueño de ciudad, y así empecé a alimentar una especie de esperanza. Y no es para decirle que voté o no, por usted, porque no había oído de su nombre,  no lo conocía, dada mi ausencia más o menos continua de la ciudad por cerca de una docena de años. Inclusive, en vista de los tintes clasistas con los que quisieron promover o desalentar a quienes contendieron en la pasada campaña, glosé a un comentarista amigo por sus exacerbadas apreciaciones de un trasnochado marxismo populista, que concluí con las palabras que aquí  transcribo:

“No me estoy pronunciando, espero que me entienda, a favor de su candidatura, que es una cuestión para mí personal porque no soy político, ni partidista,  sino pensador de la política, como tampoco estoy en contra de tu muchacho de La Cabaña, del que tengo buenas referencias pues entiendo que es hermano de una encantadora alumna que tuve años atrás, cuyos ojos, sonrisa y dulzura no olvido y no contemplo desde esos tiempos…” etc., texto éste que le debe hacer sonreír, como también a mí. Pero resulta, señor Alcalde, que en uno de los renglones radica el meollo de esa ilusión.

Creo que ya lo adivinó. El que provenga de una de las veredas más emblemáticas y queridas, de La Cabaña, de ese  lugar que usted proclama orgulloso, y con razón, que le dio la identidad y que lo nutrió, no solo por la fertilidad para crecer sano bajo el ejemplo laborioso de su padre, sino  que fue, y en envidiable y mayor grado, el alimento de sus ojos y de su espíritu. Tuve la oportunidad fallida de ir a “La Secreta” hace más o menos treinta años, por reiterada y generosa invitación de Carmen Eugenia, su hermana, cuando traté de medio enseñarle algo de sociología, de ideas políticas, o de filosofía, no preciso bien, en sus tiempos de estudiante de derecho. Ya no recuerdo porqué no se dio al fin ese acogedor convite.   Pero le repito. Ese hecho me creó expectativas, en el sentido de que con usted se iba a comenzar una distinta relación con la naturaleza, con el aire, con el medio ambiente, con el marco rural que rodea su asentamiento urbano.

Mi visión no es de hoy, señor Alcalde. Es de siempre. Porque está poblada de imágenes de la infancia. Y en años recientes, he venido escribiendo capítulo a capítulo un pequeño libro que tendrá el título de “La Ciudad y los Árboles”, el que calculé publicar hace dos años, cuando dejé de enviar los textos que lo componen a Eje 21, el diario virtual donde aparecieron desde el comienzo de su elaboración. Aparte de su suspensión por imperiosos motivos ajenos a mi voluntad, la continuidad del mismo se impuso por la pertinaz obstinación suicida de nuestros paisanos en asolar el poco verde que sobrevive, en talar árboles, en pavimentar parques, descuidarlos o disminuirlos, en contaminar sin control y sin sanción su atmósfera. El intento de su antecesor de desaparecer casi todos los urapanes de Milán, se logró detener en buena parte, gracias a la reacción instintiva de la comunidad. Su promesa de sembrar no sé cuántos árboles, se quedó en eso. El doctor Rojas es ingeniero, es manizaleño, y tuvo y tiene poder.  Encarna el modelo tipo de la tesis que sostengo en el libro, por ser éstos los factores esenciales para la “dendrofobia”, para el odio, el miedo o el desprecio que sentimos y demostramos aquí por los árboles.

Abusando de su paciencia, pero como primicia, y como prueba de lo que afirmo, le transcribo un párrafo del capítulo VIII, “Se necesita un Alcalde poeta”:

“¿Cuánto hace que Manizales no tiene un alcalde poeta? En las últimas décadas casi todos han sido ingenieros, seguidos de administradores, quizá también economistas, algunos médicos y casi que ni abogados, menos antropólogos, o sociólogos o historiadores y ni siquiera se ha pensado en alguien relacionado con las bellas artes. Me responderán que la política es la más antipoética de las actividades, y cierto es, más hoy, pero sabría hacer una larga lista de poetas y de escritores, tan profundos en su literatura como sabios en la ciencia política.” “…Es obvio entonces que no hablo de un alcalde que escriba versos  (¿y por qué no?), o de alguien en quien la poesía ocupe un lugar central en su espíritu y en su inteligencia. No. Sino de un ser que lo emocione una ciudad reverdecida, o “que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza, y hasta  la caída de un árbol lo llegue “a estremecer” como a Barba-Jacob. Que con su gabinete y sus conciudadanos salga a celebrar junto con Musset, “el perfume de las flores, las voces de la naturaleza, la esperanza y el amor, el vino y el sol, el espacio y la belleza”.  De un manizaleño que tras su actividad de burgomaestre, se trasluzca una concepción del mundo y de la sensibilidad, que además de gobernarla sueñe la ciudad, que tenga la absoluta convicción de que el universo natural que nos privilegia, nos ha ofrecido y nos sigue ofreciendo sus dones para que Manizales sea la ciudad más verde del planeta, en la que la naturaleza le rinda un permanente homenaje de acogida y embellecimiento a su arquitectura,  y la arquitectura un imaginativo y artístico homenaje de aprovechamiento y respeto a la naturaleza”

Pedía un campesino, doctor Octavio Cardona. Ser campesino es lo mismo que ser poeta. Con solo hablar de su casa, de su labranza, de sus siembras, de su panorámica, de sus árboles, de los que ha sembrado y de lo que ha recogido, de lo que ha entregado a sus hijos, en esos gestos, en esos actos y en cada palabra, compone un poema humano, inimitable, y diverso  de la mentalidad urbana y citadina.

No estoy seguro si es La Cabaña o cuál, de las cercanas, es el escenario de las novelas de principios del siglo XX, escritas por don Arturo Suárez, de “Montañera” o de “Rosalba”. Ésta “una figura de mujer, de virgen aldeana, tiene por marco el brillante e indiscreto paisaje de los campos aledaños a Manizales; paisaje prodigioso por la nitidez de los horizontes y la grandeza de las cumbres andinas. En las alturas se destaca el Ruiz, nevado y solemne», como dice el prólogo escrito por mi pariente Max Grillo.

Con esta concepción que le expongo, y las mismas citas, algunos antecedentes suyos como servidor de la ciudad, que me compartió cierta persona de juicio objetivo, ponderado y distante de filiaciones partidistas, a la que respeto mucho, mas sus primeras ejecutorias en el cargo, y varias propuestas suyas, solo pretenden subrayarle la expectativa positiva que me estaban suscitando sus primeras actuaciones, y la ilusión que guardaba de que iba a ser usted el primero, en treinta o más años, en detener y dejar de alcahuetear a cierta clase de urbanizadores que han venido pavimentando el aire, tapando y afeando el paisaje, contaminando, endureciendo y devastando nuestra maravillosa y singular orografía, arrasando con el follaje que nos rodea, talando árboles, agrisando el colorido del entorno, alterando el equilibrio ecológico y decretándole muerte a la naturaleza, de manera suicida.

De ahí que, particularmente, sentí una gran desilusión, doctor Octavio Cardona, y supe que le sucedió igual muchos de los que votaron por usted, porque causaron  desconcierto en quienes  creyeron que iba a ser consecuente con su medio, con su crecimiento personal, con su formación profesional y su proyecto político, sus declaraciones de respaldo al proyecto depredador de Tierra Viva en la Reserva Natural de Río Blanco, proyecto sustentado por una empresa urbanizadora, representativa del poder y de la codicia de los sectores menos cívicos de la ciudad, de la más distorsionada idea de progreso, de la imprevisión y la displicencia anti ecológicas de los constructores, de esa dendrofobia u odio a los árboles característica de una cierta idiosincracia nuestra, no analizada, ni siquiera estudiada, que mencioné antes, y a la que consagro el libro que escribo, para comenzar a desentrañarla, y proponer detenerla, enmendarla, transformarla, e innovarla con una nueva actitud y una nueva vocación, acorde con el calentamiento global, y los desafíos actuales y del porvenir.

Sé que sus opiniones parten de lo que conoce, de lo que le han mostrado, y en ese sentido se explican, así tenga razones para mi completo desacuerdo. Me di cuenta que rechazó el uso publicitario que le dieron, de apoyo, ya oficial. Esto le tuvo que revelar, de qué infinidad de recursos se valen. Pero antes de concretarle el qué y el por qué de mi desacuerdo, y de referirme a la calificación que usted obtuvo y a la página que le dedicaron en la publicación especial de “Semana”,  lo invito señor Alcalde, a que mientras lee estas cartas, o después, escuche la brillante obertura “Poeta y Campesino” (Dichter und Bauer), o como también es conocida, “Poeta y Aldeano”, del compositor Franz von Suppé, que además de lírica es también reflexiva, dinámica, vital, llena de fuerza, con carácter, así al inicio tenga la forma compositiva de un “réquiem”, porque está acorde con mi pensar y patentiza la filiación de mis argumentos.

Le estrecha la mano,

Hernando Salazar Patiño