28 de marzo de 2024

Entre el ciclismo y el fútbol hay más que un pedalazo.

27 de julio de 2017
Por Armando Rodríguez Jaramillo
Por Armando Rodríguez Jaramillo
27 de julio de 2017

Armando Rodríguez Jaramillo

El Tour de Francia 2017 (TF) fue uno de los más dramáticos de los últimos tiempos por los escasos segundos que separaban a los líderes de la carrera y por la actuación de pedalistas nacionales como Rigoberto Urán que subió al podio en los Campos Elíseos en París.

Definitivamente fútbol y ciclismo son los deportes que me apasionan como quiera que de niño siempre acompañé al Atlético Quindío en el viejo San José y presencié las llegadas a Armenia de las Vueltas a Colombia y los Clásicos RCN, amén de la práctica recreativa de ambas disciplinas. De ahí que el Tour de Francia sea la excusa perfecta para reflexionar sobre estas actividades, la forma en que actúan sus deportistas y el comportamiento de los hinchas cuando siguen a sus ídolos en estadios y carreteras.

Lo primero que quiero destacar es cómo, en el fútbol, con frecuencia, a las amonestaciones y expulsiones de jugadores, a los goles anulados y a las jugadas sancionadas o dejadas de penalizar les siguen discusiones, empujones y agresiones de jugadores y cuerpos técnicos contra los árbitros, además de rechiflas, insultos y hasta ataques por parte de la tribuna. Caso diferente sucede con el ciclismo, como efectivamente pasó en el TF 2017 cuando los comisarios de la carrera decidieron expulsar al pedalista eslovaco Peter Sagan, que iba segundo en la  general, por derribar de un codazo al británico Mark Cavendish causándole una fuerte lesión. Tal determinación no generó reclamos airados a los jueces por parte de los compañeros de equipo ni de los seguidores del esloveno, tampoco hubo insultos, improperios o desordenes de los aficionados que obligara la intervención de la policía como suele suceder en el fútbol.

Lo segundo que deseo abordar es que antes y después de los partidos se despliegan alrededor de los estadios miles de policías, se hacen anillos de seguridad, prohíben el ingreso a los seguidores del equipo visitante, escoltan el bus que transporta los jugadores como si fueran objetivos de alta peligrosidad, se decreta ley seca y se alistan y escuadrones antimotines dotados de cascos, escudos, bolillos, gases lacrimógenos y tanquetas para reprimir cualquier brote de violencia entre las llamadas barras bravas. Ambiente radicalmente opuesto en competencias de ciclismo como el Tour, pues en esas los aficionados se agolpan en las calles a la salida de las etapas, se apostan a lado y lado de las carreteras en los premios de montaña para animar a sus ídolos y asisten a la llegada de las etapas con las bandera del país del corredor de sus preferencias sin enfrentamientos entre unos y otros, sin escuadrones de policía que los separe ni expresiones de odios y agresiones, tan sólo vitorean y animan a su corredor con el poder estentóreo de sus gargantas y el color de la camiseta que portan, al final todos premian con un aplauso al ganador reconociendo el esfuerzo realizado. Qué satisfactorio es ver que los ciclistas de diferentes equipos se hablan en la carretera y que los buses que los transportan al inicio y final de cada etapa no necesitan ir escoltados por la fuerza  pública porque a nadie se le pasa por la cabeza apedrearlos y quebrarles los vidrios como si ocurre con los equipos de fútbol.

Sobre esta realidad cada quien saca sus propias conclusiones.