28 de marzo de 2024

Raúl

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
2 de junio de 2017
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
2 de junio de 2017

Víctor Hugo Vallejo

Se gastó la vida con urgencia. Vivió cada día como si fuera el último. Nunca le apostó al futuro. No le interesaba. Lo que tenía mucho interés para él era la vida. La vivía a su manera, con su gusto, con su disgusto, con sus ganas, con desgano, con lo que tenía, con lo que carecía, con lo que le llegara, con lo que no le llegara. Era vivir para vivir. Una manera de gozarla o de sufrirla, pero que fuera de él mismo, no de los demás, ni mucho menos sometida a modelos que no le correspondían.

Y tanto se la gastó que llegó al final demasiado pronto. Cuando apenas tenía 52 años. Y se fue en soledad. En la soledad de un pavimento que hervía, en las calles de Cartagena, cerca del mar, su amor de siempre, lejos de todos, lejos incluso de si mismo. Se fue un día sin que nadie lo supiera. Recogieron su cadáver como un NN más, de esos muchos que se mueren en las calles del país, que a nadie le duelen y por quienes nadie pregunta.

No tuvo dolientes. Es que tampoco había tenido quien compartiera sus alegrías. Todo era de él. La angustia, el miedo, la pasión, los sueños, las realidades, todo era suyo exclusivamente. Hasta la muerte le tenía que pertenecer por completo. De ahí la soledad en que ocurriera. Muchos los vieron. Nadie sabía quien era. Tampoco estaban interesados en averiguarlo. Un muerto más de esos miles que cada año aporta la inseguridad vial. Una cifra de estadística.

Allí terminaron esos 52 años, bajo las ruedas de un bus urbano en Cartagena, ese 22 de mayo de 1997. El conductor no tuvo tiempo de esquivar su cuerpo. No hubo investigaciones. No hubo responsabilidades. Es que los NN no le interesan a nadie. Y era un NN más. Quien podía querer saber que era exactamente lo que había ocurrido. Unos pocos lo conocían. Lo veían pasar por las calles a todas horas. Deambulaba. Iba solo. Miraba a los lados, sin ver a nadie. De vez en cuando miraba hacia el mar y era como si hablara con él. Se entendían, ambos –él y el mar- porque tenían el mismo lenguaje, el de la poesía. Y ni él le gritaba al mar, ni mucho menos el mar le alzaba la voz. Era un diálogo tranquilo, de señales, de entendimiento, de saberse amigos el uno del otro. De haber sido amigos desde siempre. Era una conversación de muchos silencios. El silencio de los inteligentes.

Unos días después se sabría de quien se trataba. Cosa que tampoco le importó a nadie. Apenas vino a ser importante cuando los que sabían de su obra se enteraron mucho tiempo después que allí había perecido una de las voces mayores de la poesía colombiana. Una poesía intimista, personal, propia, que habló siempre de sus cosas, de esas que le pasaban, de esas en que pensaba, de esas subjetivas, de como se comportaba, de las maneras de vivir de quien sólo le importa la vida sin calificativos, sencillamente tomándola como la vida y nada más. Una poesía muy suya, pero que puede ser de cualquiera, al apropiarse de sus palabras no por sencillas, menos profundas.

Ese 22 de mayo ahora hace veinte años, se fue de la existencia cierta el poeta Raúl Gómez Jattin, nacido un 31 de otro mayo de 1945, una voz profunda de la poesía colombiana. Una voz conocida para expertos, por entonces, ahora muy conocida por todos aquellos que se acercan al decir de las emociones. A esas expresiones en que quedan plasmados los sentimientos y la forma de vivir.

El poeta nació en Cartagena y se crió en Cereté, cerca del río Sinú, en medio de costumbres costeñas, en las que la informalidad, la alegría, el canto y el baile hacen parte de la vida diaria. Una manera de ser en la que lo que trasciende es el ahora, el momento, el instante, lo que sucede aquí mismo.

Fue el hijo de una familia con más apellidos que plata. Siempre lo acompañó la pobreza. A la que nunca le dio importancia, pues ese no era su mundo. No era apegado a las materialidades que brindan comodidad. Lo que le importaba siempre era como estaba sintiendo la vida para si mismo.

Un ser profundamente sensible, marcado por muchos afectos y desafectos que nunca fue capaz de asimilar. Se aferraba a la libertad como la esencia de lo que se proponía en la existencia. Sin libertad, para él la vida no era nada. Y era una libertad plena, de esa que no admite esguinces de ninguna naturaleza y en la que no caben muchas disciplinas, porque es propia de éstas el limitar el ejercicio de lo que es ser libre. Desde la libertad construyó lo que fue, que para quienes esperaban tanto de él, no era más que diletancia y vagancia.

Nunca dejó de dolerle que su madre, Lola Jattin, de origen sirio, lo enviara siendo un niño de Cereté a Cartagena a vivir con su abuela Siria, como imposición de esa pobreza que un menor de edad jamás podrá entender. Esa abuela le daba de comer, lo enviaba a la escuela, le enseñaba cosas, le dejaba coger libros, pero siempre estaba huraña, de mal genio, con cara de pocos amigos y para él siempre tacaña, pues no le daba lo que le pedía, que no era gran cosa, pero que era mucho para alguien que tenía apellido extranjero, pero con la misma incapacidad económica de los pobres a orillas del caribe. Sentía que se le iba la vida al lado de una señora que era su abuela, pero que percibía como la regañona que no daba nada más allá del cubrimiento de las necesidades elementales. Alguna vez dijo que no le había podido perdonar a su madre el haberlo enviado tan niño donde su abuela.

Culminó sus estudios de bachillerato en Cereté, pueblo con que el que creó grandes lazos de empatía y comprensión, y buscó empleo como profesor de bachillerato. Enseñaba historia y geografía de Colombia. Soñaba con distancias y hacía soñar a sus alumnos con cuentos de hechos que habían sucedido en la vida de los antepasados, aunque los contara de una manera no muy ceñida a la veracidad de los sucesos. Se divertían y además le pagaban unos pocos pesos por eso.

Cuando cumplió 21 años se hizo un examen crítico y se dijo que de quedarse allí moriría de aburrimiento al verse avocado a repetir cada año las mismas lecciones y ese no era el mundo que pretendía. Lo quería más abierto, más amplio, de mayores horizontes. Horizontes que no conocía, pero a los que estaba abierto. Se fue para Bogotá y más por la influencia constante de su padre, que por gusto propio, ingresó a la Universidad Externado de Colombia a estudiar Derecho. Le aburrían en exceso los códigos, los incisos, los artículos, los parágrafos, los ordinales, los numerales, las leyes, los decretos, las sentencias, la jurisprudencia, la doctrina, la interpretación hacia fines concretos.

Un día, paseando con un código en la mano por los empinados pasillos de la Universidad, supo que allí también habían organizados grupos culturales, entre quienes debatían temas literarios y montaban obras de teatro de los grandes autores europeos. Buscó el ingreso a esos grupos y se hizo actor bajo la dirección del maestro Carlos José Reyes, incluso ganando un premio de actuación en un festival en que participó el Externado.

Así se fue abriendo a la vida. Fue conociendo caminos carentes de compromiso. Con el único compromiso de conseguir el placer subjetivo. Ese que a nadie distinto a él mismo podía pertenecer. Eso le gustó y se sumergió en ese camino de extravíos generados por diferentes sustancias que iban desde el cigarrillo, pasando por el alcohol.

Después de ocho años en Bogotá, sin haber concluido sus estudios de Derecho, sintió que el frio y la ausencia del mar lo estaban enterrando vivo. Regresó a Cereté. Tampoco estaba el mar. Se fue a Cartagena y allí encontró a su viejo amigo de siempre, que estaba igual, que lo aguardaba, que le seguía hablando y que lo escuchaba en sus silencios profundos sentado en una piedra, a la orilla mirando lejos, muy lejos, tan lejos que no sabía a donde.

Su poesía se comenzó a conocer, aunque sólo fuera entre especialistas. Sus libros le daban un nombre. Su nombre entraba por la puerta grande de la literatura colombiana. Su vida era la de él. Cuando lo buscaban a veces lo encontraban. Lo normal era no poder encontrarlo.

Su obra se encuentra en sus libros “Poemas” de 1981, “Prima” de 1988, “Retratos” de 1980-89, “Amanecer en el valle del Sinú” de 1983-93, “ Hijos del tiempo”, “Esplendor de la mariposa”, “Poesía 1980-1989”, “Los poetas, amor mío”, del 2000 (obra póstuma recogida por sus amigos más cercanos, que no fueron pocos, pero que nunca pudieron estar muy a su lado, por el constante extravío de Gómez Jattin en lo que era su mundo, un mundo extraño a lo que los demás llaman normalidad.

Es una voz excelsa de la poesía colombiana, que ha ido ganando resonancia con el paso de los años, después de su muerte, sin que la mayoría de sus actuales lectores sepan nada sobre su existencia. Poco o nada importa saber de su vida. Lo que trasciende es conocer su obra y de ahí que es mejor cederle la palabra para que todos podamos compartir unas expresiones que salen de lo más hondo de las emociones y se instalan en las propias, con deseos de permanecer.

Oigamos la voz de Raúl Gómez Jattin:

Para saber de su madre, bastan los versos a ella construidos:

“Más allá de la noche que titila en la infancia

Más allá incluso de mi primer recuerdo

Está Lola –mi madre- frente a un escaparate

empolvándose el rostro y arreglándose el pelo

Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte

y está enamorada de Joaquín Pablo –mi viejo-

No sabe que en su vientre me oculto para cuando

su fuerte vida, la fuerza de la mía

más allá de éstas  lágrimas que corren en mi cara

de su dolor inmenso como una puñalada

está Lola –la muerta- aún vibrante y viva

sentada en un balcón mirando los luceros

cuando la brisa de la ciénaga le desarregla

el pelo y ella se lo vuelven a peinar

con algo de pereza y placer concentrados

Más allá de este instante que pasó y que no,

y que no estoy oculto yo en el fluir de un  tiempo

que me lleva muy cerca y que ahora presento.

Más allá de este verso que me mata en secreto

está la vejez –la muerte- el tiempo incansable

cuando los dos recuerdos – el de mi madre y el mío-

sean un recuerdo solo: este verso”.

Desde lo que siente y lo que piensa es capaz de expresar la vida tal como se la ha imaginado, tal como la ha querido, para ser coherente en todo momento consigo mismo y por ello no duda en cantar:

“Prometo no amarte eternamente

ni serte fiel hasta la muerte,

ni caminar tomados de la mano,

ni colmarte de rosas,

ni besarte apasionadamente siempre.

Juro que habrá tristezas,

Habrá problemas y discusiones,

y miraré a otras mujeres,

vos mirarás a otros hombres

juro que no eres mi todo

ni mi cielo, ni mi única razón de vivir,

aunque te extraño a veces.

Prometo no desearte siempre

a veces me cansaré de tu sexo

vos te cansarás del mío

y tu cabello en algunas ocasiones se hará fastidioso en mi cara

Juro que habrá momentos

en que sentiremos un odio mutuo,

desearemos terminar todo y

quizás lo terminaremos

construiremos, compartiremos.

¿Ahora si podrás creerme que te amo?”

Para saber un poco quien es un poeta, siempre es aconsejable leerlo y responder muchos interrogantes a través de esos versos en los que quiso hacer saber mucho de si. Basta oírlo:

“Soy un Dios  en mi pueblo y en mi valle

no porque me adoren sino porque yo lo hago

porque me inclino ante quien me regala

unas granadillas o una sonrisa de su heredad.

O porque voy donde sus habitantes recios

a mendigar una moneda o una camisa y me la dan.

Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán

y lo nombro en mis versos.

Porque soy solo.

Porque dormí siete meses en una mecedora

y cinco en las aceras de una ciudad

Porque a la riqueza miro de perfil

más no con odio.

Porque tengo un compadre

a quien le bauticé todos los hijos y el matrimonio.

Porque nací en mayo.

Porque mi madre me abandonó,

cuando precisamente más la necesitaba.

Porque cuando estoy enfermo

voy al hospital de caridad”.

Era su vida. Fue su vida. Se la gastó aceleradamente, hasta cuando un día un bus urbano en las calles de Cartagena se lo llevó por delante y lo dejó tirado en la vía sin vida. A veinte años de su muerte es  interesante leer su poesía.