28 de marzo de 2024

Cartas a la prole

Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
18 de junio de 2017
Por Óscar Domínguez
Por Óscar Domínguez
Fue director de Colprensa y ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania).
18 de junio de 2017

Hace años, un día del padre, cuando mis  hijos Andrea y Juan tenían 8 y 5 años, respectivamente, les dirigí esta carta:

Queridos “locos bajitos”:

Qué rollo este de ser papá. Sobre todo porque  un papá no es una mamá y allí empieza Cristo a padecer.

Los papás somos mil veces menos taquilleros que las madres. Somos prescindibles como los politólogos y las hamburguesas.  Pero al menos (¿¡) no somos envidiosos y les dejamos a ellas el complicado protagonismo doméstico.

Uno se acuesta aliviado cualquier día y se despierta papá, sin ningún entrenamiento previo.

Debería existir una Universidad en donde los padres saquen algún título en paternidad responsable, de la misma forma como a los abogados los adiestran en los intríngulis de los códigos y a los médicos en las intimidades del bisturí.

Tampoco hay dudas: al momento de casarse, el hombre debería presentar diploma de buen polvo y de papá. Muchos matrimonios se descuadernan por falta de estos títulos. O por alguno de ellos.

Mientras se llena este vacío, críos, seguiremos haciendo camino al andar, leyendo, por ejemplo, a Zig Ziglar, quien no es ningún cantante de rock, sino un experto en tratamiento de los adolescentes.

Me muero de la envidia de la buena de su condición de niños. Siempre cambiando una ilusión por otra, no repitiendo sueños ni asombros, descubriendo el mundo en cada mirada, faltando al colegio, soportando las primeras emboscadas del amor, hablando eternidades por teléfono, mientras los “cuchos” esperamos nuestro turno al bate.

Una  autorización que de pronto sobra: si no les dejo ejercer a fondo su condición de “locos bajitos” mándenme al lugar adecuado, o sea, pa la quinta porra.

Estoy agradecido con ustedes. Me hacen sentir más vivo a medida que sus cabezas se van alejando de la tierra para estar algunos centímetros más cerca del cielo.

Estar con ustedes, aparte de una delicia, es una forma exquisita de volver a ser niños. Cuando a los padres nos tocó hacer ese oficio de pequeños, estábamos tan chiquitos que ni nos dimos cuenta.

Con ustedes he vuelto a ser amigo personal de los parques, le he vuelto a tomar cariño a la tienda de la esquina, los helados, las primeras lecturas de Verne, Salgari. He vuelto a ser Tom Sawyer.

¿Me permiten una frase de exquisito cajón? No aspiro a ser su padre, sino su cómplice o amigo. Aunque uno no es amigo del que quiere sino del que puede. Estoy tratando de poder.

También cuando me vuelva demasiado “filósofo” o “consejero espiritual”, me pueden mandar a freír espárragos. Eso sí, que sea con una cierta sonrisa.

En síntesis, como decía don Pedro Vargas –quien tampoco es un cantante de rock- muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido.

RECETARIO DE VIDA

(Chicos, en el orden que se me iban ocurriendo)

Ser agradecido

Vivir con lo que tengo

No juzgar

Ser tolerante

No esperar nada de nadie

No estresarse

Vivir a la penúltima moda

Compartir lo que tengo

Perdonar y encimar el olvido

Llegar media hora antes a las citas

CONFESION A LA PROLE (25 años después)

Críos, nunca creí que llegaría el día en que les haría una confesión de esta naturaleza a través de mi columna en el periódico. Espero que me perdonarán, que no se avergonzarán de su padre. Es casi un secreto de confesión, para decirlo con la religión de mis mayores.

Me lleva a confesarles esta circunstancia la confianza que les he tenido. De pronto alguna vez me hicieron alguna confidencia. Ahora me toca hacérselas a mí. Quizás algo aprendieron de mí en la vida, por ejemplo, a amarrarse los cordones o hacerse el nudo de la corbata. Ahora soy yo quien desde hace un buen rato he empezado a aprender de ustedes.

Bueno, mucha cháchara y nada que suelto la confesión, el rollo, que ojalá no los lleve a retirarme el saludo ni la mirada.

Simplemente, queridos míos…han empezado a cederme el puesto en el Metro, cuando estoy en Medellín, y en el Transmilenio bogotano. Al principio creí que lo hacían por equivocación, porque algún pasajero estaba próximo a bajarse. Entonces no lo tomé a mal. Ni siquiera agradecía el gesto porque lo asumía como un accidente de tránsito dentro del vehículo.

Al principio, creí que la cosa no era conmigo. Miraba para otro lado. Pero la historia ha vuelto a repetirse como dice una letra de ese “corruptor de mayores” que es el bolero.

Y empecé a preocuparme: eso quiere decir, ni más ni menos, que la gente me tiene como un viejito más, que hago parte de las estadísticas del Dane sobre la tercera edad, que me cobija la Ley que favorece a los mayores de 62 años que promovió el ex alcalde y representante Omar Flórez, que ya mis médicos son el proctólogo, el urólogo, en fin, esosbisturíes humanos que nos dicen si somos o no “proustáticos”, si el riñón acusa fatiga de metal.

Me da culillo subirme al transporte público porque de pronto se repite la historia. Antes creía que los que envejecen son los demás. De niño, también creía que sólo los demás se morían. Ya no estoy tan seguro de ello.

No les pido solidaridad en esta hora difícil, no tienen que llamarme o escribirme para decirme: No cucho, tú estás muy joven, mira que todavía fumas, tomas trago, eres fiel – y nadie sabe si infiel-, no importa que te duermas parado, que chorrees la baba. Así no me lo digan, gracias mil.

Una confesión adicional: Creo que hay algo peor que me cedan el puesto, y es que ya empecé a aceptarlo, con estoicismo, con cierta alegría. Es más,  me enojo cuando no me lo dan. Al que se queda sentado, impávido, le aplico la mirada 38, le canto el Himno Nacional, para hacerlo parar. A veces tengo éxito.

Espero no haberles bajado la moral con estas líneas que llegan a su fin. Como dicen que decía Napoleón, perdonen que les haya escrito largo, pero no tuve tiempo de escribirles corto. El taita que los ama.