28 de marzo de 2024

La invulnerabilidad de las estatuas

6 de abril de 2017
Por César Montoya Ocampo
Por César Montoya Ocampo
6 de abril de 2017

cesar montoya

Lanzarle lodo a las estatuas es un deporte nacional. Si el símbolo está representado por  un prócer encopetado, mayor es la cantidad de pantano que se arroja. Nadie se ocupa de los seres  nimios; no  se embolata el tiempo  vilipendiando a un chisgarabís. Las saetas se disparan en dirección de las testas de los grandes hombres, polémicas sus vidas, ensalzados por muchos y sus pechos perforados por la artillería enemiga. Se mide la importancia de un líder por la calidad de sus detractores.Nunca las jimias pueden equipararse con los leones.

La plebe es manipulada por quien la incita detrás de bastidores. En las urticantes rebatiñas no ponen la cara quienes las estimulan. Desde la clandestinidad se encolerizan las pasiones de las mesnadas, las enferman con  botafuegos tenebrosos que destapan sus instintos  negativos.  Nunca los fariseos se enfrentaron a Jesucristo,  pero sembraron odio en el  pueblo judío  delineándolo como un  demagogo revoltoso que se creía Dios. Los desafueros verbales fabricaron su imagen  como la de un predicador engañoso que era preciso eliminar.

Qué decir de Napoleón. A los 35 años ya era la columna vertebral de Francia y disponía de su destino con talante decisorio. Conoció la gloria.  Su  mocedad invicta se impuso , con dominio absoluto,  en todas las entretelas del poder, transformado en  el vértice solitario de su patria. Pero Napoleón conoció, como  nadie,la adversidad. Lo traicionaron sus  ministros,y una invasión de adversas  circunstancias lo atropellaron. Su mujer, que no pudo darle un hijo, le fue infiel. Ella  buscó variantes para su sexo esporádicamente administrado.  Conoció otros cuerpos escondidos en edredones alquilados, durmió  en camas pasajeras bajo el ardoroso flagelo de su pasión en llamas, e ingrata, también lanzó guijarros contra el engañado corzo.

Bolìvar , en los postreros días de su existencia, fue un varòn de dolores. Cuando todo le era adverso, abandonò Santafè de Bogotà en medio de rechiflas.La canalla se asomaba a los postigos en aquella mañana tediosa a gritarle “longaniza” apodo  con el cual lo habìan estigmatizado sus adversarios. Por las calles por donde se escapaba  protegido por unos pocos generales, la  chusma, además de palabras ignominiosas, trataba de lanzarle guijarros para hacer mas cruenta su evasiòn. Finalmente,despuès de un viacrucis de dolor, víctima de una enfermedad terminal, encaramado en bergantines descubiertos  y luego sobre carruajes ruinosos,  el Libertador se recluyò  en la quinta de San Pedro Alejandrino. Llegó destruído  por la desolación.  Un mèdico estuvo a su lado hasta la  muerte.

Gilberto Alzate Avendaño , en el siglo XX, fue un caldense de grandeza inalcanzable. Proclamado por unos  como Mariscal invicto, fue señalado por otros como un cavernícola peligroso. Gilberto era impetuoso, avasallador y temerario. No rehuía el atropello  que buscaba cercarlo, retaba a sus contradictores  y a todos apabullaba. Tuvo enemigos a granel, pero tambièn conquistò un ejército leal  y sus seguidores que siempre existirán, cuidan la estela insepulta de su nombre. Suyo es este  mensaje : “Entre más piedras me arrojen, más alto será mi pedestal”.

Para el tamaño histórico de estos seres superiores, qué importan los salivazos  contra sus estatuas desafiantes. ¿Què a Jesucristo, recorriendo el camino del Gòlgota, infamado por una guacherna aupada por un rencor canceroso?  ¿Què a Napolèon, el màs legendario prócer de Francia? ¿Què al imperturbable Bolìvar, mole histórica encaballada sobre el espinazo  de América  que por siempre le tributará homenajes fervorosos? No llegan  jamàs al plinto del Mariscal Alzate  las turbamultas  con su vocerìos inocuos. Cristo en el cielo, los demás dioses  en el Olimpo a la diestra de Zeus, están convertidos en estatuas  que el tiempo no desdora y la humanidad no olvida.

Cuando fue asesinado el gran Julio César, la naturaleza se perturbó. Escribió  Virgilio en  las “Geórgicas”  que  “hablaron las bestias ¡cosa horrible! y se pararon las corrientes de los ríos, se entreabrió la tierra, y lloró en los templos el marfil desolado y sudaron los bronces”. Hermosa alegoría para demostrar que los pedestales sobreviven a los infortunios del tiempo. El simbolismo que proyectan es una proclama de  intemporalidad.

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