Por los años 1.600 Luis Vélez de Guevara escribió “El Diablo Cojuelo”. El libro es relativamente corto, socarrón y satírico, con astrólogos y videntes, adobado con alegrosos cuadros costumbristas. Por la misma época, Cervantes publicó la primera parte de su monumental Don Quijote de la Mancha. Se hace la observación porque los estilos con diametralmente diferentes. El Manco de Lepanto luce todos los adornos posibles, adheribles a una obra literaria. Galantea con un sartal de historietas, juega con los gracejos, hace enredos ingeniosos, estalla en humorismos, destila sabiduría, se desborda imaginativamente.Maneja a su gusto, la versatilidad del idioma castellano. Vélez de Guevara redacta de otra manera. Nebuloso a veces, difícil de leer, las frases carecen de limpidez y salpica con espumarajos que trastornan el mensaje.
Sin embargo, es un libro encantador.
Cleofás, como cualquier Petronio tropical, tiene conflictos de faldas y la justicia lo persigue. El destino lo ubica en manos de un astrólogo, hundido en afanes esotéricos. Éste tiene dentro de una botella cohibido al pobre diablo que al percibir la presencia de un forastero,implora por su liberación. El hechicero prende un tabaco, sigue con visión enlunada el bailoteo de las volutas, desharina la pavesa para ingresar a los laberintos de las adivinaciones. Después de raros manipuleos con los dedos que los entrecruza y desliga, subiendo y bajando los ojos en ráfagas de segundos, suelta al encarcelado lucifer. En adelante las andanzas de los dos granujas, se hacen utilizando brincos espaciales que les permite hacer presencia, con solo pensarlo, en cualquier sitio de la tierra.
Cumplen en Madrid las iniciales travesuras. Se encaraman sobre el techo de las casas, corren tejas, abren diminutos portillos para mirar lo que ocurre en la intimidad de los aposentos. Es posible que hayan visto una pareja que sortea con remilgos religiosos, la primera noche matrimonial. El novio besa a su esposa. Ésta lo abraza y lo aleja con sonrisa tímida. Él la tiende en la cama y le remonta la pierna derecha sobre su cuerpo. Trata de acalorarla con el tacto y hunde sus manos por debajo del traje de seda. Ella se asusta y le dice que todavía no. La respuesta le permite briosos atrevimientos y encabritado, la asfixia con un rosario de besos. Ella, como una mansa oveja, acepta que él, de rodillas, le desabroche el strapless. Con las manos tanteando, abajo, le quite los zapatos. Los dientes buscan la liga y entre besos y melosos mordiscos que no son, echa afuera las medias. Después encurva las manos ansiosas para acariciar la redondez de sus nalgas y la emancipa de las tangas. Como un potro incontenible, él tira a una esquina saco,camisa, pantalones y calzoncillos. Ambos tiemblan, sus cuerpos desnudos quedan sometidos a las ráfagas de una pasión que en la pareja estalla. Al novio se le erecta la vara de San José. Juan Rulfo en “Pedro Páramo” acuarela el tránsito de la doncellez a la primera orgía pasional : “- Qué es lo que dice Juan Preciado? –Dice que ella escondía sus pies entre las piernas de él. Sus pies helados como piedras frías y que allí se calentaban como en un horno donde se dora el pan. Dice que él le mordía los pies diciéndole que eran como pan dorado en el horno. Que dormía acurrucada, metiéndose dentro de él, perdida en la nada al sentir que se quebraba su carne, que se abría como un surco abierto por un clavo ardoroso,luego tibio, luego dulce, dando golpes duros contra su carne blanda; sumiéndose, sumiéndose más, hasta el quejido”- La pareja después de cumplir el rito del amor, jadeando y sofocada, cae en manos de Morfeo.
No es posible hacer seguimientos a los entretenidos movimientos de los pícaros en las techumbres de Toledo y Sevilla, todos matizados de sutilezas jacarandosas, aporcados por risueñas pilatunas.
Hay un impresionante capítulo en Don Quijote que demuestra la memoria pasmosa de Cervantes. El Caballero de la Triste Figura le espeta al barbero un discurso matizado de reflexiones, en el que identifica un sartal de novelistas sobre la andante caballería. Con seguridad leyó la barahúnda de prosas fantasiosas para citarlos y repartir elogios a esos deschavetados.
Igual aquí. Vélez de Guevara se pasea donosamente por los apellidos de los más empingoretados señores de su tiempo. Condes, duques,marqueses, apuestos, de pecho florido, alajudos y estirados, petimetres de una época felizmente fenecida.
Cleofás y el Diablo Cojuelo navegaban por los aires. El primero profesoral y el segundo agarrando sus muletas para que no estorbaran las mecánicas aéreas que les permitía sus desplazamientos.
Todos somos diablos cojuelos. Muchos alimentan, con imaginación sesgada, columnas periodísticas. Otros, como en la guerra, inventan estrategias para engañar al adversario. Quién más, quién menos, en algún socavón esconde al torcido y maldadoso satanás.