29 de marzo de 2024

Vicky

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
24 de marzo de 2017
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
24 de marzo de 2017

Víctor Hugo Vallejo

Quien no ha dicho te extraño a esa persona que se ausenta por breve, mediano o largo tiempo o incluso por siempre jamás, porque se va de esta vida y nos deja el recuerdo de todo lo vivido. Y hay muchas maneras de decir te extraño. Se puede decir con palabras, con gestos, con objetos y hasta con el silencio del reencuentro en el que las palabras comienzan a estorbar y es mejor identificar las miradas plenas entre los dos para decir tantas cosas que se atropellan en los vocablos que no se emiten. En esas miradas hay muchos te extraño. Si todos lo han dicho, intentar decirlo de manera diferente y que llamara la atención como apropiación cultural, era bastante difícil.

Ella lo logró decir de manera diferente en 1967, cuando hizo conocer su canción “Llorando estoy” que sonaba en todas las emisoras, cuando la radio transmitía la música recién editada por sus valores artísticos, no por la oferta del mejor postor, por los estímulos de los productores o por las exigencias antiéticas que pretenden aprovecharse de los aspirantes a figuras, que han visto como las puertas se las cierran los empleados de las cadenas radiales que por mal pagados se volvieron exigentes en cantidad de pesos para hacer oír las canciones, no importa que la calidad sea la peor . Era un arreglo musical sencillo, sin muchos alardes, que rompía el silencio con unos finos acordes de guitarra que le daban entrada a instrumentos de viento y a una voz pausada, de finos matices y un color diferente al de todas las cantantes de entonces.

Y la canción iba contando la tristeza de una ausencia que no era posible suplir con el solo pensamiento de tener esa imagen de manera permanente clavada en la imaginación. Era una letra fácil de asimilar, que muchos se fueron aprendiendo de tanto oírla y que se entonaba sin exigencias por la ausencia de tonalidades altas.

Con esos versos musicalizados se hizo conocer una nueva voz llamada Vicky, de la que poco o nada se sabía, diferente a que había participado en concursos abiertos de nuevos talentos que se realizaban en emisoras de Bogotá, cuando éstas contaban con auditorios, o radioteatros como los llamaban, en los que se daban espectáculos en vivo todos los días.

Era el entusiasmo de la radio en directo, incluso con la formación de pequeñas orquestas de acompañamiento que eran de planta de la misma emisora. Eran concursos a los que se invitaba a quien quisiera participar. Sometían a los concursantes a unas mínimas pruebas de entonación, de acompañamiento, de manejo de escenario y de micrófono. Los que pasaban esas pruebas eran programados para los ensayos con los músicos en horas de la tarde. En la noche iban en directo con sus calidades, que eran calificadas por jurados conocedores de la música.

Los que iban clasificando seguían a las siguientes rondas y al final del año se daban los ganadores, con premios que no iban más allá del reconocimiento del público y unos diplomas y medallas para enmarcar. Se afrontaba el fantasma del público y se perdía el miedo al escenario. Era la mejor manera de lanzarse a una carrera artística.

Uno de esos concursos radiales era “Campeones”, dirigido y promocionado por Guillermo Hinestroza, en Radio Cordillera de Bogotá, a donde fue a cantar por consejo de su prima Aliria Uribe, quien la animó a que se presentara, siendo ella una empleada del Banco del Estado, acompañada de su madre y la novia de su hermano Pablo, concurso que con el tiempo pasó a otros promotores y terminó llamándose “El Club del Clan”, del que salieron todos los artistas de la denominada Nueva Ola, que en los años sesenta acompañó todos los romances ingenuos de los jóvenes y desde allí también se gestó el movimiento de la canción protesta a nivel nacional.

Eran voces con mínimas o ningunas ayudas electrónicas para poner a cantar a quien no canta. Todos ellos cantaban y lo hacían muy bien, hasta el punto de dejar un legado de canciones bellas que siguen sonando con el peyorativo nombre de música de plancha, como si todos los colombianos alguna vez hubiéramos planchado, o que planchar sea tan fácil y aburrido que deba ser acompañado oyendo música de baladas y canciones de la ausencia, el amor, el desamor, las ilusiones, las desilusiones y los sueños que se van tejiendo y a través de acordes fortalecen la memoria para grabar en la mente lo oído y de vez en cuando cantarle de cerca al ser amado.

En 1966 se presentó a ese programa una jovencita de linda figura, con un hermoso cabello y facciones muy delicadas que con su nombre tan extenso podía no ser muy comercial. Sólo para la inscripción oficial en el concurso dijo su nombre cierto: Esperanza Acevedo Ossa, natural de Ansermanuevo, en el norte del Departamento del Valle del Cauca, un pueblo por entonces cafetero, violento y de campesinos curtidos por la vida, que luego de terminado el período de la denominada violencia partidista encontró muchos caminos de paz y ahora es una pequeña ciudad que ha re definido su vocación en los bordados. Tanto mujeres como hombres trabajan en bellos bordados que van al comercio exterior. Hinestroza le dijo que su nombre era poco comercial, muy del común y no sería de fácil recordación para el público. Le pidió que usara otro nombre, con sonoridad de artista. Ella no tuvo opciones. El locutor, pocos minutos antes de salir a escena, le dijo que la iba a presentar como Vicky.

De una improvisación del promotor llegó ese nombre artístico, que por sonoro se quedó fácilmente en la memoria de los oyentes. Fue, sin duda, la cantautora más importante del siglo XX en Colombia. Poco o nada le gustaban las entrevistas. Dio muy pocas. En todos ellas sólo admitía hablar de sus canciones, de sus conciertos, de sus discos, de sus presentaciones a donde quiera que la llamaran. Nunca se negó a ir a ningún poblado, por humilde que este apareciera. Para ella todos los públicos eran uno solo: el público que la quería oír.

No son abundantes los datos que se conocen de su vida privada. Jamás la ventiló en público. Ella era figura pública sólo en los escenarios. Tenía un claro divorcio entre la Esperanza Acevedo Ossa como persona privada y la Vicky artista. Eran dos seres diferentes y nunca los dejó confundir. Siempre que estuvo en un escenario fue para cantar sus canciones, casi todas ellas de su propia autoría, pues no le gustaba cantar temas ajenos. Toda su obra fue ella la primera en cantarla y a muy pocos les dio la licencia de que la interpretaran, pues eran elaboradas para esa tonalidad vocal tan propia que tenía. Era una voz en la que iba incluido el sentimiento de lo que quería transmitir. No era una gran voz, pero era bella al oído. Poco la cuidó: fumó muchos años.

Con la voz, unos pocos movimientos corporales y un especial manejo de los brazos y las manos, iba haciendo sentir lo que sus canciones llevaban en sus versos. Tenía una forma peculiar de coger el micrófono: con el pulgar y el dedo índice de la mano derecha, dejando al aire los otros tres dedos que iban dibujando figuras de expresión acompañando el brazo izquierdo, que a su vez se movía como instrumento de comunicación de eso que estaba sonando.

Era pausada, de pronto un poco lenta, pero muy segura de si misma al asumir los versos escritos por ella, pues tanto las letras como la música de su obra eran de su inspiración. Incluso participaba activamente en los arreglos musicales, que debían corresponder a la enorme ternura que pretendía transmitir y en especial a esa constante ausencia que iba impresa en casi todas sus canciones.

Es una ausencia repetida, constante, de siempre. Una ausencia que hace sentir el dolor de la partida. Una ausencia que siempre lleva al te extraño. Una ausencia que siempre clama por el regreso. Una ausencia que se siente ahora y siempre. En las canciones de Vicky la ausencia es protagonista de esas emociones, de esos sentimientos que se van yendo con el viento y que se duelen de no ser presencia.

Sabía de la enorme acogida masiva del público a sus canciones. Era una gran atracción donde quiera que se presentara en escenarios nacionales, de Centroamérica o de Norteamérica. No le importaba si la ponían de primera, de segunda o de última en el desfile de artistas. Sabía que era una estrella de la canción, pero nunca se sintió estrella. No lo hacía por lucir humilde. Lo hacía por saberse creadora y los creadores deben defender es su obra y que ella hable por ellos. Nada de alamares, de grandes luces, de desbordamientos escénicos. Eran sus canciones las que tenían que hablar por ella. Nunca tuvo exigencias de excentricidad. Fuera de un buen micrófono, nunca pidió nada más.

Siempre lució bella en el escenario. Sin exageraciones en el vestir. La discreción por encima de todo. Sabía que era bella, pero jamás se ocupó en exceso del maquillaje, de los peinados, de los adornos. La belleza natural de su pelo le ayudaba a no tener que recurrir a impostaciones de ninguna naturaleza. La que se paraba a cantar allí era Vicky y eso era suficiente. Que impactaran sus canciones, no ella, ni su presencia.

Tenía un sentido de solidaridad humana que más de una vez le dio grandes decepciones. En cierta ocasión, bajándose del carro al llegar a su apartamento en un barrio de clase alta en Bogotá, mientras se desprendía un aguacero macondiano, vio a una familia de desplazados: padre, madre y dos hijos pequeños. Los invitó a tomar algo caliente a su casa. Les dio ropa para que se cambiaran las hilachas mojadas. Los tuvo allí varios días. Les iba armando un plan de vida para el futuro con su constante ayuda. Un día salió a unas diligencias personales en la mañana y al regresar al medio día, encontró el apartamento completamente vacío y los favorecidos con su ayuda marcando la ausencia de siempre. Siguió su vida. Aún le quedaban muchas canciones.

Esa ausencia de la que tanto hablan sus canciones, ahora la marca su figura corporal que el pasado 15 de marzo, en el Hospital San Ignacio, en Bogotá, comenzó a ser una realidad al no soportar un cáncer pulmonar, del que nadie sabía, y estaba guardado en la discreción absoluta que con el mayor recelo siempre supo guardar. Llevaba poco tiempo de no estar en los medios. De no presentarse. No salió a hacer miserabilismo con sus dolencias. Su grave enfermedad era de ella, sólo de ella, de Esperanza Acevedo Ossa, no de Vicky. De Vicky son las canciones y ellas ya pasaron a la historia de la bella música colombiana en baladas. También quedan canciones de la llamada protesta, de la que también fue una digna exponente.

La ausencia, a la que le cantó siempre, para su figura corporal se volvió realidad al llegar a su fin una vida nacida el 11 de noviembre de 1947 en Ansermanuevo, de donde la familia salió cuando ella era una niña, la mayor de tres hijos del hogar de Saulo, quien fue alcalde de su pueblo en plena violencia y terminó como preso político y de Graciela, ama de casa, a vivir a Palmira, donde estuvieron hasta cuando ella alzó vuelo a la formación de su propia vida en Bogotá . Fueron 50 años de vida artística en los que siempre fue la misma. Una compositora y cantante que por encima de todo se sentía una obrera del arte. Sus dos entrañables amigos de la canción, Oscar Golden y Helenita Vargas, ya se habían ido.

Ahora somos todos, pero con la facilidad de sus canciones, quienes le decimos: te extraño, a Vicky.