29 de marzo de 2024

Poeta

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
31 de marzo de 2017
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
31 de marzo de 2017

Víctor Hugo Vallejo 

“El fino ademán y su postura/ labraron, a favor de su talante, / el honrado vivir, su donosura,/ el gesto amable, su sentir galante.

A todos trataba como hermano/ con rostro alegre, la sonrisa fresca/ y su venia, saludando con la mano,/tenía reminiscencia versallesca.

¿Y por que se durmió tan de mañana?/ ¿Por qué sus ojos se cerraron prestos/ sin hacer una amorosa despedida?

Quizás este mundo le robó las ganas/ de ver todas las flores en su puesto/ y tal vez por eso le quitó la vida”.

Palabras para despedir al autor de sus días y al hacedor de su vida. Vocablos para despedir con amor, respeto y admiración a quien el mundo se le fue llevando la vida en ese afán modernizador para un ser humano enseñado a construirlo todo desde el máximo de respeto, pues siempre se supo ubicado en la dignidad cierta de un Juez de la República que arribó al cargo no por la colección de diplomas y estudios de todo orden, sino por el aprendizaje cierto de la equidad aplicada en la solución de los conflictos que la misma realidad le iba enseñando en el devenir de todos los días.

Fue la despedida en ausencia de ese ser al que tanto le debe. Ese que un día le contó que se había hecho Juez de la República en una carrera pragmática de llegar como citador del despacho e ir aprendiendo en la praxis del día a día, en el contacto con la gente y a través de la necesaria confianza que el asociado tenía con las instituciones, en las que de verdad estaban los más pulcros y honestos y por encima de todo los más respetables. La ley se aplicaba, no se comerciaba.

Como hijo siempre pensó que sus padres no tendrían final. Pero un día ese final llegó y él no estaba presente. Su padre se fue sin despedirse, lo que apenas hubiese correspondido a esa manera caballerosa de ser, de respetar a los demás, de no ser jamás imprudente. Pero es que la vida de Rafael Araújo Mesa no se iba a acabar cuando se hubiese despedido cortésmente de todos, sino cuando los años le vencieran y sus funciones vitales cesaran. Fue en una mañana, temprano, sin aviso.

Los poetas  pueden tener lágrimas, pero prefieren las palabras, porque en ellas son capaces de hacer saber lo que piensan, que se confunde con lo que sienten, que se mezclan con lo que viven, que se meten en lo que aspiran. Un canto en soneto, con las medidas precisas y el ritmo cierto de saber decir lo que siempre sintió  por su progenitor, al que le debe precisamente, entre otras cosas, el haber sido poeta.

Era que ese respetable Juez de Santa Marta, siempre tan elegante, bien puesto, de tan finos modales y de tanta esencia en su pensamiento y conocimiento, le dejaba libros atravesados por toda la casa, para que el chico se los leyera cuando quisiera. Los devoraba. Leía de todo. Su padre le dejaba grandes escritores, pensadores y especialmente a los más destacados poetas del universo.  Cuando en la mesa del comedor, a la hora del almuerzo, la familia departía, el padre se daba cuenta  que el muchacho se había leído todo lo que le dejaba por allí  y en el uso adecuado del lenguaje captaba la asimilación que de las palabras y el pensamiento hacía ese niño lector.

Estudiaba su secundaria en el Liceo Celedón, que se volvió célebre cuando Rafael Escalona cantó alguna vez en el valle de Upar que se iba a estudiar y el período vacacional terminaba, institución pública por la que pasaron seres humanos que luego llegarían a ser grandes figuras del universo colombiano.

El chico amaba al Unión Magdalena y siempre que tenía la oportunidad asistía al Estadio Eduardo Santos a verlo jugar. Sabía que los partidos los transmitían por radio y por entonces la figura principal  de la narración deportiva en Colombia era el colorado Carlos Arturo Rueda Calderón. Lo imitaba. Trataba de tomar sus tonos y el ritmo de velocidad para poder seguir la pelota con el mismo desplazamiento que tenía en la cancha. Cuando se reunía con sus amigos en las calles de Santa Marta o en los parques, una de las diversiones más cotidianas era ponerlo a narrar imaginarios partidos de fútbol, en los que necesariamente siempre ganaba el Unión Magdalena,

Alguna vez un amigo le dijo que en Radio Miramar estaban haciendo un concurso para escoger nuevos locutores. Se presentó. Le hicieron pruebas de grabación. Las hizo un sábado y el lunes lo llamaron a hacer el turno de locutor de cabina en las horas de la noche. Aceptó por la emoción de estar situado ante un micrófono de verdad. Luego de dos jornadas de amanecida dando la hora, leyendo cuñas y anunciando canciones, cayó en cuenta que estaba terminando el bachillerato y no podía estudiar de día y trabajar de noche. Pidió que le pusieran turnos diurnos y así fue.

Su hermana se había casado con el influyente político samario Hugo Escobar Sierra y se habían ido a vivir a Bogotá. El joven bachiller siempre supo que quería ser abogado, para tratar de emular a ese ilustre abogado que fue su padre, sin haber ido nunca a una Universidad. Terminados sus estudios secundarios se fue a Bogotá e ingresó a la Universidad Externado de Colombia. Le pidió a su cuñado que le ayudara a conseguir trabajo en Radio Santa Fé y le dieron turno de amanecida. No era fácil. Pidió cambio a horas del día. Le dijeron que no por no tener licencia de locutor.

Se presentó al Ministerio de Comunicaciones, rindió las pruebas para locutor. Las prácticas  se les hicieron dos grandes figuras de la locución: Juan Harvey Caicedo y Eucario Bermúdez. Logró la licencia. Pidió nuevamente el cambio de horario en la emisora. No lo logró. Su novia de siempre, Beatriz, también se había ido a vivir a Bogotá. Se casaron por siempre jamás.

Quería ser abogado, pero la pasión por la narración deportiva era mayor. Ya casado necesitaba trabajar. Ya había probado en Santa Marta que era capaz, cuando al terminar el bachillerato se ganó $15.000 narrando un torneo nacional de basquetbol, con los que se matriculó luego en la Universidad. Sería locutor deportivo y alguna vez regresaría al derecho.

Santa Marta y Barranquilla  fueron las sedes de sus narraciones deportivas. Era un éxito. Aparecía una nueva gran figura de la radio deportiva, Para 1971 Edgar Perea organizó una transmisión especial de los VI Juegos Deportivos Panamericanos en Cali y lo reclutó para el evento. Lo oyeron en Cali e impactó. Desde allí nació lo que sería su consagración definitiva cuando Rafael Payán, gerente de la cadena radial Caracol en Cali, lo quiso llevar a esa empresa. No le aceptó la propuesta económica. Luego lo llamarían directamente de Bogotá y le ofrecieron el triple de lo que estaba pidiendo. Llegó a Cali en  1972 y conformó con Mario Alfonso Escobar Izquierdo y Oscar Rentería Jiménez un equipo de narración deportiva radial que se constituyó  en una sola voz en todos los eventos. Fue la consagración definitiva de Rafael Araujo Gámez.  Luego vendrían las amplias experiencias de RCN y el Grupo Radial Colombiano, para el retorno a Caracol y finalmente la independencia haciendo su propia empresa radial.

Ya son 45 años en  la capital del Valle del Cauca detrás de unos micrófonos, en los que ahora no narra en directo, sino que se ocupa de comentar los eventos deportivos, pues con las transmisiones de la TV, la radio fue desplazada como medio de conocimiento directo de los acontecimientos deportivos por parte de quienes no asisten a los escenarios. Ya la gente no oye narraciones radiales de  deportes. Ahora prefieren verlas en directo.

Y es la parte conocida de la vida de este samario que se hizo caleño a fuer de vivencias. Es tan salsero como cualquier vallecaucano, al punto de que su novela “Baila, negro, baila”, se ocupa de la vida de Beny Montenegro desde la sorpresa de sus dotes naturales de bailarín demostradas en Calle Brava, hasta el olvido en que se cae a través del vicio y la ausencia de disciplina personal.

Pero hay otra parte de la vida de Rafael Araújo Gámez menos conocida, aunque no desconocida totalmente, que es la de poeta y literato. Jamás dejó de ser un gran lector. Lo sigue haciendo día y noche. No puede vivir sin un libro en la mano y una buena película al frente. La música lo acompaña siempre, tanto como su eterna Beatriz, que por siempre está a su lado, como ese espacio tierno y bello que está en las mejores y las peores horas –si es que las han tenido-, porque por encima de esposa es la novia de toda una existencia. Y ese hombre de letras es un gran poeta. Un gran poeta de un solo libro, como lo fue Luis Vidales y muchos otros.

En “El correr de los días” está su obra poética. Sensible. Bella. Delicada. Sincera. Pura. Trabajada en muchas noches mientras escuchaba a los grandes clásicos de la música universal. En una de esas muchas tertulias del antiguo Café de los  Turcos le comentó a sus amigos el Flaco Sánchez y a Humberto Valverde que tenía unos poemas guardados. Le pidieron verlos. Se los mostraron a Jaime Galarza, el por entonces rector de la Universidad del Valle, y en el fondo editorial de esta se publicó el  libro, en 1993. Son 26 poemas de calidad constante y en los que tiene voces  de expresión emocional con lenguaje adecuado al que sabe decir las cosas para siempre jamtriz, sus hijos Valentina, Isabella y Rafael y 2, vive la vida en la tranquiliadd y la felicidad que le dan su novia eterna, Beaás.

La Universidad  Libre, seccional de Cali, hizo una selección de sus comentarios de libros, que aparecen semanalmente en el diario El País de Cali  y fruto de ello es su “Libromanía”, del 2011. El mismo lo dice: no es un crítico literario. No lee para consagrar o descalificar autores. Lee por el gusto de leer y en esos comentarios breves se ocupa de dar su opinión personal de lo que le queda de cada obra. Si alguien recibe y acepta esa orientación, ello corresponde a la subjetividad del  lector, no al propósito de Rafael.

Nacido en Santa Marta el 8 de septiembre de 1942, vive la vida en la tranquilidad y la felicidad que le dan su novia eterna, Beatriz, sus hijos Valentina, Isabella y Rafael y las ternuras constantes de sus nietos Jacobo, Paula Andrea y Vicente, a quienes tiene como los árboles y las flores que crecen a diario.  Una vida hecha  con el correr de los días, para cantar todo aquello que le llega a sus profundas emociones.

Porque “Soy un ángel herido/ por el rayo del tiempo/que desata su furia/ con su contra perfecto:/ Recortó ya mi infancia,/ reteniza mis vías, /me mutila las ansias,/  me cercena alegrías, / acelera los vientos/ y el correr de los días”  y así se lo cuenta a todos en el poema que le da título a su libro.

El poeta ha estado siempre ahí. Un día recordó el compromiso  que tenía con su padre de hacerse abogado. Retomó, entonces, en Cali, en la Universidad de San Buenaventura y en 1980 se recibió como tal.  Quiso intentar el ejercicio de la profesión, pero su vida estaba tan definida en el periodismo deportivo y las páginas de la literatura universal, que terminó por saber de lo prosaico que es el derecho y de los esquemas que a veces lucen tan rígidos como para moldear al ser humano en esquemas normativos que le ahogan las emociones. Ya era abogado, suficiente.

La poesía la lleva dentro de si mismo y está ahí al alcance de la palabra. Le permite recordar viejos amigos que trajinaron con él caminos de versos y noches de bohemia. Por eso no olvida a Raúl Gómez Jattin, a quien le cantó:

“Cuando me fui de Bogotá/ creí que también te habías  ido/ a sembrar estrellas nuevas/ en tu Cereté de Córdoba, /niño hombre, compañero. O que, ilusión rota, rodarías/ para siempre en el cemento triste/ de la violada ciudad madrastra/ a la que querías robarle/ cantos de sangre y esperanza/ pero sólo te daría, ilusión real,/ cantos vagabundos de sirena.

Luego supe que encallaste, barco ebrio,/ en la sabana de la desesperanza/ y comenzaste a lanzarle piedras / al dios Sol, en un ritual de fuego,/ como queriendo exorcizarte, bonzo itinerante,/ de los amores furtivos y encontrados/ tras la puerta del cuarto principal.

Finalmente agarraste al toro/ por los cuernos y lo zarandeaste/ a tu placer, clavándole/ el acero frente a frente, / descargándole de adverbios, / sustantivos, adjetivos y verbos/ y le quitaste presto la roseta/  de  la muerte para ponerla en el pecho/ y volar alfombras mágicas para ir / a  parrandiá  el veinte de enero/niño hombre, compañero”.

Los poetas siempre tienen la palabra propia para decirlo todo con brevedad. Rafael Araújo Gámez es un gran poeta que ha vivido al pie de un micrófono, contando historias deportivas,  que a veces tienen poco de poéticas.