29 de marzo de 2024

“La muerte del novillo”

1 de marzo de 2017
Por mario arias
Por mario arias
1 de marzo de 2017

http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/apoeta/apoeta72.htm

Por: mario arias gómez

Mi extirpada afición a los toros despegó como integrante de la “Peña los Clarines” cuyo pontífice era Fray Rodín, lejana época en que la atracción central de la Feria de Manizales era la “fiesta brava” que se inició en 1955 en la monumental plaza -se decía- la más grande de América inaugurada en 1951. El venezolano Cesar Girón (venezolano) fue el primero en obtener la réplica de la Catedral -la más grande del país-, establecida como trofeo en 1957. La letra del pasodoble -1957- es del ansermeño, Guillermo González Ospina. La música de Juan Mari Asins (español). Como “Himno de la Feria” se estableció por decreto en 1978. Pequeña síntesis de la historia taurina de la tierra amada.

Las corridas de toros nacieron en España -siglo XII-, cuando la nobleza abandonó el toreo a caballo y la plebe comenzó a hacerlo a pie -prueba de valor y destreza-. Génesis de la “fiesta” tal como se conoce. El origen del toro bravo se remonta a la caza del “urus” o “uro”, que no habitó exclusivamente en España. Se dice que más importante que la fuerza física del torero, es la habilidad y destreza. García Lorca se pasó al afirmar que las corridas de toros enseñan “el arte de no morir, el arte de vivir”.

La más remota noticia sobre las corridas data de 1080 (d. de J. C), en Ávila, con ocasión de la boda del infante Sancho de Estrada con doña Urraca Flores. La “fiesta”, según la mitología griega, parte de Creta con Adriana, hija del rey Minos y Teseo, que mató al Minotauro -monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro-. Plinio el Viejo -procurador imperial romano-, relata en la “Historia Natural” (consta de 37 libros) que Julio César introdujo en los juegos circenses, la lucha entre el toro y el matador, armado con espada y escudo. Francisco Romero y Acevedo (1699-1767) fue el primer diestro que puso orden a la fiesta; creador de la muleta tal como se la conoce, la que usó para lidiar por la cara, con los pies firmes, matando a estoque por arriba. No existían -hasta entonces- los tercios, orden y reglas en las cuadrillas.

Esto para el sin remedio aficionado, Juan Carlos Montes, “purista” que parece un “cristiano de la Roma antigua”, pues corrió a desasnarme al informar que “sólo hay tres suertes: varas, banderillas y suprema”, lo que deja entrever que la evolución que parte de la historia antigua no existe.  Coincide con la minoría de “intelectuales” que se esfuerzan por exhibir las corridas -incluidos los trajes de luces y la femenina elegancia de los toreros- como expresión cultural o artística -en esencia mitológica- que revive la hispanidad más racista y excluyente, de finales del siglo XIX y principios del XX. No de la que ocupó a Barba Jacob (1883-1942), a Nicolás Guillén y otros, sino de la rancia aristocracia del altiplano cundi-boyacense, qué como A. Caballero alardea que por sus venas corre sangre azul, heredada de antepasados que emigraron de mazmorras para poblar la América india. Presuntuosos y soberbios herederos que se creen aún con derecho de tratar de cholos ignorantes, a quienes cometemos la osadía de descalificar el maltrato animal, práctica cruel y pública que inflige atrozmente dolor a seres inocentes y sintientes, que el “Estatuto Nacional de Protección de los Animales” -artículo 7º de la Ley 84 de 1989- intenta evitar.

Antes de proseguir, invito a escuchar a los pacientes lectores el quejido que sobrelleva la letra de la canción, ¡Cholo soy! del compositor peruano, Luis Abanto Morales: https://www.youtube.com/watch?v=ND63IPc2I6I : !Cholo soy! / Y no me compadezcas / que esas son monedas, / que no valen nada / y que dan los blancos / cómo quien da plata. / Nosotros los cholos / no pedimos nada / pues faltando todo / todo nos alcanza. / Déjame en la puna vivir a mis anchas / trepar por los cerros / detrás de mis cabras / arando la tierra / tejiendo los ponchos / pastando mis llamas / y echar a los vientos / la voz de mi quena /, Dices que soy triste qué quieres que haga. / No dicen ustedes que el cholo es sin alma / y que es como piedra / sin vos sin palabra / y llora por dentro / sin mostrar las lágrimas. / Acaso no fueron los blancos / venidos de España / que nos dieron muerte / por oro y por plata / no hubo un tal Pizarro / que mató a Atahualpa / tras muchas promesas / bonitas y falsas. / Entonces, qué quieres, que haga / que me ponga alegre como día de fiesta / mientras mis hermanos doblan las espaldas / por cuatro centavos que el patrón les paga / quieres que me ría / mientras mis hermanos son bestias de carga / llevando riquezas que otros se guardan / quieres que la risa me ensanche la cara / mientras mis hermanos viven en las montañas / como topos escarba y escarba / mientras se enriquecen los que no trabajan / quieres que me alegre / mientras mis hermanas van a casas de ricos / los mismo que esclavas /. Cholo soy ¡y no me compadezcas! / … / déjame tranquilo / que aquí la montaña / me ofrece sus piedras / acaso más blandas / que esas condolencias / que tú me regalas. / Cholo soy ¡y no me compadezcas!

No estamos solos en la lucha contra el maltrato animal. Dalai Lama, afirma: «Creo que existen considerables evidencias de que las corridas de toros son una práctica cruel que inflige de forma pública un dolor atroz a animales inocentes y sintientes«. Hemingway, en “Muerte en la tarde”, dice: «Desde un punto de vista moral moderno, es decir, cristiano, la corrida es completamente indefendible; hay siempre en ella crueldad, peligro, buscado o azaroso, y muerte«. Jorge Ross en “La hora de los jueces”, asiente: «Hay que estar mentalmente enfermo o ser el lógico engendro de una ignorancia tenebrosa para disfrutar con la práctica de la crueldad; pero utilizar el instrumento de la retórica para que esa práctica perdure, convertida en un derecho humano, es el acto demoníaco por excelencia«.  Antonio Gala agrega: «Llamar fiesta a un rito tan sangriento como una corrida de toros es lo contrario de llamar sacrificio al rito incruento de la misa«. Y ni seguir.

Sociológicamente la sanguinaria cultura de la tauromaquia, es la coacción de la migratoria, ultramarina y perversa clase dominante, colonial y clasista, qué no encubre el aborrecimiento por lo aborigen -con olor a chicha-. Zoquetes envidiosos que ven llegar a los “nobles” a La Santamaría, ataviados -digo mejor- disfrazados con costosos atuendos sevillanos, que los incita a arrastrar las “ces y zetas”, con sus caras de inconfundibles amos, con licencia para ponerse “el mundo por montera”, desalmados que aborrecen mezclarse con el asquiento y desheredado lumpen hacinado en los abigarrados balcones de sol.

Subrayo, estoy con los que critican, rechazan, refutan, rezongan y se oponen, contra el maltrato innecesario a los animales que son sometidos a toda clase de vejámenes, en busca de divertir al trastornado público de barrera, sediento de sangre, emociones fuertes, varoniles -agregan- que disfrutan el sufrimiento de animales indefensos que sienten innegable dolor en la faena.

Motivo de análisis psiquiátrico sobre su pertinencia, que pone a prueba la capacidad de la sociedad -alguna vez normal- de recobrar la tolerancia hoy perdida, que urge pronta solución, que concilie los encontrados y distantes puntos de vista, en beneficie de todos, a fin de evitar -así sea mediante un gesto patriarcal de tolerancia- la polarización, que cada vez se agudiza más, para lo cual, apremia desmitificar las corridas como una tradición cultural -inmutable e intangible- a la espera que las fuerzas desavenidas, asuman la responsabilidad de acercarse -pacífica y constructivamente- para evitar ahondar la enquistada violencia.

La Declaración Universal de los Derechos de los Animales -ejemplo de evolución moral- so pena de castigo, infiere que “ningún animal será sometido a malos tratos ni actos crueles”, y la Ley 177/2016 plantea que los animales son “seres sintientes, no son cosas, que recibirán especial protección contra el sufrimiento y el dolor, en especial, el causado directa o indirectamente por los humanos”. El parágrafo tercero del artículo 339, analizado y fallado por la CC, le dio al Congreso dos años para legislar sobre la materia, con lo que borró de tajo cinco sentencias expedidas desde 2005.

Manizales, 1° de marzo/2017

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