Hideputa (2ª)
Julio Cortázar es un novelista de proyección mundial. Su obra “Rayuela” ha sido traducida a todos los idiomas de la tierra. No es fácil digerirla. Tiene inusual hondura psicológica y hace fotografías asombrosas de los caracteres humanos. La primera parte del libro es sonsa y aburrida, y hay que resistir para no suspender su lectura. La segunda es profunda, reflexiva, desparramada en agudezas cautivantes.
No pudo sustraerse Cortázar a la utilización del calificativo hijo de puta con antagónica valoración. Unos de sus personajes exclama: “Hijo de puta, tienen más vidas que César Borgia”. Aquì el adjetivo es ponderativo, tiene carga de admiraciòn frente al guerrero, hijo de los extravíos carnales del Santo Padre Alejandro VI. En otra conversación, uno de los contertulios se descarrila emocionalmente : “que se vaya al quinto carajo –dijo Ronald-. Salgo afuera y le rompo la cara, viejo hijo de puta“. Muy distinto este madrazo ofensivo, al primero que es elogioso.
“…infame, desalmado, hijo de puta, sàdico, maligno, verdugo, racista, incapaz de la menor decencia, basura, podrido, montòn de mierda, asqueroso y sifilìtico..”. Con esos improperios estampilla un energúmeno a su contradictor. Matones son estos brutales dardos.
García Márquez es, a veces, desalmado y crudo. Su literatura genial luce un realismo fuerte, sin eufemismos, adobado con verduras atrevidas. En “El Otoño del Patriarca” el despistado dictador, en correteos sonámbulos por los laberintos de su palacio, le grita a una de sus queridas “Manuela Sánchez de mi potra, hija de puta” y en sus delirios recuerda a “Leticia Nazareno de mi desgracia, hija de puta”.
Truman Capote escribió “A Sangre Fría” novela policíaca que detalla un crimen cometido en el pueblo de Kansas, EE.UU, pródigo en cosechas trigueras. Cuatros miembros de una familia, en noche tenebrosa, fueron asesinados por dos facinerosos.
Dick, uno de los criminales,le pregunta al otro : “¿Te sientes mal?”. Dick “avanzó hacia él con los puños cerrados : -Tú, hijo de puta?” Como la pena de muerte que se merecían esos truhanes se demorara, alguien envió una carta al diario de Topeka para expresar : “ ¿ por qué esos hijos de puta de Hickock y Smith tienen aún el cuello entero, y cómo esos asesinos de puta todavía están comiendo los dineros del contribuyente?”.
El fluìdo e imaginativo cubano Leonardo Padura en su libro “Adios, Hemingway” sentencia que el autor del libro “Por quién doblan las campanas” ……” era de todo, hasta un poco hijo de puta, pero más que nada era un escritor”.
Neuman, argentino, en “Las Penas de un Penalista, explica cómo las palabras tienen distinto valor según el medio en donde se pronuncian. Y da la siguiente explicación : “Quien dice en esta capital (Buenos Aires) “es un hijo de puta”, refiriéndose a otro, –según la inflexión de la voz- quiere significar : es un canalla, es extraordinario, es vivísimo…Pero si en Corrientes o en el Chaco alguien endilga iguales epítetos es probable que jamás vuelva a pronunciar ninguna otra teorización semejante porque el destinatario se encargará de evitarlo”.
Narra el abogado de los foros Hugo Tovar Marroquín en “La Defensa de Toto” cómo Frank, agente de la DEA y además la víctima, increpa a Toto, el homicida, y le dice altaneramente : “A usted no le importa hijueputa”. Toto se enoja y reconviene a Frank : “!Ah, ya! ¿yo soy un hijueputa?”. En la audiencia púbica el togado explicó con las siguientes frases el alcance ofensivo del denuesto: “En cuanto un extranjero le dice hijueputa a un colombiano sabe que lo está ofendiendo, pues de antemano conoce el significado de la palabrota, y el colombiano, más aún si es cundiboyacense, como lo es Toto, entiende lo mismo que el extranjero. “Usted es hijo de una mujer que se relaciona genitalmente con varios hombres y que además cobra dinero por hacerlo”.
Estamos en el multidimensional mundo de las palabras y sus valoraciones, lenguaje universal que todo lo pondera y exalta, pero que tiene tambièn bahías en donde se refugian los epìtetos procaces para estampillar y destruir.