19 de marzo de 2024

Amaranta Buendía

28 de marzo de 2017
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
28 de marzo de 2017

José Miguel Alzate

jose miguel alzateEn “Cien años de soledad”, la obra cumbre de Gabriel García Márquez, hay personajes que, por su presencia mítica en la novela, se roban el interés del lector. Si para Mario Vargas Llosa el coronel Aureliano Buendía es la personalidad fulgurante del libro, para Julio Cortázar es José Arcadio, el primer vástago de la estirpe, el personaje que acapara la atención. Pero aparecen en la novela otros personajes que trascienden por ese hálito de fantasía que García Márquez les imprime. Uno de estos es Amaranta, la única hija mujer del matrimonio entre el viejo José Arcadio Buendía y Ursula Iguarán. Amaranta es la tía cariñosa que se encarga de cuidar a los nuevos miembros de la familia cuando llegan a la casa después de su nacimiento.

Amaranta es un personaje que se destaca del conjunto por las particularidades que la identifican. Ella ve en sus sobrinos a esos hijos que nunca tuvo. Por esta razón se preocupa por ellos. Pero también los mira con ojos de mujer. Recuérdese cómo los mete a su cama para brindarles caricias. Inclusive uno de ellos, Aureliano José, se enamora de la tía. Tanto, que un día en que Ursula los encuentra en el granero dándose un beso, le dice: “¡Quieres mucho a tu tía!” A lo que el muchacho responde que sí. El sobrino siente los aletazos del placer cuando en las noches, al meterse en la cama de Amaranta, ella le toca el cuerpo. El recuerdo de esas noches lo persigue cuando se va de la casa.  Y al regresar lo primero que hace es proponerle matrimonio. Desde luego, ella lo rechaza.

Amaranta se enamora. Pero no se sabe por qué razón siempre renuncia a la felicidad del matrimonio. Cuando a Macondo llega Pietro Crespi, el italiano vestido de lino blanco que llegó a la casa para instalar la pianola que Ursula compró con las ganancias dejadas por la venta de bombones, Amaranta se enamora perdidamente de él. Pero no es correspondida. La que despierta los sentimientos del italiano es Rebeca. Tanto, que formalizan el noviazgo. Y acuerdan fecha para el matrimonio. Amaranta, desengañada, dice que se casarán, pero sobre su cadáver. Es así como hace tretas para que no se casen. Una fue cuando le hizo llegar a Pietro Crespi una carta donde le dicen que su mamá está grave. El emprende viaje hasta su país. Evita así que se case el domingo siguiente.

No es con inventar situaciones inverosímiles como Amaranta logra que Pietro Crespi se fije en ella como mujer. Al regreso de José Arcadio de ese largo viaje que hizo cuando se fue detrás del circo de los gitanos, Rebeca se va a vivir con él. Entonces Amaranta empieza consolando a Pietro Crespi, hasta que este se enamora de ella. Pero cuando, años después, le propone matrimonio, Amaranta no acepta. Desengañado, el italiano se encierra en su almacén de instrumentos musicales en la calle de los turcos, y se suicida cortándose las venas. Amaranta sintió el peso de la conciencia. Para pagar el desaire que le hizo a Pietro Crespi se dejó quemar una mano en el fogón, y hasta su muerte cubrió el brazo con un trapo negro. Era como si quisiera llevar luto por el difunto.

El último pretendiente que tuvo Amaranta fue el coronel Gerineldo Márquez, el eterno compañero del coronel Aureliano Buendía en los tiempos de la guerra civil. Pero cuando le propuso matrimonio también le dijo que no. Se dedicó entonces a tejer la mortaja que cubriría el cuerpo de Rebeca cuando muriera. Pero después de que la muerte la visitó y le dijo que moriría dos días después de terminar la mortaja, supo que estaba elaborando la de ella. Así que demoró casi un año para terminarla. Antes de que esto pasara, repartió sus cosas entre los pobres. Luego mandó llamar al carpintero para que le tomara las medidas de su ataúd. De pie, en la sala, como si le estuvieran tomando las medidas para un traje de novia, le dijo al hombre que quería un ataúd a su medida.

Amaranta dedicó su último mes de vida a decirles a todos los habitantes de Macondo que aprovecharía para llevarles cartas a los seres queridos que habían muerto antes de ella. Entonces la casa empezó a llenarse de gente que traía cartas para los familiares muertos.  Las depositaban en una urna de madera que ella mandó a hacer. A su muerte, la pusieron junto al ataúd para que la gente siguiera echando las cartas.  Ursula Iguarán lloró desconsolada su partida. Pero en el momento final, cuando la iban a enterrar, confirmó lo que todo Macondo sospechada: que Amaranta no había perdido la virginidad. “Amaranta se va de este mundo como vino”, dijo la anciana en el entierro. Después se tiró a la cama y no se volvió a levantar hasta el día del entierro de los gemelos.