29 de marzo de 2024

Olé a los “corniveletos”

22 de febrero de 2017
Por mario arias
Por mario arias
22 de febrero de 2017

Por: mario arias gómez

Como preámbulo a la continuidad de la columna sobre las corridas de toros, reproduzco el mensaje que recibí de un excelente amigo, estudioso del tema, Máximo Duque, Médico Cirujano, especialista en Medicina Forense y Antropología Forense, director de MD FORENSIC CONSULTANTS S.A.: “Te felicito por el excelente artículo rechazando la tauromaquia. Ojalá muy pronto Colombia y todo el mundo prohíban totalmente tan detestable práctica”.

Retomo el tema para referirme al añoso, exótico e impensado lenguaje utilizado por los fogosos gregarios de las corridas, que se dicen defensores a ultranza de la vida, y que reaparecen en la temporada taurina con su empalagosa y marchita jerigonza que pretende ensalzar la liturgia inseparable de la “fiesta brava”.

Extenuada y fachendosa prosa -de peluche-, pasada de moda, propia de iniciados, con la que reseñan -al detalle- el transcurrir de tan sombrío espectáculo, el triunfo de la muerte sobre la vida. ¡O, TEMPORA!, ¡O, MORES!, (¡Qué tiempos, qué costumbres!), frase que se dice acuñó Cicerón y que traslado al cegado círculo de escritores. Arsenal oculto que sirve para extraviar incautos o descrestar legos.

Antes de proseguir con unas muestras, censuro el reprochable atentado y los violentos actos, al grito de ¡Asesinos!, contra aficionados que se dirigían a la plaza Santamaría, agredidos de palabra y obra, con múltiples heridos. Coincido en que hay que “desanimalizar” a los deshumanizados antitaurinos, lo que no supone humanizar los animales, sino que el propósito es acabar con una medieval “fiesta” que consiste en disfrutar -por diversión- el maltrato de seres vivientes, sintientes. Ni tanto que queme el santo, ni tanto que no lo alumbre.

Rito de asco que lo inicia -enseñan los encumbrados cronistas que “abren plaza”, al son de “clarines y timbales”, con la salida de “toriles” del “noble animal”- previo al supersticioso sorteo del encierro al mediodía, cuando “el sol alcanza su cénit, -para no desentonar- las luces son más claras y no existen aún las sombras”. Hora en que se reúnen en el “chiquero” la autoridad que la preside con los coprotagonistas. Sesión solemne en la que el torero nunca está presente para conjurar con su ausencia el “mal fario” o mala suerte. El delegado del torero aprovecha para escrutar el “fenotipo”, “astas”, “extremidades”, “musculatura”, “encaste”, “cuello”, “morrillo”, “pitones”, “trapío”, “viveza”, etc.

Abierta la “puerta de los sustos”, los escribidores con precisión de relojero suizo, consignan el apodo del mamífero, peso, el hierro -marca infame-, divisa, el nombre del ganadero -presente en el callejón-, la dehesa en que se levantó. Agregan: “Cernícalo bien armado”: “Cornipequeño”, “astifino”, “astigordo”, “cornialto”, “cornigacho”, “cornidelantero”, “cornitrasero”, “cornalón”, según el tamaño,  grosor u orientación del cuerno. No olvido el “corniveleto”, que recuerda a unos ambiciosísimos ex amigos, igual, de cuernos levantados, poca curvatura, que menciono en la novela “El bobo vivo”. Perdón por la cuña.

Ya en la plaza, la “bestia de miedo”, comienza el “tercio de capote”, en la que el “mataor” “cita”, “templa”, “carga la suerte”, “torea como mandan los cánones”, en “cámara lenta”, “intercambia terrenos con el toro”, “remata” con el “desplante”. No hablan de lances sino de “ardides”. Pasa a la “suerte de varas”, de “banderillas”, de “capa”: “Chicuelinas”, “delantales”, “navarras”, “faroles”, “galleos”, “gaoneras”, “verónicas”, “medias verónicas”, “alimones”.

Finaliza con la “suerte suprema” o “estocada”: “Volapié” -estoquear parado el toro-, “al natural” -el torero sale entre las tablas y el animalejo-, “suerte contraria” -este pasa por entre las tablas y el toro-, o la más primitiva, “recibiendo”, el toro, todavía con fuerzas acude al cite, el lidiador se coloca a una distancia apropiada, con la muleta ligeramente doblada, estoque en la mano derecha, pegado al pecho, el codo a su altura, prolongación del pitón derecho.

Si el vacuno -luego de una o varias estocadas- continúa en pie, no es posible volver a estoquearlo, se dispone el “descabello” que el diestro ejecuta con el “verduguillo” -estoque ligero-. Cuando cae el bovino, el “puntillero” lo “apuntilla” en la zona cervical (cuchillo pequeño). Procede el “arrastre” al desolladero, del acosado, dolido, inmolado, martirizado y torturado animal.

Abatida, bárbara, empobrecida y mustia distracción, a la que se oponen los animalistas, ecologistas y ciudadanos de a pie que no comparten, aguantan, toleran este provocador acto en mora de prohibirse, enfrentados hoy a una manipulada y fanatizada minoría, fuera de tiempo y lugar, que degusta, favorece, prohíja esta atroz, feroz y monstruosa práctica de acuchillar, herir, estoquear y apuntillar en público reses bravas, frente a niños y en medio del jolgorio y los olés de zombis borrachos. Usanza cuyo crepúsculo u ocaso es imparable.

Antiestética, caricaturesca, chocante, inculta, retardataria y riesgosa costumbre, con olor a sangre, en la que acecha la muerte, que venturosamente va rumbo a desaparecer, así como las “postineras” plazas, que pronto recordarán los guías turísticos como los lugares que antaño se vitoreó la criminal carnicería, que excéntricos, frenéticos, trastornados y devotos fanfarrones registraron -contra natura-, con frases prestadas al granadino García Lorca, que calificó las corridas como “la fiesta más culta que hay en el mundo”. Sin rubor, llaman arte lo que no es más que una mezcla de sol, licor, droga, fetidez y doblez, acudiendo a mí memoria el Nobel Jacinto Benavente (1866-1954), quien nunca escondió su homosexualidad, el que preguntado si le gustaban los toros, respondió: “Si he de ser sincero, me gustan bastante más los toreros”. Drama que enciende en los ebrios tendidos, mentalmente enfermos, sedientos de sangre, ímpetus primarios.

Dejo atrás la cháchara en desuso, que califica como arte éste infernal juego de muerte, preferible si ocurre en la «catedral” del toreo -“Las Ventas”-, gente sin alma, que bota en mano, hablan de “coger el toro por los cuernos”; “recibir un rejón”; “que no hay quinto malo”; salir por la “Puerta Grande” para la enfermería; “entrar a matar con decisión y firmeza” como cualquier furibista que se respete; “embestir como un miura”, criado en Zahariche, en Lora del Río (Sevilla), qué corneó a Manolote (29 de agosto/1947) en el cenit de la gloria, en Linares de la Reina-España, como en Madrid empitonó a Espartero (27 de mayo/1894).  Se acabó el espacio sin ultimar la faena.

Manizales, febrero 22 de 2017

 

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