Los pirómanos
Era un domingo en Aranzazu, de borrachera azul. Los balcones fueron engalanados con festones ondulados, tronaban las bocinas de los vehículos, flameaban banderas, las bastoneras con trajes multicolores recorrían las calles, el sonido marcial del himno del Partido Conservador se repetía una y otra vez y vociferaban los que tenían gargantas musculosas. El pueblo amaneció con retozos juveniles y alborotos de victoria, estrenando atavío de luces, abrillantado por un sol fuerte que iluminaba el paisaje desde las estribaciones montañosas del Cerro de Santa Elena. La alegría era un rio desbordado. La élite que irrumpía en la dirección de la colectividad, la integraba una camada de ilusos que se creían jefes inmortales.
Gustavo Villegas hijo de un carnicero, Alfonso Echeverri tinterillo borrachín, Feníbal Ramírez,estudiante de medicina, de temperamento indomable, Ancízar Muñoz beligerante y sectario y el autor de esta croniquilla, campesino, apenas bachiller,engolado y vanidoso, recorríamos las cuadras sembrando agrias consignas contra los liberales a quienes calificábamos como enemigos de Dios. Los conservadores trinaban : ”Abajo liberales H.P.”, “Viva la Virgen del Carmen”, “Somos cristianos, no comunistas”, “mueran, mueran los liberales que no quieren a los curas”. Ese era el lenguaje cordial en el polvorín emocional de aquella mañana.
A las 11 del día era la cita en el Teatro Peláez. La banda municipal de Juan Crisóstomo Osorio, amanecidos en la zona de tolerancia, iniciaron el desfile desde la Plaza de Bolívar. Eran guerreras las melodías con eco estridente que golpeaba los oídos, sus compases puyaban los sentimientos trogloditas, encabritaban las notas y en el aire reventaban voces aulladoras. El rio humano se enclaustró en la sala de espectáculos, sentados unos, de pie la multitud que bramaba consignas, recordando una matanza liberal que fusiló conservadores en la baranda de la iglesia. No podía ser el ambiente más fiero y peligroso.
Los discursos de los moceriles tribunos desnucaban con sus frases cabezas liberales. Todos emulábamos en el manejo de un lenguaje asesino,todos a los berridos pedíamos sangre para saciar nuestro enfermizo fanatismo. El último orador fue Alfonso Echeverri, que así finalizó : “Conservadores : en las próximas elecciones iremos a las urnas con una puñaleta en la mano izquierda y la papeleta en la derecha”. ¡El horror!
Alguien gritó : “A quemar el club”. “Traigan gasolina” contestaron otros. “Al Club Miraflores” dijeron todos. Este recinto social tenía muchos socios liberales y pocos conservadores, dato curioso en un municipio azul hasta los tuétanos.
El caudal amazónico de godos salió del teatro para inundar las calles. Los más violentos encontraron piedras en la plaza, las arrancaron para iniciar su lanzamiento contra la casona de la selecta y pinchada oligarquía municipal. Mientras llegaban los galones con gasolina, los rojos, ateridos, comandados por Emilio Urrea y el Mono Mejía, se subieron al zarzo y de allí pasaron a viviendas vecinas buscando la salvación de sus vidas.
Era Carlos Salazar Botero el burgomaestre. Desde temprano había solicitado a las poblaciones vecinas el envío de refuerzo policial, dada la temperatura explosiva que era evidente desde las horas tempranas de ese domingo. La decisión suya, como autoridad, evitó una catástrofe social.
Hubo investigación penal por asonada. Los pirómanos tuvimos que poner pies en polvorosa para librarnos de la cárcel. Por muchos meses nos escondimos, convertidos en caínes errabundos buscando guaridas por la geografía nacional. Hoy, los pocos supérstites,nos reímos de esas escaramuzas protagonizadas por unos imberbes locatos.Aquellas fueron épocas de bárbaras naciones.