28 de marzo de 2024

La insufrible crónica taurina

15 de febrero de 2017
Por mario arias
Por mario arias
15 de febrero de 2017

Por: mario arias gómez

Pintura maestro Ramiro Ramírez

“Cuchos” devotos, entusiastas e inmutables reyes de la fiesta brava, con palmario síndrome juvenil, notorio por la vestimenta cómica que usan, que complementan con fachendosas damas que los escoltan a todas partes. La mayoría no sabe ni por qué ni para qué se torea, su único aliciente es exhibirse en las pasarelas que llevan al albero. Intocable minoría que hace parte de la decadente élite que posa de civilizada, ataviada con botijas pamplonesas “Tres Zetas”, que completan el atuendo, repletas de fina manzanilla, vino tinto, coñac, jerez seco o dulce, o de algún menjurje o jarabe barato. Presumido y ostentoso jet set criollo, qué ahíto -luego del infaltable condumio en el Tequendama- se pasea con su barrera en alto, cuyo precio sobrepasa en mucho el salario de miseria del populacho, disconforme y hambriento, que le hace guardia de honor.

Taurinos que religiosamente asisten al fausto, cuyo acto central es el sacrificio del toro, el qué desde los míticos orígenes, el imaginario los asoció a la ofrenda o halago a los dioses, cuyos múltiples significados tienen que ver con la supervivencia de la especie humana; con las trágicas efemérides; la recopilación de las cosechas; el cese de inundaciones y sequías; la extinción de plagas, etc.

Los sacrificios humanos e inmolaciones de animales, dejaron de brindarse a los dioses desde hace siglos. Ceremonias, casi siempre de carácter religioso, que se efectuaban especialmente en el coliseo romano. Galas obsoletas o “venationes”, que consistían -por lo regular- en carreras, teatro y desiguales choques entre gladiadores y animales feroces, de brutales y horripilantes desafíos humanos, especialmente, entre condenados a muerte.

Desde los albores del siglo XXI, crecen las voces contrapuestas a la tauromaquia, como la de los animalistas que claman por una cultura de respeto a la vida. Sublevadas mayorías que encaran -con razón- la inclemente “fiesta de la muerte”, la que basados en acreditados psicólogos, la tildan de bárbara, cruel, inmoral y pachucha, que desata, estimula y excita prehistóricas y sanguinarias pasiones humanas, que polarizan a la sociedad adicta a la enfermiza y morbosa atracción por los ritos de sangre, derramada forzosamente por mero gusto al dolor, tortura y muerte infligidas a seres vivos, sintientes.

Abolicionistas que está en contra de estos festejos. Audiencia que cada vez se ensancha más, igual que las naciones que reputan como punibles “los malos tratos a los animales”. Argentina proscribió las corridas de toros en 1899; Uruguay en febrero/1912; Nicaragua a fines de 2010; Panamá en 2012. En España 98 ciudades las rescindió; en Francia cuatro; dos en Ecuador, Venezuela y Colombia (Bello, declarada “ciudad en contra los espectáculos donde se maltratan, torturan o matan animales” y Zapatoca) y una en Portugal. Alemania, Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile, Dinamarca, Estados Unidos, Holanda, Inglaterra, Italia, Noruega, Suecia y Suiza brindan protección a los animales.

Antes de desmenuzar la abrupta distracción, ambiento la argumentación con la invitación a los lectores a valorar el escabroso, repugnante y repulsivo registro fílmico siguiente: https://www.youtube.com/watch?v=R8OI05Ikywk Patético y turbador archivo que hiere y estremece la sensibilidad y provoca rechazo, el ver cómo el fiero animal le saca las tripas al infeliz jamelgo, ante un enardecido público medieval, que no se inmuta, estremece, molesta o perturba. “Homus sapiens” en el que subyace sin duda un recóndito salvajismo. Herederos sin sangre en las venas, a los que no se les mueve un músculo, ni dan muestra de pesar o compasión. Impávidos y delirantes disfrutan este cruel acto de salvajismo, sin repudio, dejando la sensación de no estar en sus cabales.

Decepciona leer a escritores de campanillas, qué con cara de corderos degollados, llaman al maltrato y sacrificio de un animal indefenso, arte o cultura, dignas de glorificar. Filme inmisericorde, fiel testimonio del más superfluo y aberrante holocausto animal; de desenfrenada sevicia, que remite a Octavio Paz que señaló: “No nos faltó entereza para cambiar el mundo. Nos faltó humildad”. O a Gandhi, quien afirmó: “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera en que ellos tratan a sus animales”.

Acongoja que estos decimonónicos personajes, anclados en el pasado, en forma irónica e inconsistente, llaman “reino animal”, al que luego proceden a aplaudir la violencia ejercitada contra estos inermes seres. Adalides defensores de la vida -para la exportación- que nunca han matado una mosca, así otros frescos le peguen a la mujer. Distorsión en la que cae quien dice haberse “cortado la coleta varias veces como aficionado taurino”. Llegada la hora, le ganan las ganas. Es así que, aferrado a la afición, continúa como tutor imparable de la barbarie, la tortura, que se reflejan en los banales e insufribles panegíricos que adorna con arrebatos líricos, dignos de mejor suerte, que hablan de “la belleza de la danza del torero ante la fiera”; “del coraje y arrojo de los nuevos e imberbes ’dioses’”; “del valor del combate”; “del sentido del sacrificio”; lo que recuerda “la terrible y colosal pantomima de feroz y trágica belleza” que mencionó Menéndez Pelayo, o la “bella astucia”, de la que habló alguien cuyo nombre no recuerdo ahora.

Obnubiladas, ofuscadas y raquíticas nostalgias qué rebrotan con las perfumadas y primitivas reseñas que loan el grotesco arte inmerso (¿?) en la fiesta de los toros. ¿Dónde está el arte en someter, humillar y torturar a un ser indefenso? ¿Será arte ver cómo los picadores desde los caballos puyan con su lanza el lomo del animal hasta hacer sangrar la piel desgarrada? Dicen que para moldear la embestida y/o mermar la bravura. ¿Será arte incrustar las filudas banderillas para reavivar o vapulear al toro, como dicen, antes de atravesarlo con la espada? ¿Será arte ver doblar entre vítores al moribundo en un charco de sangre? ¿Será arte ver cortar las orejas y la cola para ser exhibidas como trofeos? Alegre e inconsistente y regocijado orgasmo, que ni es arte, ni es cultura, ni es nada que se le parezca. Es sí, una inaceptable y torpe aberración, agravio al buen gusto. Un obsoleto insulto, maltrato, tortura. Se acabó el espacio, empezando.

Manizales, febrero 15 de 2017