29 de marzo de 2024

Clareth

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
10 de febrero de 2017
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
10 de febrero de 2017

Víctor Hugo Vallejo

Los años lo están enredando. Es como si se le quisieran atravesar tozudamente en el camino para volverle más lento el andar. Ya lo obligaron a portar en todo momento un bastón de madera, en el que, con su mano izquierda, necesariamente se apoya en el piso para poder avanzar. Debe hacerlo de manera lenta. Con mucho cuidado. Cada paso es una enorme dificultad que supera en todos los momentos. Esa la razón sustancial que lo ha llevado a salir menos a la calle, a verse menos con sus amigos, a no poder compartir todos esos espacios de siempre de conversación sobre tantas cosas, al fin y al cabo hablar de muchos temas es lo que le ha gustado desde siempre. Su inclinación por la filosofía lo volvió un hacedor de palabras y de conceptos.

Los años se el ponen por delante, pero la vida sigue en plenitud, pues mantiene una gran lucidez mental con la que maneja el diálogo con las pocas personas que ve. Prefiere estar en casa. Ayudado por su empleada que está atenta a sus necesidades y a mantener el orden de un sitio que cada día toma más aspecto de sala de exposiciones. De una sola exposición: la suya, la de sus tallas en madera que van saliendo del taller y se acumulan a su alrededor, como testimonio de una vida expresada en figuras de diferente significado.

Ahora le gusta hablar poco, pues su tono es muy bajo y el interlocutor debe estar muy cerca. Ese no es él, según sus exigencias. Siempre fue un expositor de diferentes escenarios. El contacto con los demás lo tuvo desde cuando supo que en la poesía estaba el lenguaje de lo que quería decir, independiente de los muchos esfuerzos que trajera consigo la construcción de un buen verso.

Nunca se dio por vencido. Luchó con la palabra. La trabajó y solamente cuando en sus manos estaba un poema que reuniera unos mínimos de calidad, lo hacía conocer de sus personas cercanas, un círculo de amigos que conserva desde hace más de cincuenta años.

La lucidez mental que mantiene hace que su taller siga siendo el lugar preferido para vivir esa vida pegado al cincel afilado, con el que le da formas a la madera para que diga muchas cosas de manera autónoma.

Camina lento. Desde el segundo piso de su casa en el barrio Chipre de Manizales, le dice a sus visitantes que lo esperen que va en camino a recibirlos. Baja lentamente por los pocos escalones que lo separan del primer piso. Llega hasta la sala. Busca su silla favorita, no por gustos burgueses, sino por la comodidad de no sentir tantos dolores en sus miembros inferiores.

Tiene muchos proyectos en la cabeza. De alguna manera se lamenta, sin lamentarse, de los inmensos dolores en su cuerpo en las horas de la noche, cuando el frío aumenta y las horas se hacen terriblemente lentas. Las horas del frío son mucho más extensas que las demás. Y cuando son tan largas, duelen más. Y duelen mucho más cuando ese dolor se vuelve físico. Frío, dolor y silencio extienden el tiempo que se torna insoportable. Deja de ser tiempo humano.

No se siente solo. Está rodeado de gran parte de su obra creativa y de su biblioteca en la que lee y relee muchos de esos textos de los grandes filósofos, en los que encuentra el respaldo de lo que quiere y debe decir en sus colaboraciones con la Revista de la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales, Civismo, en las que en esencia utiliza el lenguaje de la construcción social o en las pocas veces que hace uso del lenguaje electrónico, para colaborar esporádicamente con este diario digital. Tiene el criterio de que un ser humano que tenga en sus manos un libro, jamás va a estar solo.

Ya tiene una obra intelectual en su haber, pero no la considera cerrada, ni mucho menos acabada. En los últimos años le ha dado prelación a la expresión a través de la talla en madera, la que fue encontrando por si mismo, pues en esencia comenzó a hacerlo como una manera de contar lo que se le venía a la cabeza, para homenajear a ideas, personas y sitios. La libertad, como concepto esencial le da vueltas y vueltas en la cabeza y en ella ha trabajado muchas veces, como en la obra que adorna el salón central de la Biblioteca Municipal Restrepo en Anserma, Caldas, el pueblo del que se aferró, aunque su nacimiento no se hubiese dado allí, pero en el que se le ha consagrado como maestro, con reconocimientos que le han emocionado hasta el llanto.

Mantiene los mismos sueños de cuando eran muy joven. Con sus compañeros del Colegio de Occidente, en Anserma, crearon un grupo cultural por allá por 1967 con el fin de hacer de todo. Poemas, pinturas, teatro, conferencias, ensayo, música etc. De todo. Se juntaron muchas juventudes, sumaron entusiasmos y se pusieron a hacer cultura en un lugar en el que no se hablaba de eso, pues era materia para quienes no se tenían que ocupar todos los días del sustento precario con medios de producción que no iban más allá de los elementales.

Crearon “La Reja en el aire”, del que hicieron parte, entre otros, Carlos Guillermo Navarro Agudelo, Nancy Escobar, Augusto León Restrepo, Aníbal Gamboa Zapata, Ángel Gómez, Jorge Iván Ramírez, Edgardo Escobar (un poeta místico extraviado en la vida en la pesadez estrecha del Derecho Tributario), Marina Orozco y otros más que escapan a la memoria y que como en cualquier enumeración, termina siendo injusta con alguien. Su afición por la lectura se acendró. Su decisión de ser dialogante se acrecentó. Su mundo estrecho de pueblo frío se fue abriendo más allá de las fronteras de dos calles por las que todos caminaban de arriba hacia abajo, o en sentido contrario, con estaciones en algún bar para tomar “tinto”, como se le dice al café de charla en las regiones con ascendencia paisa.

Hablaba rápido y con algunos defectos de vocalización, por lo que más de una vez le hicieron repetir. La repetición la entendió como el oficio de la inteligencia, pues hacerlo conlleva a mejorar los índices de comprensión de las ideas.

A esos jóvenes les comenzó a quedar pequeño el pueblo. No podían pasar de ser bachilleres clásicos y con una buena palanca política dedicarse a ser docentes de primaria y/o bachillerato. Iban egresando del Colegio de Occidente y debían irse a las ciudades o en busca de un trabajo diferente o de su formación profesional. A todos les iba llegando el turno de la emigración. Lo hicieron, pero en sus mentes mantuvieron la idea de conservar el grupo cultural y en cada regreso realizaban eventos con asistencia de mucho público. Se trataba de mantenerlo vivo.

Poco a poco, cada quien fue construyendo un proyecto de vida en el que no cabían tantos regresos al pueblo y el grupo se fue deshaciendo por sustracción de materia. Pero él no lo dejó morir, no lo ha dejado morir, lo mantiene como un sitio electrónico que puede ser consultado en la web y en el que se encuentran testimonios de producción artística. Es cuestión de buscar “La reja en el aire”. Es como su obra predilecta. Se va a mantener mientras su mente siga tan vital como ahora, no importa que los años le sigan jugando malas pasadas como la lentitud de sus movimientos. Los demás –los que sobreviven- ya tienen ese sueño cultural como un recuerdo. El lo mantiene como una vivencia.

Es José Clareth Bonilla Cadavid, nacido en Quinchía, cuando era Caldas, ahora es parte del Departamento de Risaralda, en la “pediazada” política que los politiqueros de entonces le hicieron al pequeño Departamento de Caldas, para hacer tres Departamentos que garantizaran más burocracia y representación parlamentaria, sin tener que luchar tantos por tan pequeña circunscripción electoral, al pie del cerro Batero, en el hogar formado pro dos antioqueños que llegaron en busca de mejores horizontes para una familia que estaban construyendo con su amor y dedicación, José Jesús y María Gabriela, a quienes nunca ha dejado de amar y agradecer. Nació en 1948. En razón a los estudios de los hijos, emigraron luego a Anserma, el núcleo de desarrollo del occidente caldense. Allí crecieron. Allí se hicieron al concepto de terruño natal.

Cuando emigró a Manizales, lo hizo más en busca de oportunidades laborales, que de estudio. Sus padres le dieron hasta el bachillerato, que por entonces ya era bastante. No tenían para costear una carrera profesional. Ingresó al desaparecido Instituto Colombiano de los Seguros Sociales, donde alcanzó a pensionarse tempranamente por las traiciones que de tiempo atrás le vienen jugando los años a su cuerpo. Siendo empleado ingresó a la Universidad de Caldas, donde se recibió como Licenciado en Biología y Química, lo que no deja de ser extraño para un poeta, que no se acomoda muy fácilmente al lenguaje preciso de las ciencias exactas. Luego haría una Maestría en Filosofía Contemporánea en la Universidad Nacional de Colombia. También hizo una especialización en talentos humanos de la Universidad de Manizales.

Es autor de obras como Fronteras de la epistemología, 2000, colección de ensayos de corte filosófico; Huellas de tierra y olvido, poemas, en 2001; La Reja en el Aire, colección de trabajos de este grupo cultural, en 1999; Xiloloquios, esculturas y poemas, en 2005; Progedere periódicos murales, ensayos, en 2005; Los niños en el país de la sonrisa, cuentos infantiles, en 2007. Todas sus obras pueden ser consultadas en internet, sin costo alguno.

Entre el 2005 y el 2007 fue miembro del Consejo Superior de la Universidad de Caldas, elegido por los egresados. En este espacio se convirtió en el autor del primer estatuto de egresados de esa alma mater.

Miembro de la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales, en la que ha ocupado diferentes posiciones directivas, ha sido muy activo en la redacción de la revista Civismo, de la que es constante colaborador y de cuyo consejo de redacción hizo parte. En el año 2013 fue condecorado como Socio del año. Tiene numerosas condecoraciones, pues el servicio a los demás, pero en especial el servicio comunitario, ha sido una de sus pasiones.

Su taller de talla en madera en el segundo piso de su residencia en el barrio Chipre, lo llama de tiempo atrás Xiloloquios, una palabra de su creación, que se desprende de las raíces Xilo, madera, y Loquios, el líquido que arrojan las madres desde el parto hasta cuando logran restablecer sus condiciones normales de género, es tanto así como decir: corriente creativa de madera. Es su lugar preferido de permanencia. Alli crea. Allí es él mismo.

A José Clareth se le están enredando los años en el cuerpo. Le volvieron lento el andar. Le quitaron fuerzas a esa enorme vitalidad que siempre respiró y derramaba en entusiasmo por todo lo que ha hecho. La educación ha sido otra de sus decisiones, con el criterio de que el arte debe ser una herramienta constante en esa misión. La lucidez la conserva plena para hablar de vez en cuando con sus amigos que lo visitan en su Xiloloquio, en el que la madera se sigue volviendo representación de todas sus ideas y de sus homenajes, en los que se observa en primer lugar la figura femenina, vista desde diferentes posiciones, todas ellas enmarcadas dentro de una estética asumida con ética. Los años no pueden con la lucidez de Clareth, para bien de la creación artística.