28 de marzo de 2024

Otraparte

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
22 de julio de 2016
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
22 de julio de 2016

Víctor Hugo Vallejo

Victor Hugo VallejoApenas tenía 21 años y la filosofía existencialista y voluntarista se le había metido en la cabeza de tal manera que el mundo podría no ser capaz de mirarlo con los ojos de esa juventud poseída, porque elaboraba unas ideas que iban mucho más allá, con alcances que no podían ser, en modo alguno, de la cosecha de alguien con su edad.

Le dio muchas vueltas a lo que estaba pensando. Repasó a sus maestros y miró nuevamente los textos estudiados, especialmente los de Platón, Spinoza, Nietzsche y Schopenhauer para reelaborar lo escrito y poder satisfacer las exigencias propias de lo que se proponía formular.

Finalmente entendió que se trataba del pensamiento de alguien demasiado maduro y que de ser presentado como la primera obra de alguien con esos apenas 21 años, podría tener la ausencia de credibilidad, que termina siendo el gran capital de todo pensador. Pensador que no sea capaz de convencer con lo que dice, necesariamente corre por el camino del fracaso. Era su primera obra. Los riesgos de rechazo por lo que decía eran suficientes, como para, además, correr el de que no le creyeran.

Encontró la solución en el titulo de la obra, lo que normalmente es lo último que logra identificar todo autor al cerrar su creación, para que el público que no lo conocía –todo, pues no era más que un estudiante universitario-, al menos le diera un voto inicial de confianza. Fue así como nació “Pensamientos de un viejo”, de Fernando González (Ochoa, segundo apellido que nunca usó en público), publicada en 1916.

Al cumplirse un siglo de esa edición, los antioqueños que tiene la especial característica de exaltar siempre sus valores, incluso aquellos que han ido en contra de las corrientes y la costumbres ancestrales de ellos mismos, a través de la Universidad EAFIT, lanzan por éstos días una nueva edición de lujo, con un estudio preliminar, conservando el prólogo original de la obra que fuera escrito por el periodista de mayor prestigio a nivel nacional en ese entonces, como era don Fidel Cano, director del diario El Espectador.

Podrá leerse nuevamente en papel -también se consigue la edición en medio digital, que puede consultarse desde las páginas del Museo que honra su memoria- la obra inicial de quien se hizo pasar por viejo para darle credibilidad a lo que decía. Allí están los coloquios del profeta, del loco, del maestro, de los alumnos que van sacando conclusiones sobre los diversos aspectos de la sociedad colombiana. Una obra exageradamente revolucionaria para el pensamiento de entonces. No tanto ahora, que puede ser mirada con una mayor capacidad crítica, por el amplio conocimiento que los profesionales sobre filosofía.

En Fernando González tiene el pensamiento colombiano una de las figuras sustanciales de la primera parte del siglo XX, que fue visto como profano, como revolucionario, como contestatario, como rebelde, como iconoclasta, como anarquista, como ateo, como tantas cosas, pues la forma de pensar en lo que expresaba en sus numerosas obras, de alguna manera iba en contra del mundo como era concebido entonces, pero muy especialmente de la formación del núcleo social colombiano elaborado desde el clericalismo incondicional de Caro y Núñez que quedara plasmado en la Constitución de 1886, teniendo los púlpitos católicos como las voces oficiales de las conductas del ser humano.

La evolución de las ideas y del pensamiento es una de las grandes maravillas creadas por el ser humano. En la medida en que van pasando los tiempos, van sucediéndose los seres humanos, se van proponiendo y aplicando cambios, lo que se dijo ayer que pudo ser usado en contra de quien lo dijo, cambia en su visión de tal manera que ahora puede ser el fundamento de lo que se proselita y predica. Es el caso del pensamiento de Fernando González, cuyo ideario bien puede ser tomado como guía de entendimiento de lo que son los principios y propósitos del catolicismo, que tantas veces lo tildó de ateo.

Un pensador pasional, emocional, de reacción ante hechos y personas es posible que termine repeliendo a muchos, pero de alguna forma establece parámetros que van formando una manera de mirar el mundo que no por distinta debe ser objeto de descalificaciones. Hay coincidencia en que Fernando González fue uno de los primeros filósofos que dió Colombia, aunque existan opiniones tan sumamente respetables y serias como la de Rafael Gutiérrez Girardot, quien de manera contundente y en un serio estudio puso de presente que eso –lo dicho por González- no era filosofía. El pensamiento –la filosofía- es tan de la subjetividad de quien lo elabora, que bien puede ser aceptable una descalificación de esta naturaleza, como todo lo contrario.

Fernando González fue el filósofo de la vida y de la manera de vivirla. Amó la belleza. Se admiró ante el poder. Rechazó lo que no se acomodaba a su manera de ser. Fue por la academia aprendiendo de todo y al final se quedó como aquello que es capaz de transformar al ser humano, la voluntad.

Fernando González nació en Envigado el 24 de abril de 1895. Esa fue su tierra hasta la muerte. De ella se separó por temporadas, algunas extensas, para atender o sus inquietudes intelectuales y de conocimiento pragmático o para desempeñar las tareas que en el terreno consular le encargaron en tres oportunidades. En los últimos años de su vida no quiso volver a salir ni siquiera de su vivienda, que había sido una pequeña parcela rural cuando la adquirió como El Jardín del Alemán y que luego se transformó en Otraparte, consustancial a la personalidad misma del pensador antioqueño y que hoy día es museo y lugar de exploración del pensamiento, en donde se conservan sus cosas personales, sus costumbres de vida y su biblioteca, especialmente rica en filosofía.

No fue fácil para González graduarse de bachiller, pues de varios colegios lo expulsaron por faltarle al respeto a sus profesores, a quienes no dudaba en tratar con apelativos despectivos ante su ignorancia. Lo logró finalmente y pasó a la Universidad de Antioquia a estudiar Derecho, donde se graduó en 1919 con una Tesis sobre el Derecho a desobedecer, que por supuesto fue rechazada por los docentes de entonces, todo ellos formados en ese esquema rígido del entendimiento de la ciencia jurídica como la lectura axiomática de los textos legales, pues aún el mundo ni siquiera había arribado a las tesis renovadoras del austriaco Hans Kelsen.

En 1921 lo nombraron Magistrado del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Manizales y fue a vivir a una ciudad mucho más pacata y tradicional que aquella en la que se movía en Medellín y Envigado. Tenía el respeto de la toga y a lo mejor por eso no se atrevían a descalificarlo. Nunca estuvo cómodo, hasta cuando logró regresar a Medellín en el año de 1928, al ser nombrado Juez Segundo Civil del Circuito de Medellín, un cargo de menor rango en el poder judicial, pero estaba en la tierra de sus arraigos. Ya en 1922 se había casado con Margarita Restrepo Gaviria, hija del ex presidente de la República Carlos E. Restrepo, con quien tuvo cinco hijos, el último de ellos Simón, el gran renovador de San Andrés y Providencia y el predicador del mar de los siete colores.

En el juzgado conoció a su secretario Benjamín Correa con quien lo unió una amistad de siempre. Juntos se fueron a pie por los caminos de Antioquia, el viejo Caldas y parte del norte del Valle del Cauca. (Se inspiró en Benjamín para la creación de su Benjamín como personaje de sus narraciones). Fruto de las observaciones que fue haciendo en ese viaje de largas conversaciones y lentos ires y venires fue su libro Viaje a pie, en el que deja saber de costumbres, maneras y formas de pensar de las gentes y de quienes les dirigen. No fue nada generoso con el tratamiento dado a los curas católicos y sus maneras de propagar la fé, por lo que el Obispo de Manizales, Monseñor Manuel José Caycedo, expidió un decreto de prohibición del libro para los católicos, prohibición corroborada por el arzobispo de Medellín. Era 1929.

En 1931 viajó a Venezuela para conocer de cerca el gobierno del dictador Juan Vicente Gómez, un analfabeta pragmático que se eternizó en el poder. Se hizo compadre de él al ser padrino de bautizo de su hijo Simón. Luego escribiría una biografía emocional -Mi compadre- de Gómez, en la que de alguna manera se ocupa de una serie de hechos históricos de ese país hasta llegar al gobierno de su admirado Gómez, a quien tenía como heredero directo de Bolívar, el personaje de sus entrañas, como de sus odios lo fue el general Francisco de Paula Santander.

En 1932 el gobierno de Olaya Herrera lo designó Cónsul General de Colombia en Génova, Italia, más por las influencias de su suegro que por otra cosa. En Italia la Policía descubre en sus notas personales apuntes en que habla de mala manera de Benito Mussolini, por lo que el gobierno italiano exige al colombiano la salida inmediata del cónsul, siendo trasladado a Marsella, en Francia.

De las notas que le encontrara la Policía en Génova nació luego el libro El Hermafrodita Dormido y de una experiencia amorosa platónica fracasada –o mejor: no intentada- en Marsella, nació una obra esencial en sus bibliografía, como es El Remordimiento, en la que se trasluce con nitidez la enorme influencia que sobre su pensamiento siempre tuvieron Nietzsche y Schopenhauer.

En 1935 regresó a Colombia, fundó la “Revista de Antioquia”, que mantuvo hasta el año 1945 , desarrollando una enorme tarea de divulgación cultural y marcando una época de brillo para el pensamiento antioqueño.

En 1953 es nombrado Cónsul General de Colombia en Europa., cargo que desempeñó la mayor parte del tiempo ejerciendo desde la ciudad de Bilbao, en España.

En 1957 regresó a Colombia para nunca más volver a salir. Se encerró en su Otraparte, donde era visitado por todo aquel que quisiera dialogar por largas horas con un diletante del pensamiento quien tenía como ejercicio elemental no detener su abstracción en nada. En ese lugar se formó intelectualmente Gonzalo Arango y de allí nació el movimiento cultural Nadaista de los años sesenta.

El 16 de febrero de 1964 dejó de existir. Queda su obra que sigue siendo objeto de grandes estudios en las Universidades y que cada vez se desentraña de diferentes maneras, pues la filosofía es para seguirla pensando, aún después de haberla formulado. Es el devenir eterno del pensamiento del ser humano. Nunca acaba.