29 de marzo de 2024

Los últimos compases de las Farc en la guerra: Silencian fusiles y bailan al son de vallenato y la cumbia

25 de julio de 2016
25 de julio de 2016

BOGOTA, 25 de julio de 2016 (RAM) El final de la guerra se baila en las montañas de Colombia a ritmo de ranchera, vallenato y mucha cumbia. El silencio de los fusiles, de las bombas, del terror, ha traído de vuelta a la selva el sonido de Los Rebeldes del Sur, el grupo de música formado por guerrilleros de las Farc.

Así lo retrata este domingo el diario “El País” de España, en una crónica y un video desde los campamentos del llamado bloque sur de las Farc en las selvas colombianas y que titula “Las Farc, ante el abismo de la paz. Los últimos compases de las Farc en la guerra”.

“En algún rincón de la región del Putumayo, sobre un escenario de madera, celebraban el primer fin de semana de julio el cese al fuego bilateral y definitivo con un concierto”, señala la publicación, que agrega: “Durante años, las ondas sonoras hubiesen sido el anzuelo perfecto para un bombardeo del Ejército. Ahora lo son para arrastrar a unos cincuenta guerrilleros a rumbear. Despojados de una vida de plomo, ajenos al abismo de un futuro incierto”.

Tambien afirma: “Después de casi cuatro años de negociaciones, y a medida que el desenlace final se ve más nítido, las Farc se han vuelto más accesibles, siempre salvaguardando los parámetros de seguridad y siendo muy escuetos en las indicaciones”.

El sitio en el cual el periodista Javier Lafuente de El País inicia su desplaamiento hacia el campamento del frente 48 de las Farc es “Mecaya, un corregimiento en la región del Putumayo a donde se llega después de cuatro horas en lancha desde el municipio más cercano”.

“No muy lejos de esta zona fue bombardeado, en 2008, el campamento de Raúl Reyes, entonces número 2 de la guerrilla, uno de los mayores golpes de la última década”, resalta.

Luego habla de su encuentro con los cabecillas alias “Martín Corena y Robledo”, quienes le indican que “Vivimos más aliviados. Antes, dormíamos aquí una noche y al día siguiente en otro sitio”.

Al efecto, recuerda que después de que las Farc iniciaron un cese al fuego unilateral en julio del año pasado, el Gobierno suspendió un mes después los bombardeos contra los campamentos y cedió la presión sobre el terreno. Y agrega que los más de 50 que conviven en este campamento no se ha movido de él en los últimos dos meses. Nunca habían permanecido tanto tiempo en un mismo lugar.

Estos son otros apartes de la crónica:

Si durante años cualquier signo de distinción podría ser percibido desde el aire, ahora las prendas son el primer síntoma de cambio. Los colores llamativos abundan tanto entre ellos y ellas como las camisetas de fútbol: Manchester City, selección alemana, Barcelona y, cómo no, el omnipresente 10 blanco de James. Hasta en la selva.

Los quehaceres también han cambiado los últimos días. Ya no se preparan ataques ni operaciones militares. Los esfuerzos se concentran en empezar a capacitar a los guerrilleros para la vida sin armas, para cuando en unos meses se tengan que desprender de los M-16, R-15, AK-47, los fusiles que han sido parte de ellos y cuya omnipresente presencia entre tanto confort propio de un campamento de verano aterriza a la realidad guerrillera. No hay rastro, eso sí, de explosivos ni armamento pesado. “Está guardado para la verificación”, asegura Martín Corena.

A diferencia de lo que ha ocurrido en al menos el Frente 1, aquí no se contemplan deserciones. La rigidez de la estructura militar se ha colado hasta las entrañas. Cualquier sueño o deseo de futuro queda supeditado “a lo que diga la organización”, bien por convicción, por miedo, por inseguridad.

“Hay guerrilleros que nunca han contestado un celular o han encendido un computador”, asume Ramiro Durán, uno de los mandos del Bloque Sur. Él sí conoce un mundo que el resto, como ocurre en esta Colombia tan desigual, ni imagina. A punto de cumplir 36 años, decidió dejar su carrera de Derecho en Bogotá cuando tenía 20 y era líder estudiantil.

Con un discurso elaborado, transmite la sensación de que el desembarco de las FARC en el día a día de la política tradicional estará liderado por gente como él, hasta ahora anónimos. Se desconoce, sin embargo, cuántos perfiles hay así entre los 8.000 guerrilleros –y otros tanos milicianos- que las autoridades estiman hay en las FARC. “Tenemos que lograr una apertura democrática en Colombia y eso no lo hacemos con dogmatismo ni con sectarismo, que desafortunadamente ha existido en la izquierda”, se lanza cuando se le pregunta por el papel que jugarán las FARC en la política colombiana.

El desafío es ingente. En algunas zonas de Colombia son la única ‘institucionalidad’ que conocen los campesinos, pero el rechazo que generan en los núcleos urbanos es abrumador. Las encuestas apuntan que en torno al 90% de la población tiene una imagen desfavorable de la guerrilla”. La autocrítica no termina tampoco de estar instalada. Los asesinatos, los secuestros, el reclutamiento… Para ellos todo responde a una campaña de criminalización y, en el mejor de los casos, a errores de la guerra de carácter individual.

-Tenemos que darnos a conocer como seres humanos, de nosotros han hecho monstruos, se queja Ramiro Durán.

-¿Y cómo piensan hacerlo?

-Necesitamos innovar, ser creativos, menos esquemáticos, más abiertos a escuchar al otro

Durante décadas organismos internacionales, como Unicef, han denunciado el reclutamiento de menores por parte de los grupos armados en Colombia. Uno de los acuerdos alcanzados en La Habana implica que las FARC sacarán de sus filas a los menores de 15 años e iniciarían un protocolo para garantizar que ocurra lo mismo con los que no hayan cumplido 18. Es el caso de Sofía. “Mi familia no me quería y mi padre era guerrillero, así que fui a buscarlo, lo mataron en una emboscada antes de que lo encontrara”, son las explicaciones que da sobre su entrada en las FARC con 12 años, hace cuatro. La suma no cuadra con los 19 años que dice tener y que está lejos de aparentar. Martín Corena lo confirma: “No quiere saber nada sobre la posibilidad de acabar en Bienestar Familiar”. El promedio de edad en el campamento central del Bloque Sur es de unos 25 años. Prácticamente todos los guerrilleros fueron reclutados siendo menores. Ninguno lo esconde. “Suele ser así”, asume María Elena, de 28 años, 15 en las FARC, mientras repasa en su cambuche unos apuntes sobre imagen y fotografía y revela un sueño para su próxima vida de civil: “Quiero ponerme unos tacones”.

Otro de los retos será contribuir a la erradicación de cultivos ilícitos. Las FARC niegan todas las acusaciones y denuncias sobre narcotráfico que pesan sobre ellos. Solo admiten que han cobrado un impuesto a las mafias que operan en su territorio, por no hacerlo al campesino que cultiva la hoja de coca y al que protegen, dicen, por ser el eslabón más débil. “El narcotráfico nos ha hecho mucho daño, corrompió a todo el mundo y explota al campesino. A nosotros nos lo imponen para poder matarnos por narcotraficantes”, asegura Robledo.

El Putumayo, región fronteriza con Ecuador y Perú, ha sido un corredor histórico de la coca. Es imposible obviar los cultivos de hoja de coca que hay en torno a este campamento. Los mandos guerrilleros insisten en que pertenecen a los campesinos de la zona y que ellos solo se dedican al cultivo de la yuca, el plátano y demás plantaciones también bien visibles y a las que dedican buena parte del día. El cuidado por tratar de no mostrar cualquier relación con la coca es extremo. El escenario donde actúan Los Rebeldes del Sur está incrustado en una plantación. Martín Corena pide que no se tomen imágenes de las hojas de coca.

-Es para evitar confusiones injustas.

Lo dice sereno, susurrando al oído, casi opacado por el sonido de la cumbia que mueve el disfrute de los guerrilleros. Los últimos compases de la guerra en Colombia, los inciertos primeros pasos de la paz.

Y termina su informe con esta fotografía y la reseña que la acompaña:

Maria Elena tiene 28 años, ingresó a la guerilla cuando tenía 13. “Suele ser así”, resume, sin querer darle más importancia. A punto de iniciar un curso para aprender a usar ordenadores, confía en poder seguir estudiando en su vida como civil. “Seguir mejorando con la fotografía, los vídeos…”. Una sensación, la de querer seguir aprendiendo, que comparte con Guzmán, de 21 años, desde hace 5 en la guerrilla. Su sueño es vivir en una ciudad, concretamente en Medellín. “Siempre me han hablado bien de los paisas”, sonríe. Allí confía en estudiar Medicina. “Hay que mejorar el sistema de salud”. CAMILO ROZO