28 de marzo de 2024

Relaciones entre Manizales y Pereira

23 de junio de 2016
Por Hernando Salazar Patiño
Por Hernando Salazar Patiño
23 de junio de 2016

hernando salazar

Desde los puntos de vista histórico y sociológico, una  charla con el título “Las diferencias y odios entre Pereira y Manizales. Perspectiva periodística” por Franklin Molano, tenía un gran atractivo para los pocos que hemos trabajado las relaciones y desemejanzas entre esas dos ciudades, bajo esas  mismas ópticas y un prisma con mayores refracciones. Se dio el 9 de junio, dentro del ciclo del Café Literario en la sede de la Alianza Colombo Francesa de Manizales, con el apoyo  del Departamento de Lingüística y Literatura de la Universidad de Caldas.

El que el periodista expositor, pues tal fue la profesión con la que se presentó, no hubiera nacido por estas breñas, sino en  Bogotá, y que no llevara mucho tiempo en el Eje, era ya una ventaja, porque esto  hacía presumir  la distancia y la objetividad necesarias para que se diera cierto equilibrio en los supuestos contrastes. Molano desde un comienzo manifestó a los asistentes, que los materiales que iba a mostrar en video vip, y todos sus comentarios, estaban sustentados  en la investigación que llevó  a cabo para hacer la tesis que presentó en la universidad, con el fin de obtener un título en su profesión.

Un mérito más del expositor, que habla de su curiosidad y de su capacidad de observación, fue la escogencia de este tema que puede considerarse superado, pero cuya significación y validez no han sido estudiadas con la profundidad y la interdisciplinaridad que amerita, porque marcó todo un carácter y explica tanto la evolución como el desarrollo de las dos ciudades. Novedoso con mucho de originalidad, es  el hecho de habérselo planteado para su tesis de grado, desde uno de los sitios involucrados.  El periodista trabaja en un periódico de Pereira.

El poco tiempo de que dispuso, no le permitió a Molano decir mucho, y  si nos ceñimos al sugerente nombre con que anunció la cuestión para tratar –y que parecía ser un “gancho”-, quedamos ayunos. Pero ésta es una consideración más bien subjetiva o muy personal, atinente  si acaso para tres o cuatro de los oyentes, que por referencia, por experiencia o por investigación, estaban en antecedentes, porque  el auditorio lo componían jóvenes, para los que todo lo que dijo o  pudo haber dicho el señor Molano, debió constituir una visión nueva de paralelo entre dos capitales vecinas,  con alusiones a una situación para ellos desconocida, o es probable que hubiesen oído de ella, sin entenderla. Prueba de que las pasiones ciudadanas que otrora  daban tono a emulaciones y comparaciones entre sus habitantes, han sido rebasadas por el tiempo y las circunstancias más variadas, y también de que al grupo de escuchas allí presentes, lo motivaba un compromiso académico o un interés histórico no muy explícito, por la ausencia de interpelaciones.

Con el riesgo de parecer demasiado sumaria, y quizá sesgada -si  el inconsciente tiene algo que ver-, va esta sinopsis de lo expuesto por  Franklin Molano: Con ayudas visuales, mostró unas cuantas imágenes del desarrollo de Pereira, desde finales del siglo XIX y más numerosas, de la primera mitad del siglo XX, resaltando aspectos culturales como el de la película “Nido de Cóndores”, de 1926, un hito en el cine colombiano, un año después de Manizales City” y de “Bajo el cielo antioqueño” y de la primera que fue filmada, “María”, en  1922. Aunque la intención primordial de las dos primeras fue mostrar las ciudades y sus progresos, el tener  argumento, y el que actuaran jóvenes pereiranos, le dio más valor documental y cinematográfico a la primera.  La referencia a la señora Inés Rendón, dama más que centenaria, que tuvo papel protagónico, como mujer adelantada a su época, y al director, el polifacético escritor Alfonso Mejía Robledo,  eran obligadas. Aunque la semblanza de éste personaje, daba para más.

Las alusiones al Ferrocarril de Caldas, al levantamiento de los rieles en 1959, con la que los habitantes de Pereira  decidieron terminar con la comunicación férrea con Manizales, y otras, muy de pasada, a hechos, comportamientos, modas, etc., y otras manifestaciones que podían interpretarse como  rupturas, pero también, al peso de las modos de pensar tradicional, que impedían  o censuraban atrevimientos, fueron interesantes, pero no conectaron con las “diferencias”, y menos con los “odios” , de los que creímos, iba a hablar.

Aunque dijo que su investigación consultó muchas publicaciones de la primera mitad del siglo XX, como  Bien Social, Variedades, El Diario, de los hermanos Correa Uribe, y las dirigidas por María Tejada, se centró en la publicación humorística El Fuete, de don Néstor Cardona, la que, por cierto, nació en Manizales,  pero que trasladada en sus inicios a Pereira, dio una mirada a la ciudad muy particular, con humor, con civismo, mediante caricaturas y versos, que no solo retrataba cada época, sobre todo, política, sino que dejaba entrever, para mi concepto,  un sentido de la autocrítica desenfadado, irreverente, pero positivo, alegre, constructivo, aspecto que se hubiera prestado para una comparación  con el ejercicio del humor y de la crítica en Manizales, y que revelaría matices no previstos.

También interesante la mención a la presencia en Pereira de Luis Tejada, de su padre, don Benjamían, figura sobre la que trabajé en extenso alguna  vez,  y de la influencia en la enseñanza de sus hermanas maestras, en particular, la de María Tejada, subrayó el valor literario original de esas primeras crónicas del maestro del género.

Aparte de  lo sabido sobre la ciudad liberal y la conservadora, la más a tradicional y la que fue receptáculo de migraciones por la violencia, sin mencionar el café, el comercio, la apertura hacia el Valle,  al repetir la similitud del lema identificador de cada una  “sin puertas” y “puertas abiertas”,  y trastocar el orden cronológico histórico, no capté si con intención o no, para enumerar parecidos, imitaciones, semejanzas, ahí sí pareció intentar un balance. Al citar las librerías de Pereira ( no mencionó las de Manizales), hizo una última alusión a la “Roma”, que en verdad es un fenómeno por la cantidad de libros, por las reuniones y charlas que estimula, etc.,  hecho más posible en esa capital que en la de Caldas, no obstante que propietario y librería comenzaron también en Manizales.

No es el caso aquí de glosar nombres y situaciones que, forzosamente, muy de pasada, hizo el periodista Molano, en una síntesis apresurada, pero que abrió interrogantes, y para los jóvenes, incitaciones a temas a los que les falta investigación. Los que lo escucharon, se mostraron completamente ajenos a  esos viejos prejuicios heredados por algunos grupos de las generaciones de antes de la segregación territorial que dio realidad a los departamentos de Risaralda y  del Quindío,  algunos de los cuales contó Molano, que le contaron, por lo que por parte de sus  oyentes fueron recibidos acríticamente y  no confrontados, como dio a entender que sucedió con él mismo.

Entre esos “prejuicios” que hicieron carrera, hay uno que siempre me pareció tosco y de mala leche, porque centenares de casos  lo desmienten, y no tiene confirmación histórica ni social, no obstante el resentido aserto provenga de noble, respetada y respetable fuente. Quizá nació de algún hecho anecdótico aislado, si es que se dio. Molano fue soltando esa especie, vieja pero ingrata a los oídos de unos y de otros, todavía,  de que  los muchachos de Pereira tenían negado el acceso a los colegios de Manizales.  Desde la fundación del Instituto Universitario de Manizales, en 1914, más cuando tuvo internado, como en las Normales de varones y señoritas, y en el internado del Colegio de Nuestra Señora, miles de estudiantes, destacadísimos por cierto, pasaron por esas aulas, durante medio siglo.  Ni qué decir los que llegaron cuando se abrieron las varias facultades de la Universidad de Caldas, al comenzar los años cincuentas. Al investigador le dio esta versión doña Lucía Marulanda, esposa que fue de don Gonzalo Vallejo, el ilustre patricio pereirano, tres veces exsecretario de hacienda del Departamento de Caldas, y quien abanderó  la gran campaña por la creación del Departamento de Risaralda. En un libro suyo, había leído yo ese infundio, que riñe con la verdad y con la prestancia  de su difusor.

El periodista trabajó el material de su tema en la misma Pereira y ese fue el único que trajo. Al anunciarlo con ese título, “Diferencias y Odios”,  teniendo en cuenta  que no recogió documentos, ni investigó fuentes equiparables en Manizales, para el comparativo propuesto, éste dejó mucho que desear, o mejor dicho, no se dio. Rozó, sí, desavenencias superficiales. No más.

Ni  contrastes de gestos, de mentalidades, de trayectorias, o el por qué de las “razones” o de los “prejuicios” que probablemente enmarcaron la supuesta rivalidad entre las dos ciudades del Viejo Caldas. Si su intención primigenia fue la de confrontar opiniones, mostrar las condiciones opuestas, comprobar la autenticidad de los imaginarios, contrastar dos modos de acción, de expresión de ideas o cultura, Franklin Molano, no lo hizo, o no lo quiso, porque no le alcanzó el tiempo, por falta de elementos para hacerlo, o porque ni siquiera lo iba a intentar. El público joven  no preguntó por los argumentos de esa polémica, ni aportó otros, ni se le incitó a ello. Le era y le siguió siendo extraña. Será otra vez. Lo positivo de su muestra es que dejó abierta la posibilidad de otras miradas a la historia de nuestras ciudades. Nadie adujo otros trabajos similares. Y que seguro aprovechó su venida a Manizales, la que supongo “contraparte” de su investigación, para darle más profundidad, comprobación  y significación históricas a su tesis, que debe ser, tiene que ser, más completa y con planteamientos y ejemplos de lado y lado, entre ciudad y ciudad.

Este comentario se explica, porque nace de dos circunstancias muy propias, una íntima y por ello muy personal, y otra intelectual, relacionada con mi trasiego por la historia, por la psicología, la sociología, y en general, por las llamadas ciencias humanas. Por ambas, Pereira no me ha suscitado en la vida sino afecto, admiración y gratitud. Ah. Y bellos recuerdos de infancia. Sobre estos sentimientos no puedo extenderme como quisiera, será en otra oportunidad, pero debo anteponer que  muy buena parte de mi familia, la más cercana, la de cariño más constante, ha vivido allí. Como sucede  con miles de familias del Eje Cafetero que tienen en las tres ciudades, con Armenia incluida, y en poblaciones de los tres departamentos, lazos consanguíneos de lares comunes.

La segunda, las investigaciones de toda una vida sobre la historia de la cultura, de la literatura, del periodismo y de  la caricatura en el Gran Caldas, expuestas en trabajos y conferencias que sería largo enumerar, y en particular, la historia intelectual de Pereira, de sus más mentes más significativas, me dan cierto aval para diferenciar Modos de pensar y de obrar, aunque cuando viví en ésta ciudad, por las hendiduras de la sociología y de la psicología que se le escapan a la academia, tracé un paralelo entre  aspectos de las dos capitales, como el suicidio, la “gaminería”, la miseria, la amistad, la simpatía, el chisme, el beber y el hacer el amor, en una y en otra, en fin, con historia y con humor, que gustó mucho, pero su objetividad hizo que tuviera que meditar seriamente si tenía o no que irme a vivir a Chinchiná o a Dosquebradas.