28 de marzo de 2024

La otra Íngrid

Columnista de opinión en varios periódicos impresos y digitales, con cerca de 2.000 artículos publicados a partir de 1971. Sobre todo, se ocupa de asuntos sociales y culturales.
20 de mayo de 2016
Por Gustavo Páez Escobar
Por Gustavo Páez Escobar
Columnista de opinión en varios periódicos impresos y digitales, con cerca de 2.000 artículos publicados a partir de 1971. Sobre todo, se ocupa de asuntos sociales y culturales.
20 de mayo de 2016

Por: Gustavo Páez Escobar

gustavo paezHace ocho años que Íngrid Betancourt no volvía a Colombia. En días pasados estuvo en Bogotá y participó en el foro La reconciliación, más que realismo mágico, organizado por la Fundación Buen Gobierno, que dirige Martín Santos, hijo del presidente Santos. Además, en el foro estaban varios exsecuestrados por la Farc, que al igual que ella sufrieron terribles oprobios en las selvas colombianas.

En ese escenario, y ante una concurrencia de 500 asistentes, pronunció un sentido discurso de paz y perdón con sus captores, gesto que le hizo ganar nutridos aplausos. Como acto por demás significativo, se abrazó con Clara Rojas, su fórmula vicepresidencial cuando ambas cayeron en poder de la guerrilla.

No habían vuelto a hablarse a raíz de hondas rencillas surgidas en el cautiverio, y verlas ahora amistadas significaba grandiosa contribución a los diálogos de paz que se adelantan con el grupo guerrillero.

Íngrid vino a hablar de paz. Fue enfática en afirmar que ese es el paso sensato que debe darse después de más de medio siglo de odio y violencia, e hizo énfasis en el sentimiento de solidaridad que existe en el mundo hacia el acuerdo final que está próximo a firmarse en La Habana, si es que se logran superar los pocos obstáculos que aún subsisten.

Siendo ella el mayor emblema de las barbaries cometidas por las Farc, y quien sufrió la mayor saña y los mayores oprobios durante seis años de cautiverio, su voz de reconciliación es quizás el aporte más valioso que se ha visto en el proceso por la concordia, que gana cada vez más terreno entre los colombianos.

Mientras ella padeció inauditos martirios físicos y morales –como la muerte de su padre acongojado, un mes después del secuestro–, y regresa a Colombia a defender los diálogos de paz, otros se empeñan en atizar la guerra. Sin embargo, por encima de ese inexplicable ánimo demencial, se impondrá la cordura. No es posible seguir  en esta guerra absurda que tanta desgracia ha traído al país y a los hogares. Hay que dejar a un lado los odios y ensayar los caminos del perdón.

La clara estirpe social y política de Íngrid, de que tantas muestras dio en el pasado, no le permite cambiar sus ideas en pro de la justicia y la causa de los desvalidos. Sus intrépidas acciones contra la corrupción y los atropellos de la clase política están frescas en la memoria de muchos colombianos. No se olvida su arremetida contra Samper y el proceso 8.000, lo mismo que su ruptura con Pastrana por haberle incumplido un pacto para combatir la corrupción.

Esto lo dejó expuesto en el libro La rabia en el corazón. Su acción beligerante de aquella época no le hizo medir los riesgos que representaba su incursión en el campo guerrillero, donde cayó en las fauces del lobo. Liberada seis años después por la Operación Jaque, escribió un testimonio estremecedor: el libro No hay silencio que no termine, una de las mayores radiografías que existen sobre los sistemas de salvajismo y degradación humana impuestos por las Farc. No obstante, en su reciente visita al país dio pruebas fehacientes de que perdona a sus verdugos y se suma a la causa de la paz.

Hoy es otra Íngrid. El haber vivido el calvario del secuestro, en toda su crueldad abominable, le permite dimensionar con amplia visión el drama de la guerra y clamar por la paz. No importa que sea una paz imperfecta, si de todos modos es una fórmula para conseguir mejores días. La madurez de su mente debido a la horrenda experiencia del cautiverio, y gracias también al doctorado en Teología que adelanta en Oxford, le hace ver la realidad con otros ojos.

No hay certeza de que Íngrid se reintegre a la política activa del país. Pero no me cabe duda de que se trata de una heroína y una gran colombiana.

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