29 de marzo de 2024

Fernando Soto Aparicio, ha dejado de existir

4 de mayo de 2016
Por Jorge Eliécer Castellanos
Por Jorge Eliécer Castellanos
4 de mayo de 2016

Jorge Eliécer Castellanos

jorge castellanos“Tal como va el mundo contemporáneo la gente mira, pero no ve; oye pero no escucha. Y para juzgar lo que dejamos en los terrenos de la cotidianidad o del arte, hay un solo calificador: el tiempo. En la medida en que pase, y permanezcamos, estaremos entrando en la memoria de la humanidad; si no lo conseguimos, todo lo apagará el olvido”

Uno de los más prolíficos escritores colombianos de todos los tiempos, nacido en Santa Rosa de Viterbo, en el norte del Departamento de Boyacá, hijo de Notario público, Fernando Soto Aparicio, quien se desempeñaba últimamente como docente en la Universidad Militar Nueva Granada en Bogotá, se anticipó a nosotros en la partida final y ha dejado de existir.

Sus trabajos literarios ocuparon su mente desde niño hasta los últimos días de su deceso. En principio, la historia de la literatura colombiana recuerda que Soto Aparicio ganó en Popayán su primer premio internacional con la novela Los Aventureros y que precisamente en el año 1969 había logrado el galardón “Selecciones Lengua Española” con su obra cumbre de “La rebelión de las ratas”.

Su legado literario es extenso, calificación que merece el mayor superlativo. Tanto sus novelas, poesías, guiones para televisión y cine que alcanzaron los 5000 y sus 72 obras, constituyen el más valioso aporte que pocos colombianos han dado a la patria. Publicó 55 libros de diversos géneros, entre los que se subrayan Mientras llueve, Los hijos del Viento, Hermano Hombre, Los últimos Sueños; Pedro Pascasio, Héroe antes de los doce años; Los últimos sueños y Después empezará la madrugada.

Fue premio Casa de las Américas en 1979 y premio Ciudad de Murcia en 1971.

En nuestro ejercicio notarial en la Villa de San Diego de Ubaté, Cundinamarca, gracias al aporte del Alcalde Municipal Jorge Hernando Cendales, tuvimos la oportunidad de reconocer, en su viva voz, sus profundos conocimientos y su consagración denodada a la literatura, en el Colegio Santamaría del Municipio.

Durante muchas tardes, logramos departir en la Universidad Militar, sede de la Calle 100 en la capital colombiana. Tuvimos la oportunidad de entrevistarlo para radio y prensa y, hace pocos meses, cuando ya la agonía empezaba a mostrar su rostro insalvable de muerte, tuvimos, con mi hijo Efraín Elías Castellanos Álvarez, la ocasión de grabarle un extenso reportaje televisivo que pronto presentaremos en la pantalla chica como homenaje a su muy destacada trayectoria en las letras colombianas que lo ubican para siempre en el cenit de la historia contemporánea de la más grande literatura colombiana.

Agradezco su existencia al Altísimo, y como Fernando me legó un prólogo para mi libro Cantos Poéticos, comparto con los lectores su fina filigrana literaria de moldes de oro, en el canto introductorio que tituló: “La palabra poética.

“La poesía, se ha dicho siempre y es una verdad indiscutible, es la forma más hermosa de la utilización de la palabra. Un poema ilumina, convence, conduce, es voz amiga en el silencio, es compañero del alma, es abrazo y ternura o acusación y grito. El poeta es la conciencia de un pueblo y de una época, y su trabajo está llamado a permanecer derrotando las aguas turbias del olvido.

Jorge Eliécer Castellanos Moreno ha reunido en este volumen de Cantos poéticos, una buena parte de su producción literaria, tanto en prosa como en verso. Y toca los más diversos temas, desde los que atañen al espíritu hasta los que marcan el quehacer cotidiano y elemental. No ha querido callarse, sino que ha buscado compartir su voz interior con el lector, esa entidad desconocida, única o múltiple, para el que trabajamos quienes utilizamos la palabra como el alfarero utiliza el barro para acabar de construir el mundo.

En una sociedad signada por la prisa, por las carreras nuestras de cada día que no sabemos que objeto tienen ni a donde nos conducen, si es que nos llevan a alguna parte, vale la pena hacer un alto para dedicarnos a algo que ha caído en desuso: pensar. Tal como va el mundo contemporáneo la gente mira, pero no ve; oye pero no escucha. Es bueno escuchar la propia voz interior y atender a los otros, y es necesario ver lo que estamos haciendo y lo que quienes nos rodean tratan de hacer en este oficio de llevar a cabo de la mejor manera posible la tarea de la vida.

El arte nos rescata para la meditación, nos confirma la certeza de que somos pensamiento y sentimiento, y nos ayuda a creer que, respecto a nosotros y a los otros, no todo está perdido. El hombre es para sí mismo y es para los demás, y en ese intento de comprenderse y comprenderlos el arte es un camino por excelencia. La música, la pintura, la escultura, la adecuada utilización de la palabra; en fin, todo lo relacionado con la imaginación y la creatividad nos devuelve la esperanza de que no somos solamente materia, sino que algo superior nos anima y nos ilumina para no pasar inadvertidos como sombras que los días se encargan de ir borrando.

Este libro de Jorge Eliecer Castellanos Moreno queda como un referente de su paso por la vida. Todos quienes escribimos vamos dejando en nuestra obra la esencia de lo que fuimos, de lo que pensamos, de lo que sentimos mientras construíamos el camino de la existencia. Y para juzgar lo que dejamos en los terrenos de la cotidianidad o del arte, hay un solo calificador: el tiempo. En la medida en que pase, y permanezcamos, estaremos entrando en la memoria de la humanidad; si no lo conseguimos, todo lo apagará el olvido”

Fernando Soto Aparicio, finiquito su memorable existencia, con la descripción sublime de la finalización del amor poético, tal como remató su “Poema de veinte años”: “Te amo y te lo repito mientras vivo, para que sepas que desde pequeño empecé este poema, que algún día leerás con amor. Y en adelante lo escribiremos juntos, con la tinta viviente de la sangre, hasta que toda nuestra vida, los sueños, las verdades, las palabras, en fin, nosotros mismos terminemos unidos al poema, uno solo con él, hasta la aurora dulce y definitiva de la muerte”.

Paz en su tumba.