La insolencia de los soberbios
El insolente pierde los cascos mentales. Se infla como un sapo y se pavonea como un ganso. Si es un personaje con resonancia nacional, pretende que el mundo circundante se arrodille y construya para él santuarios idolátricos. Nadie puede tocar su manto sagrado. Acepta las reverencias mahometanas, jamás la rebeldía, despropósito suicida que se paga con el ostracismo.
Su personalidad ventosa la traslada a sus áulicos. Pequeños montoncillos humanos, de pudibundez hipócrita, adoratrices y serviles del becerro de oro. Se mueven en gavilla, o , mejor en manada, toman agua en los cisternas de la mentira, buscan la sombra cuando la canícula calcina, y como soldados sumisos marcan el paso en consonancia con el ritmo marcial de los tambores. No tienen independencia. Unos, casi todos, son borregos silenciosos, y los que opinan utilizan el Olimpo para profetizar desastres.
Si las temporadas cíclicas del tiempo son adversas, si los ríos se sacan, si sorprenden las plagas, si mueren los niños, si los jueces fallan, se busca un mártir para crucificarlo. Un fanatismo ridículo vuelve estrábicos los ojos , sordos los oídos y sin equilibrio la conciencia.
Ese desbordamiento de la razón, esa patología de miedo, la han implantado hordas irreflexivas, desde hace varios lustros, y la utilizan ahora para estigmatizar cualquier decisión de la justicia.
Caso único en el mundo.
Hija de rey y hermana de rey comparece en España en el banquillo de los acusados, para responder por transgresiones cometidas con su esposo. Con gran respeto y callados, los monárquicos siguen con dolor el alarmante juicio. Nadie socava la acción de los fiscales.
La justicia tiene contra las cuerdas al señor Lula Da Silva, afamado expresidente de Brasil. Hizo o dejó hacer, robó o dejó robar, o gestionó robos para beneficio de terceros. Ese es el delito. La rabia de los cariocas promovida por el indiciado, es parecida a la resistencia sentimental de Colombia, contra los jueces –allá y aquí- impávidos y soberanos.
A la señora Cristina de Kistner de Argentina que acaba de dejar la Casa Rosada, la señalan públicamente como inspiradora de un homicidio. ¿Se escuchan, acaso, los alaridos de sus cortesanos? No.
Los fiscales panameños rastrean al señor Martinelli, que huye,por los mordiscos dolosos contra el presupuesto nacional cuando era el mandamás de su país. Nadie chista por la acción depuradora de los investigadores.
Otto Pérez Molina fue sacado a empellones del gobierno de Guatemala, para engrillarlo en los panópticos por bandido. Sus seguidores, aterrados, aplauden que encarcelen a quien los traicionó.
Solo en Colombia, si detienen al probable autor intelectual de las macabras historias relatadas en ”Los Doce Apóstoles”, por ser hermano de un exmandatario, ocasiona un terremoto en solidaridad inaudita con el crimen.
Pero no es todo. Inquieta la relación comercial, por más de diez años, con James Arias Vásquez, el zar de la chatarra,( acusado por Lavado de activos, concierto para delinquir, enriquecimiento ilícito, falsedad en documento y fraude, con un capital, mal habido, superior a los doscientos cincuenta mil millones), con los jóvenes Uribe Moreno. El escándalo sería similar si los mismos hijos del poderoso exmandatario hubieran hecho negocios con Pablo Escobar. En ninguna actividad se pueden tener malas compañías. La gente sensata queda perpleja ante los delitos posiblemente cometidos y esa reacción crispada es típica de una república banana.