29 de marzo de 2024

Historia del joven recluso rumbo a la universidad

20 de marzo de 2016
Por Jorge Emilio Sierra
Por Jorge Emilio Sierra
20 de marzo de 2016

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

Sierra Jorge EmilioUn joven recluso de Barranquilla, típico representante de la llamada delincuencia juvenil, forma parte del Club de Ciencias que se creó en su centro de reclusión y acaba de obtener su título de bachiller, preparándose ahora a ingresar en la universidad para estudiar medicina.

La cárcel, por tanto, será en su caso la puerta hacia un futuro mejor, con alta formación educativa y seguramente más ingresos económicos que le garantizarían un nivel de vida superior. Pero, ¿cómo fue esto posible? ¿Cuál fue el camino recorrido para dar ese paso?

¿Sí es posible, entonces, convertir a las prisiones en lugares propicios para la reeducación y la posterior resocialización de los presos, como debe ser? ¿Y es posible que hechos como éste se multipliquen, no que sean aislados, para evitar incluso tragedias tan terribles como la registrada hace algún tiempo en la Cárcel Modelo de la capital del Atlántico?

Intentemos responder algunos de tales interrogantes.

“Por un mañana mejor”

La historia empezó en 2006, cuando Elena Morales, investigadora de la Universidad Simón Bolívar -USB-, llegó a El Oasis, un centro de reeducación para delincuentes juveniles, ubicado en el municipio de Soledad.

Ella quería, en primer término, estudiar tan delicado fenómeno social, especialmente a las personas detenidas allí, cerca de 60 jóvenes entre 14 y 17 años de edad en su mayoría; luego, entre 2009 y 2011, se interesó por abordar el novedoso y complejo tema de la violencia cometida por adolescentes al interior de sus familias, y en la última etapa, ganada la confianza de los reclusos, lanzó su propuesta de crear con ellos un Club de Ciencias, nada menos.

Claro, el Club de Ciencias es un programa de Colciencias para despertar el interés de niños y jóvenes por la investigación científica, pero hasta entonces sólo se limitaba a alumnos “normales”, de primaria y secundaria, no a jóvenes reclusos, lo que de hecho constituía un reto para la investigadora.

Con su colega Jenny Castillo (quien hoy adelanta su doctorado en España), también de la USB, Elena Morales reunió a los directivos de El Oasis para hacer su propuesta, la cual fue acogida con entusiasmo al igual que entre los propios detenidos, quienes bautizaron al Club de Ciencias con un nombre que lo dice todo: “Por un mañana mejor”.

Colciencias lo aprobó. Su reglamento del Programa Ondas, que así se conoce en el país y el exterior, no contemplaba esa posibilidad, pero tampoco la prohibía. De esto se sirvieron para sacar adelante la iniciativa, naturalmente en beneficio de los reclusos, ocho de los cuales se vincularon como miembros al Club pero con la participación efectiva de los demás.

Era el comienzo de una bella experiencia que aún no ha terminado.

Sueños de libertad

Creado el Club y acogido por Colciencias, el paso siguiente fue elaborar proyectos de investigación, con la debida asesoría de los investigadores y el respaldo institucional. No era una tarea fácil, más aún cuando sus propuestas pasaban a consideración de expertos.

Sólo que los jóvenes reclusos partieron de su experiencia. “¿Cómo siente y cómo vive el joven de El Oasis la pena privativa de libertad?”, era su pregunta que fue también el título del proyecto, el cual contó además con el apoyo del Grupo de Familia y Desarrollo Humano de la USB a través de talleres, asesorías, capacitación sobre sus derechos, resocialización y orientación para que aprendan a hacer investigación con criterios científicos.

El proyecto fue un éxito. Aceptado por el Programa Ondas, gracias a él se participó en el Encuentro de Semilleros de Investigación, se pudo asistir -¡con permiso del juez!- al municipio de Malambo para presentarlo en un colegio, y por último se llevó a una muestra nacional en Medellín, donde al joven de nuestra historia le plantearon la posibilidad de convertirse en orientador para proyectos similares en otras regiones del país.

Los muchachos, felices por los resultados obtenidos, contaron su maravillosa experiencia en un mural, donde sobre las escamas de un pescado escribían cómo sienten y cómo viven la pérdida de libertad, de la que por un momento escapaban en sus sueños por salir adelante.

“Sí se puede”, repitió el joven con su cartón de bachiller en la mano, mientras recibía la grata noticia de que la Fundación Hogares Claret, entidad a cargo del Centro de reclusión El Oasis, aspira a conseguir el respaldo necesario para que él curse estudios universitarios.

“Quiero ser médico”, afirma con el mismo entusiasmo que cuando le planteó a su profesora, Elena Morales, su deseo de realizar otro estudio, acaso para el Club de Ciencias, sobre cómo se vive y cómo se siente “al salir de aquí”.

Investigar, ¿para qué?

Elena Morales considera que todavía falta mucho por hacer, aunque hayan pasado siete años desde cuando llegó a El Oasis por primera vez para iniciar su investigación sobre delincuencia juvenil, un problema –observa- que puede resolverse con estrategias como la anterior.

“La investigación puede ser una herramienta muy útil para la reeducación y resocialización de los reclusos”, afirma mientras se declara sorprendida porque muchas personas sientan temor por su trabajo en un centro de reclusión para adolescentes, el cual se conoce en forma equivocada –sostiene en tono crítico- como “cárcel de menores”.

“¡Qué me va a dar miedo!”, les responde. Y agrega: “Los jóvenes reclusos son seres humanos, como usted y yo, quienes tuvieron la desgracia de cometer un error que pueden enmendar”.

“Ellos tienen mucho potencial. La verdad es que sí”, concluye.

(*) Director revista “Desarrollo Indoamericano”, Universidad Simón Bolívar