28 de marzo de 2024

Los clásicos.

7 de septiembre de 2015
Por Esteban Jaramillo
Por Esteban Jaramillo
7 de septiembre de 2015

esteban jaramillo

Fútbol por todas partes. Desde el campeonato local con los clásicos, partidos amistosos, otras ligas y clasificatorios a la Eurocopa.

La pelota itinerante, con tedio, con bostezo. Los partidos FIFA, no oficiales, pasan siempre por el protocolar cumplido a los mandatos de “los jefes” (tantos en sospecha) porque se juegan sin los arrebatos técnicos de la competencia, con un cuidado especial de los futbolistas para evitar lesiones, en puro trámite que engaña la vista de los hinchas.

En Colombia, en la semana del cumpleaños del Pibe, talentoso como pocos, los aficionados mendigaron una gambeta, un estruendo de gol, un triunfo rotundo de sus clubes. Clásicos venidos a menos por aquello de los grandes hechos chicos.

Los mejores enfrentamientos regionales, están en el archivo, en el recuerdo, en las memorias del pasado, cuando ir al estadio era una fiesta. Cuando los duelos se dirimían con grandes dosis de pasión y emoción y el fútbol era un canto al espectáculo, lleno de placer para los sentidos, porque los futbolistas eran grandes exponentes y entendían de la magnitud de la fiesta.

En la actualidad prevalece el miedo a perder, por encima de la osadía de buscar el triunfo. Los partidos se llenan de interrupciones tácticas, de simulaciones, de trampas. Los jugadores ven sangre en cada roce y piden tarjeta para el enemigo, en cada lance del partido. Se pierden los principios éticos del juego.

Cuesta a los equipos definir la superioridad en el trámite y es tanta la irregularidad en los campos de competencia, que quien fue figura descollante en un partido, al siguiente se arrastra por el césped como alma en pena.

Algo va de un domingo a otro con la pelota. Ese es el caso. Los clásicos que siempre se esperaron con total expectativa y natural incertidumbre, se tiñeron de pasión, de banderas y colores encendidos, hoy no pasan de un mero trámite sin aliños. Tan lejos de aquellos manjares de antes, que eran un encanto por el placer que desprendía el juego.