28 de marzo de 2024

Efraim Osorio López es un aprovechado

31 de agosto de 2015
31 de agosto de 2015
Efraim Osorio la patria
Imagen La Patria

ALEJANDRA CASTAÑO ALZATE

LA PATRIA | MANIZALES

Aprovechado: «Dicho de una persona: Que saca provecho de todo, y más aún, que utiliza lo que otros suelen desperdiciar o despreciar», es el primer significado de la palabra que da la Real Academia Española. Precisamente, eso es lo que hace Efraim Osorio López, quien en su libro Quisquillas de alguna importancia. Aprenda castellano de los errores del prójimo, editado por la Universidad de Caldas, enseña a redactar con casticidad, cohesión y donosura, basándose en el mal uso que le dan al lenguaje escritores, columnistas y periodistas.

Pasión por las letras

Su mamá, Luisa López, y su primera maestra, Inesita Villegas, le enseñaron el abecé de la lectura y de la escritura. «A pesar de la época (comienzos del siglo pasado), mi mamá era muy educada. Estudió, interna, con las madres franciscanas en Cartago (Valle), a donde tenía que ir a caballo desde Santa Rosa de Cabal (Risaralda). Estuve unos meses en la escuelita privada de Inesita, quien no sólo me instruyó en las primeras letras, sino también en el perfeccionamiento de lo que había aprendido de mi progenitora», manifestó Osorio, y contó una anécdota: «En el Colegio de Jesús, en Santa Rosa de Cabal, había un letrero pequeño en metal que decía Prohibido fijar avisos. Como decíamos fíjese en eso y fíjese en tal cosa, pensaba también que prohibían leer los avisos: los miraba, entonces, disimuladamente y con temor».

No recibió título de bachiller

Estudió la secundaria en la Escuela Apostólica de la Congregación de la Misión (Santa Rosa de Cabal), de los sacerdotes lazaristas. Sin embargo, el pénsum de la institución no estaba aprobado por el Gobierno, razón por la que no recibió el título de bachiller, a pesar de la buena preparación académica recibida.

Posteriormente, se fue para Bogotá a cursar los tres años reglamentarios de Filosofía Escolástica y algunos de Teología, pero, por circunstancias insalvables, se vio obligado a abandonar lo que durante muchos años pensó que era su vocación. Ya en la calle, en lugar de ir a la Universidad, se dedicó al magisterio, y a perfeccionar por su cuenta los conocimientos adquiridos en los claustros.

Expresó que, para su trabajo actual, sus fuentes son el diccionario de la Real Academia Española, Marco Fidel Suárez, Rufino José Cuervo, Andrés Bello y los clásicos, especialmente Miguel de Cervantes Saavedra.

Lector de papel

Se convirtió en columnista habitual de LA PATRIA en el 2004, después de haber enviado cartas al Correo Abierto, en las que corregía a varios colaboradores del periódico. «Alguna vez vi una palabra calificada de adverbio, pero que, según mi criterio, era una preposición. Desde ese momento comencé a redactar cartas en una máquina de escribir tradicional y a entregarlas en la antigua sede de este medio, sin ninguna pretensión», aclaró.

Unos tres años después de ese primer intento, sus cuatro letras fueron publicadas sin compañía: «¡Era la única que había en Correo Abierto! Le escribí al director para expresarle que mi carta se veía muy bien así, sola, que parecía una columna. Me respondió que mis colaboraciones le daban altura al espacio. No obstante, me invitó a un tinto, y acordamos mi inclusión como columnista habitual del periódico”.

Sigue siendo lector de medios impresos por razones indiscutibles: «Ya tengo 80 años, al papel no me lo reemplaza nada, y, menos, con estos ojos…» Tiene una estrecha relación con el columnista Orlando Cadavid Correa, a quien respeta como periodista y estima como amigo. Le envía las Quisquillas todos los domingos. «LA PATRIA de ese día la reviso en la versión digital, porque salgo tarde de mi casa. Aprovecho para ver otros textos después de leer a Cadavid Correa».

QUISQUILLAS DE ALGUNA IMPORTANCIA. Aprenda castellano de los errores del prójimo

La palabra quisquilla se refiere a observaciones o reparos pequeños y de poca monta, lo que haría pensar que Efraim Osorio se equivocó en el nombre de su obra. Sin embargo, «menudencias tales como una coma, el significado de un término, la i de una desinencia verbal, el tiempo de un verbo, el oficio de una preposición y la validez de un giro, etc. son los elementos que forman la idiosincrasia, la belleza y la casticidad de un lenguaje», escribió en una página destinada al porqué del título del libro: «Quisquillas para muchos, pero de suma importancia para unos pocos y para el lenguaje mismo».

El libro es, dice, la compilación de los artículos publicados en LA PATRIA desde el 2004 hasta el 2012. Ocho años de trabajo y de investigación registrados en 836 páginas, debidamente diseñadas para facilitar la lectura y el aprovechamiento de lo que enseña, con un índice temático, en el que, además de los términos claves (iniciar, empalizada, catástrofe…), aparecen títulos como Lenguaje incluyente, Rasgarse las vestiduras, Delirio de grandeza, Bebamos para vivir, La zorra y las uvas, Leyendo a Mario Mendoza, etc.

Sin lupa

Efraim Osorio no necesita mirar con lupa para descubrir errores. ¿Cuáles son los más frecuentes en LA PATRIA y en El Tiempo?

*Me sacan de quicio por parte de y de parte de. Sobran.

*El anivelismo. La Real Academia tiene una parte en la que defiende la expresión a nivel, pero yo no la acepto. Hay casos en los cuales, en lugar de a nivel de, debe decirse en el nivel de.

*El uso de iniciar como transitivo y no como pronominal. Cuando escriben inició la Feria de Manizales, uno se pregunta ¿quién la inició? Es correcto decir se inició o la Alcaldía inició.

*Comenzar una cita textual con comillas, pero sin la mayúscula inicial. Es muy común y se está extendiendo como verdolaga en playa.

*Utilizar colocar en vez de poner. Les da vergüenza escribir poner, porque piensan que sólo las gallinas ponen.

¿A quién salva?

A muchos, como a Mauricio Vargas, un columnista de El Tiempo.

¿Y el condenado?

¿De cualquier periódico?, preguntó y siguió pensando. «En El Tiempo son pocos, en LA PATRIA hay más de uno».

Confesó que lee a algunos periodistas sólo por oficio, en busca de temas para sus columnas. «Hay artículos que están tan mal escritos, que, para no perder el tiempo, en vez de leerlos, debería buscar los clásicos, pero es mi trabajo. No todos son un suplicio: por ejemplo, disfruto los comentarios sobre cine, aunque también tienen muchos errores. Me parece que si los redactores le dedicaran más tiempo a lo que escriben, como buenos profesionales, le entregarían al lector un producto mucho mejor”.

Gabo tampoco pasó la prueba

Le ha encontrado errores hasta al premio Nobel de Literatura y, con este ejemplo, ¿quién sale bien librado? «Yo, en García Márquez he encontrado algunos errores, y eso que él se ufanaba de que corregía hasta el último aliento. Es un escritor extraordinario, pero eso le pasa a cualquiera. Uno puede corregir muchas veces, pero, cuando vuelve a revisar, todavía hay errores. Él es un escritor insuperable”.

¡Sinvergüenza!

Fernando Vallejo es muy buen escritor, pero es un sinvergüenza. En El cuervo blanco, libro que disfruté sobre manera, insulta a quienes tienen que ver con la Iglesia Católica cada vez que puede, y esto, sin necesidad: por eso no he querido leer El desbarrancadero ni La ‘esa’ de Babilonia. En cambio, su biografía de Porfirio Barba Jacob, El mensajero, es excelente, y fruto de una muy seria investigación.

Alarmante

Leí Ursúa de William Ospina: no la aprecié suficientemente, porque es farragosa. Imagínese que tiene 475 nombres propios, y el protagonista, fundador de Bucaramanga, aparece apenas en la mitad del libro. Es muy castizo, razón por la cual lo empleé para, con ejemplos tomados de él, enseñar el uso de la tilde en las palabras monosílabas.

Pornografía

Me gustaban mucho las columnas de Héctor Abad Faciolince, y siempre lo he tenido por escritor castizo. La novela La oculta, por muchas razones, es muy buena, pero tiene un pasaje que la ensombrece, porque, para mí, es pornográfico… Quizás soy muy mojigato, oscurantista y cavernario. Me sucede lo mismo con las palabras feas, que también pronuncio, pero sé cuándo, dónde, cómo y por qué. Y, me parece, cuando aparecen en las páginas de opinión, las empuercan.

La rosca

Sabe que Pablo Montoya, premio Rómulo Gallegos, no es un escritor de la rosca, por lo cual, y por los buenos comentarios que recibió, leyó su obra Tríptico de la infamia. Luego de las primeras páginas, decidió hacerle una crítica, que termina así: “¿Cómo es posible que una narración con tantos desatinos y barbaridades tantas reciba un premio literario? O los jurados no leyeron la obra que premiaron, o no quisieron declarar desierto el concurso del 2015. O, muy posiblemente, a quien con tanta generosidad me obsequió el libro y a mí nos metieron gato por liebre, dándonos un libro cuyo texto es diferente del galardonado, merecedor de tan buenos comentarios. Es, esta última, la única explicación”.

¿Qué lo hace feliz?

Además de otras cosas, un cuento bien contado y con frases bien hechas, no rebuscadas, naturales…

Ignorantes

Me parece que el que escribe bien tiene un bagaje intelectual meritorio. Los otros son osados: la peor ignorancia es la de quienes ignoran que no saben, porque, cuando uno sabe que no sabe, consulta… y aprende.

Como lo expresó en su libro: «Para aprender a escribir decorosamente es indispensable estudiar y leer… Carencia de profesionalismo de escritores y columnistas. No es de todos, felizmente, que hay algunos eximios». Mientras tanto, Efraim Osorio López seguirá, según sus palabras, suministrando un plato muy sabroso a los abusadores del lenguaje, es decir ‘dando gallina’.