29 de marzo de 2024

La reconstrucción del suicidio de Rendón

9 de junio de 2015
9 de junio de 2015

el campanario

Con la precisión del mejor relojero suizo ha reconstruido en su briosa pluma el escritor bogotano Juan Gabriel Vásquez el suicidio del legendario caricaturista antioqueño Ricardo Rendón, en su novela, titulada «Las reputaciones», obra que gira alrededor de todos los Osunas habidos y por haber.

El trágico episodio está próximo a cumplir 84 años y todavía se desconocen las razones que llevaron al consumado artista del lápiz y el pincel a tomar la fatal determinación, cuando apenas contaba 37 años, aquella lejana tarde del 28 de octubre de 1931, en La Gran Vía, un establecimiento público del centro de la bucólica Bogotá de entonces.

La víspera de su muerte tomó aguardiente, escuchó música y bromeó con el cantinero y llegó por última vez a su residencia de la calle 18, un poco antes de la media noche.

Las últimas horas del maestro

Así las pintó el consumado novelista: «Rendón salió vestido como siempre de luto completo. Se paró unos instantes en la esquina de la carrera Séptima y luego entró en La Gran Vía. Rendón pide una cerveza Germania; la recibe en un charol; enciende un cigarrillo. Piensa en Clarisa, la jovencita de la que se había enamorado en Medellín, tantos años atrás, revive el disgusto y la protesta de los padres de la joven. Piensa en Clarisa y en su terquedad heroica, en su embarazo, su enclaustramiento forzoso, su enfermedad y su muerte».

El momento del disparo fatal

«Rendón termina su cerveza, saca su lápiz y hace el último dibujo (un diagrama de líneas rectas que calculaba el recorrido de una bala al penetrar el cráneo), y escribe en la bandeja estas siete palabras: «Suplico que no me lleven a casa», y luego se lleva a la sien derecha el cañón de la pistola Colt 25. La cabeza que cae pesada sobre la mesa y hace saltar la bandeja con un estrépito metálico, los labios que se revientan con el golpe y el daño que sufre un diente, la sangre que empieza a derramarse… El médico Manuel Vicente Peña redactó en su clínica el informe el suicidio. La hora de la muerte fue la de las seis y veinte de la tarde».

Rendón visto por un Obregón paisa

El escritor, traductor y caricaturista antioqueño Elkin Obregón retrató así a su paisano, en una edición de Credencial de 1990:

«Respetado, admirado y temido en los círculos políticos, amigo y contertulio de una generación que anhelaba el poder, puso su pica en Flandes con singular eficacia para contribuir a ese propósito. Muy poco después del comienzo de la República Liberal (a cuya crítica también aplicó su lápiz), el 28 de octubre de 1931 se pegó un balazo en uno de sus sitios de tertulia favoritos, la cigarrería La Gran Vía. Nadie ha podido dar cabal explicación de su muerte.

La importancia de Rendón como comentarista político de su época es innegable. Si fue casi un ídolo popular en su tiempo, tan dado a la efervescencia partidaria y al panfleto, el paso de los años ha consolidado su lugar en la historia del arte y del periodismo colombiano.

Un hombre discreto, reservado y silencioso

Prosigue Obregón: Como hombre, fue secreto y silencioso, y pasó por incontables noches de cafetín en medio del aprecio y el desconocimiento de los hombres. Los testimonios póstumos de gentes que le fueron próximas, o creyeron serlo (Edmundo Rico, César Uribe Piedrahita, José Mar, Jaime Barrera Parra), demuestran con patética elocuencia cuán lejana y hermética fue su vida, y cuán inexplicable, a pesar de muchas conjeturas y teorías, fue y seguirá siendo su muerte.

Rendón visto por Alberto Lleras

En un artículo publicado en 1976 dijo sobre él el dos veces presidente Alberto Lleras:

«…Yo tuve una amistad estrecha con Rendón y tal vez de los miembros de mi generación pocos estuvieron tan cerca de ese espíritu enigmático y callado que, por razón de nuestro oficio, tenía que estar en contacto conmigo, cuando emergía de su misterio. Jamás pretendí, y estoy seguro de no haberlo intentado, aproximarme a su secreto, a su personalidad íntima, a su vida, como lo hubiera hecho y lo hice con todos mis compañeros. Le respeté su reserva infranqueable, y jamás le pregunté a él, o a alguien, a dónde iba este ser que se desvanecía en la oscuridad hacia un sitio desconocido, del cual emergía con su trabajo completo, sin rastros de haberlo rehecho o corregido, uno o dos días después.

Tolón Tilín

Todo suicidio crea un hálito de leyenda y contribuye al mito. En el caso de Rendón, su vida, su figura, su misterio y el contraste que todo ello hacía con su humor despiadado y clamoroso, acrecientan esa forma un poco enfermiza de inmortalidad. Pero la obra de Rendón vale por sí sola, y es ella, y también la feroz independencia y honestidad vital que le dio aliento, la que hace parte de nuestra historia. (Colofón tomado de la Revista Credencial).